Don Antonio Machado

7 de abril de 2024
2 minutos de lectura
Antonio Machado
Antonio Machado

Amores y destinos

Preámbulo

Puede que el porvenir de cada hombre sea uno solo. Erixímaco proclama que cuanto penetra en la persona se conduce luego, y desde muy pronto, al grado de los destinos. Ciertamente la vida es una danza de perplejidades y músicas asombrosas con las que vamos creciendo como si fueran nuestras. Y lo son, en la medida en que ponemos el oído y decidimos permanecer, gustosos, en su ritmo.

El destino de don Antonio Machado fue aparentemente el de perdedor: quizá sea más grande por eso. Un perdido que nosotros hemos encontrado. Porque ya sabemos que la Historia es verdad según quien la haya escrito (algunos hasta se atreven a decir que es una serie de mentiras encuadernadas). Como sabemos también que las victorias son caprichosas, igual que los caminos soñados, el desdén o la memoria.

Don Antonio, por perdedor, perdió hasta los sitios adonde había amado con locura: los brazos azules del Guadalquivir, la Numancia donde Leonor no pudo resistir ante la muerte, el escalofrío de Madrid en los teatros, en las tertulias, en los besos… y se fue a morir fuera de España, adonde el destino le permitió el último regalo de ver el mar desde la esquina, ya tan cansada, de su corazón…

MI PREOCUPACIÓN por escribir sobre don Antonio Machado nace de un viejo sentimiento, de una espontánea coincidencia poética, filosófica y afectiva.

Me honra la amistad que mantuve con Don José Luis Ussía, marqués de Busianos y embajador de España en Argentina, así como con sus hermanas, Pilar y Ana María que solían pasar largas temporadas con él en Buenos Aires.

En aquel aniversario de la muerte en Granada de Federico García Lorca, el embajador había invitado a la prestigiosa Fina de Calderón, marquesa de Mozobamba del Pozo, y a un servidor, para sendas conferencias sobre el poeta.

Desde aquel encuentro Fina y yo, hasta su muerte, compartimos una entrañable amistad junto a Fernando, su esposo, sintiéndonos confidentes de múltiples avatares, compromisos y asombros. En su extraordinario piso de Martínez Campos almorzamos más de un cocido de dedos en el pan llenos de pringe.

Fina tuvo ocasión de referirme vivencias con Federico, Machado y otros poetas amigos de su padre que solían frecuentar la casa y los afectos. Cuando porfió con el alcalde de Madrid Tierno Galván, y más tarde con Álvarez de Manzano, por llevar a Madrid los miércoles de la poesía y de la música en el Centro Cultural de la Villa, me invitaba siempre. Un día de los que fui pudiendo complacerla leyó poemas suyos Pedro Ruiz (muy buenos, por cierto) y, entre los invitados de prestigio, con la razón ya indispuesta, Dámaso Alonso.

Nada más terminar y, antes del previsto agasajo en su piso como colofón, me fui directamente para Dámaso Alonso (Un tarjetón suyo conservo dedicado de aquel día) para rogarle que me contase originalidades, anécdotas, cualquier cosa de don Antonio Machado… me miró don Dámaso con ojos oscuros de mirar soledades, ancho y descuidado el cuello de su camisa, para disculparse: “Perdone que no le conteste, pero no me acuerdo de nada”…

Y me entraron ganas de escribir estas semblanzas de don Antonio que les ofreceré durante algunas semanas en nuestras FUENTES INFORMADAS como memorias sueltas, antes de que se me olvide también tanto como he aprendido de este hombre magistral y sencillo, bueno en el mejor sentido de la palabra, conocedor del alma española y maestro de perplejidades, retratado siempre con bastón, sombrero y cigarrillo, como el que está dispuesto a irse. O a quedarse.

4 Comments

  1. Sin Machado Serrat no hubiera compuesto el magnifico cancionero dedicado a él. Sin Ausiás March, Raimon Tampoco. Estaremos muy atentos a las entregas sobre este grandísimo autor.

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