El presidente del Gobierno y líder socialista Pedro Sánchez, y el presidente del Partido Popular y líder de la posición, Alberto Núñez Feijóo, no se saludaron durante el acto solemne para festejar el 46 aniversario de la Constitución, primero en la Carrera de San Jerónimo, junto al Congreso, y después en el interior de la Cámara. No es raro que no se saluden si no se hablan desde hace un año y cuando se dirigen la palabra en sus intervenciones parlamentarias lo hacen a cañonazos, a veces contra la línea de flotación personal de uno y otro.
La solemnidad del día deja muchas imágenes que evidencian que los puentes políticos entre las principales fuerzas de la oposición están dinamitados. Pero no solo entre ellos. Formaciones como Vox asistió solo al izado de la bandera en la puerta del Congreso, y otras como Podemos o Sumar reniegan de la monarquía y de la propia Constitución de 1978, tal y como lo hacen desde siempre las organizaciones políticas independentistas vascas y catalanas.
La representación territorial ha sido esta vez más exigua que en otras ediciones, y entre los presidentes autonómicos que sí acudieron, como Isabel Díaz Ayuso, saltaban chispas cuando se cruzaban las miradas con otros dirigentes políticos y autoridades presentes, como el fiscal general García Ortiz, diana de miradas curiosas y mucho más de las miradas indiscretas.
Con esta penosa que enturbia la realidad políticos española desde hace años, parece que hablar de la celebración de la Constitución parece una fantasía en un escenario de farsas y cómicos, no siempre bienintencionados, deseosos de cambiar el espíritu de una Carta Magna que ha valido para asentar la democracia española, sin perjuicio de que sea razonable retocarla en cuanto se refiera a actualizar cuestiones sociales, como se hizo recientemente para modificar el término minusválido, o preceptos legales de ordenamiento europeo.
Que Sánchez y Feijó se eviten, que haya partidos deseosos de acabar con la Constitución del 78 o que dirigentes y autoridades insistan en el camino de la ruptura más que el diálogo o la unidad, son síntomas de estructuras políticas enfermas y un país que tiene serios problemas de presente y de futuro.
Cuando son más necesarios que nunca acuerdos de Estado en materias sensibles que tienen que ver con la calidad democrática, desarrollo social y económico y el estado del bienestar, produce tristeza que los partidos estén a pedradas y por caminos diferentes a la necesidad y al sentido común. Los españoles tenemos muchas razones para celebrar por todo lo alto una Carta Magna que nos ha aportado tanto a este país, entre otras cosas la libertad para el disenso. Los políticos deberían esforzarse más, mucho más, para que el desapego social de la política no siga creciendo y se acentúe la brecha en la convivencia.
España necesita de hombros que arrimar, no de duelos y de intransigencia por motivos muchas veces espurios de quienes se miran su ombligo y desdeñan los intereses generales. Sí, soy de los quieren Constitución del 78 por muchos años, aunque haya que peinarla, pero sobre todo soy de los quieren que se cumpla y se hagan realidad sus derechos entre quienes más lo necesitan, que esa es otra historia.