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Delitos y faltas

Imagen de la mano de un juez, con la toga negra que visten en las vistas orales I Fuente: Europa Press.

Es tediosa la espera. No agrada contar las horas en un banco judicial expectante para la celebración de un juicio, que le llamen a uno para prestar declaración o para la práctica de alguna diligencia judicial. Se considera una inútil y execrable pérdida de tiempo. Probablemente se tenga razón. Existen otras esperas en ámbitos más provechosos en los que al final se obtiene el debido fruto (ambulatorios, entidades bancarias, supermercados…).

El semblante del que aguarda es muy distinto en cada uno de estos lugares. El cruce de miradas se perciben como si se estuviere en la antesala del infierno (algunos se sentirían mucho más acompañados en este lugar). Pero a veces lo necesario no tiene por qué ser útil para uno mismo. Se presupone que el beneficio indirecto afecta al ámbito colectivo, como es el mantenimiento de los pequeños hechos delictivos dentro de un límite social razonable.

Lo que no tiene rédito no cuenta, expresa la filosofía económica china. Así ocurre durante la celebración de los juicios llamados por Delitos Leves (antiguos juicios de faltas) que siempre aparecen como hechos delictivos residuales carentes de cualquier interés social, salvo que estos lleven anexos curiosidades más cerca de la picaresca propia del Siglo XVI-XVII que de los tiempos actuales: Como el sujeto que pretendía llevarse un valioso jamón de un supermercado escondido en el abrigo mientras la pata de lo que en su día fue un hermoso porcino le asomaba por el hombro a modo de saludo, o aquel otro que llevaba también debajo de sus prendas ingentes cantidades de productos congelados en pleno verano, asegurando que era la única manera de mantener su cuerpo en una temperatura agradable mientras realizaba la compra.

Tan agradable le debió resultar ese estado que olvidó abonarlas con el resto de lo adquirido a la salida. A veces también ocurre, en las tiendas de ropa, y tal y como muestran las cámaras, que el que entra por la puerta vestido de una determinada manera sale cubierto por un ropaje distinto y transformado en otro. O aquellos que pretenden devolver una prenda con un ticket de fechas anteriores pero con un producto tomado en el momento. O bien el caco que sólo hurta concretos productos por encargo de terceros como si se tratara de una franquicia de lo ajeno. Son los llamados hurtos de autor.

En fin; son las variaciones del asunto tan infinitas como tipos de individuos. A veces el esfuerzo e ingenio del que sustrae es muy superior al beneficio obtenido. El descuidero infravalora la propia energía que ha necesitado invertir en dar el golpe, cuando para el que abandonó la supuesta reliquia fue un gesto tan cotidiano que ni siquiera reparó en ello. Y uno piensa si acaso la vida no nos obliga a veces a diseñar actos tan vanos e inútiles como el ladronzuelo que planea trasnochando la forma de sustraer de un mercadillo una simple baratija que los demás diariamente desechamos sin apenas darnos cuenta.

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