Siempre he soñado con ser un intelectual de esos que firman al pie de excelsos documentos para que no se vaya el presidente de Gobierno. Me refiero a tan destacadísimos emblemas que sujetan la cultura española y que, gracias a su honestidad y a su coherencia, se sostienen los pilares de la sabiduría patriótica… Pero no he tenido suerte. Yo creo que, como nunca me subvencionaron para la publicación de mis libros ni me invitaron a las fiestas de los Goya y tampoco tuve maestros que me enseñaran cómo curvar los dedos sobre las cejas del triunfo, pues claro, así cómo va a saber nadie que soy un intelectual.
Al leer hoy su preocupación por destacar las grandezas de nuestro presidente, les agradezco vivamente que se hayan dignado bajar, como ángeles desprendidos del cielo más alto, a mostrarnos cómo se tejen las coronas de laurel para la más insigne de las cabezas. Y de paso, los intelectuales bien hacen advertiéndoles al clero que no se les ocurra tocar al prócer, escarmentados debieran estar con lo que pasó en el 31… Esperando yo también que no venga la derechona, me uno hoy fervorosamente a los intelectuales de siempre, a ver si algún día tengo la suerte de que me reconozcan.