Aquel zorro, salía y entraba en el gallinero cada vez que le daba la gana, primero probó un día, y al ver que no pasaba nada, entró más veces
Aquel zorro, salía y entraba en el gallinero cada vez que le daba la gana, primero probó un día, y al ver que no pasaba nada, entró más
veces, hasta que se hizo costumbre matar a los pobres animales con total impunidad.
El granjero cansado de perder sus gallinas, se apostó varias noches con su escopeta para asustar al zorro o zorros, pero pasaron las horas y esa noche los zorros no aparecieron, así que decidió ponerse en contacto con los otros granjeros, para encontrar una solución.
Por desgracia, no sabían que era solo el comienzo de una serie de problemas para poder llevar sus granjas, más o menos, sin tantos
sobresaltos.
Lo peor vendría después al enterarse de que en las otras granjas por las que pasaba, incluso de día y no era solo un zorro, era cada vez mayor el número, y era imposible dominarlos.
No podían seguir así dejando que todo su esfuerzo se fuese por la alcantarilla, así que decidieron cerrar a los animales en los corrales
sin que pudiesen salir, solo lo harían con la presencia de los granjeros al comenzar el día.
Con esta acción se paralizó la pérdida de sus gallinas y animales, pero al no poder dedicarse a otros menesteres que requiere el cuidado del campo, se dieron cuenta de que perdían más.
De dónde venían los zorros, nadie lo sabía, en muchos años no conocían nada parecido. Un día del mes de agosto salieron ardiendo varios terrenos, los de mayor extensión. Participaron todos para poder apagarlos, fueron ocho días agotadores. Lo peor fue que, según los expertos, eran incendios provocados. Solo sentían, miedo, terror de perderlo todo y tenían una inmensa sensación de desamparo. Así que por estos hechos, muchos de ellos decidieron vender sus campos y sus animales y marcharse a la ciudad. Pero los que toda su vida se habían dedicado al cuidado y cultivo de sus granjas dijeron que se quedaban, pues en el peor de los casos, se podrían alimentar con su propia cosecha, y el resto, repartirlo entre las familias necesitadas de las comarcas colindantes.
Los últimos años habían sido terribles para todos ellos, y en esas condiciones sería imposible continuar. Pero no se terminaba la historia aquí. Vinieron el cobro de impuestos, la bajada de los precios de sus cosechas, las multas por consumo de agua, el precio del gasoil, la electricidad, los piensos, etc, etc.
Los hijos no se dedicaban al campo, todos estudiaban en ciudades lejanas y no eran conscientes de los problemas que existían en sus hogares. Tampoco les interesaba, ellos estaban a lo suyo y no tenían ni idea de lo costoso que era mantener esa situación, que, durante muchos años, habían podido sostener, no sin grandes sacrificios. Consiguiendo lo suficiente para poder vivir sin dádivas, que luego se convertían en más impuestos.
Por fin llegó el día que habían concertado para reunirse todos los granjeros. Se reunieron en la gran explanada donde antiguamente corrían los rebaños, y ahora aparecía seca, improductiva y triste.
Los pequeños arroyos que cruzaban los grandes terrenos, hacía tiempo que se habían secado, igual que los ahorros que se estaban perdiendo, aquello era una verdadera catástrofe y desolación.
Los bancos les avisaron del interés de varias empresas en sus terrenos, y que por lo menos escuchasen sus propuestas. Así que en pocos días llegarían para hacerles una oferta por sus tierras.
No les interesaba en absoluto la naturaleza, ni los animales que solo servirían para convertirlos en carne ni los frutales y huertos que serían arrasados por las excavadoras. Todo sería aplanado por las máquinas, demostrando la fuerza sobre la tierra, dejándola sin vida.
Nunca piensan que la madre tierra tiene memoria, y que en algún tiempo, próximo o lejano, rugirá y creará el caos.
Les hicieron una oferta y les dieron una semana, para contestar. Por fin, les informaron, sus propios bancos de las pretensiones de
aquellos empresarios sobre sus tierras y de cómo esa oferta la deberían admitir. Ese mantra se lo repitieron a todos con mucha insistencia.
Y llegó el día, les reunieron en unas magníficas oficinas de la ciudad, donde se observaba gran cantidad de maquetas de promociones de chalets, pisos, casas y otras mucho más grandes con plantaciones de molinillos para crear parques eólicos.
Eso era para algunos de ellos, la muerte de la naturaleza, la frialdad de los inviernos en los pueblos, la desbandada de sus habitantes. La muerte de las aves, todos tendrían que emigrar a las ciudades. La perorata que les soltaron, fue de libro, incomprensible para muchos, pero el final fue mejor, la cantidad que les ofrecieron.
Los herederos, hijos de los granjeros ya fallecidos aceptaron de inmediato, ellos no pertenecían a ese mundo en el que sus padres y abuelos trabajaron las tierras desde el amanecer, ya no existían y gracias a ellos ahora por fin conseguirían lo que les interesaba, el dinero.
Los granjeros mayores con ese amor a la naturaleza que se crea poco a poco, por cuidarla, estaban expectantes, nerviosos y tristes. Por fin se escuchó la propuesta y decía así: “Necesitamos comprar todas las granjas, es de nuestro interés la totalidad de los terrenos, no podemos partir la extensión, si uno solo desiste, no nos interesa y ya tenemos lugares donde extender los parques, esa es nuestra oferta. Les damos veinticuatro horas para recibir su respuesta, no nos interesa prolongar esta operación”.
Salieron los más jóvenes totalmente decididos y contentos, pensando cómo manejar aquella herencia que les habían dejado sus padres y que tanto habían denostado, ahora los bendecían.
Los mayores solo pensaban en sus animales, en sus paseos por el campo, en los días de siembra con ese sol abrasador que luego les
hacía sentirse plenos de dicha al contemplar sus campos, aquellos campos que eran suyos, ellos sí amaban la tierra, la sentían suya, conocían su olor, sabían cuándo podía llover, o cuándo se acercaba una tormenta. Tumbarse sobre la tierra mirando el azul del cielo era
el mejor mejor espectáculo, no necesitaban más. La madre tierra les correspondía con sus frutos, con su belleza. Era el amor de la naturaleza, para poder gozar de ella.
Llegó la tarde y todos, uno por uno fueron firmando, sabiendo el final de los animales, que tanto bien les habían proporcionado. ¡Pasarían por el matadero!
Algunos granjeros mayores perecieron poco tiempo después y de los demás solo se sabe que jamás regresaron para ver, ese dantesco espectáculo, frío y espectral que crean los parques eólicos.
Pasear por el campo, gozar de la naturaleza… ¿Qué fue de los hermosos paisajes de otro tiempo?
Solo aquellos molinos gigantes y escuálidos, como dantescos esqueletos, bailando con sus aspas parecían vigilar lo que un día
fueron hermosos campos de trigo con rojas amapolas y ahora tierras inertes, te hacían ver la fría realidad.
Eran como enormes cementerios de ilusiones, y desde dentro de la tierra parecía llegar el sonido de las voces de todos aquellos que amaron y cuidaron esas tierras, con sudor, con lágrimas, pero con el saber y conocimiento que les transmitió la madre tierra.
Posiblemente en un futuro, probablemente solo podrán verlos virtualmente, y la triste opinión que tendrán aquellos, a los que no les llegaron las enseñanzas de sus antepasados y qué arrastrarán la mentirosa idea, aprendida, de ser espacios a la intemperie llenos de plagas y virus proporcionando a los antiguos habitantes, todo tipo de pandemias y enfermedades que les hicieron desaparecer de la tierra.
Mientras que los que fueron transmisores de la verdad que ellos habían vivido, serían capaces de irla pasando de generación en generación, creando ese mundo de esperanza, para intentarlo de nuevo, creando pequeños huertos y plantaciones clandestinas.
Que las siguientes generaciones no tengan que vivir esa experiencia terrible y gocen cuidando la naturaleza. Es la gran herencia que debemos conservar.