Hoy: 23 de noviembre de 2024
En sus pesadillas, Ernesto Méndez vio la casa de sus vecinos consumirse en medio de un gigantesco incendio cuyas llamas se elevaban atemorizantes hacia el cielo. Las nubes bajas se colorearon con tonos de rojo.
De repente, del techo de la vivienda se desprendió una lengua de fuego en la forma de una serpiente, y se deslizó en espirales por entre la gente que había acudido curiosa a presenciar el siniestro. Muchas personas que fueron alcanzadas por la serpiente flamígera, se encendieron y, convertidos sus cuerpos en antorchas ambulantes, esparcían el fuego a todo lo que tocaban.
En pocos minutos, todas las casas del barrio ardían en un incendio como nunca antes se vio aquí.
Así terminaba el sueño. Este sueño. Porque había otros…
En una de esas pesadillas, que durante muchos meses se hicieron recurrentes en su dormir accidentado, veía Ernesto que, entre turbulencias, gritaban los pasajeros de un avión, y que el rostro de pánico de la tripulación no ayudaba a que se recuperara la calma. Las azafatas corrían sin ton ni son, y las mascarillas de oxígeno terminaron todas en la cara de cada pasajero. El avión se inclinó hacia delante, y todos se agarraban y se aferraban a los asientos. Los que alcanzaron a abrocharse los cinturones, vomitando unos, rezando otros, y… ahí terminaba el sueño.
Se repetían las pesadillas a veces. O se entremezclaban, lo que producía en Ernesto una angustia peor.
“Te juro que aquello ya era insoportable”. Llegó la situación al punto de que estas pesadillas las llegó a tener durante el día, semidormido el hombre.
Un día, de repente todo empezó a tener sentido.
“Estaba mirando el noticiero de la noche, cuando vi la noticia de que un avión de pasajeros se había caído al océano, y me dolió el corazón… fue entonces que supe que yo ya sabía lo que iba a pasar… aquella tragedia la viví, la sufrí antes de que sucediera”.
A partir de ahí, durante muchas noches se dedicó a escrutar, por la ventana, el mínimo signo de que se fuera a incendiar la casa de sus vecinos. Alberto, el carnicero y vecino suyo, ni siquiera le puso atención cuando le contó su sueño, y casi lo echó de la carnicería cuando le dijo que ése no era un sueño común, sino una advertencia de lo que iba a suceder.
Pasó noches en vela, y sólo se retiraba a descansar cuando se despejaba el nuberío en el cielo, o cuando aclaraba el horizonte rumbo al lugar por donde sale el sol. “De lo que sí estaba seguro era de que el incendio iba a pasar estando nublado, y en noche oscura, entonces cuando no se cumplían estos supuestos, se iba a dormir.
Sí, sí sucedió, pero no inició de la manera cómo la vio Ernesto en sus sueños. Yo me entrevisté con él, precisamente un día antes de que se desencadenara la desgracia, y él estaba seguro de que era inexorable, que sólo era cuestión de uno o dos días.
Ironías del destino: los bomberos, que lograron que la catástrofe no se extendiera más que a cuatro viviendas del barrio, determinaron que la causa de aquel incendio terrible, fue el cigarrillo que tenía en sus manos el mismo Ernesto antes de caer dormido ante aquella ventana desde donde vigilaba a sus vecinos.
Este artículo firmado por Froilán Meza Rivera ha sido publicado en el Diario de Chihuahua