Una estructura minúscula, casi imperceptible, pegada a una rama, una lámpara o incluso una maceta colgante. Si en estos días de primavera descubres un nido de colibrí en tu casa, detente antes de acercarte. Estos diminutos refugios son mucho más que simples construcciones: son señales de confianza y equilibrio ecológico, según una información publicada en Excelsior.
Los colibríes, también conocidos como picaflor o chuparrosa, son aves solitarias que durante la primavera eligen cuidadosamente el lugar donde incubarán sus huevos. Prefieren zonas tranquilas, protegidas y con acceso a flores que les permitan alimentarse. Si tu casa ha sido elegida, es porque ofrece seguridad, silencio y alimento.
Durante este periodo, la hembra pondrá dos huevos y los incubará durante unas dos semanas. Luego, los polluelos permanecerán unos 20 días más en el nido, siendo alimentados exclusivamente por ella. El nido está hecho con fibras naturales, telarañas y musgo, y su fragilidad es tal que un simple toque humano puede hacerlo colapsar.
Por eso, nunca se debe mover ni acercarse demasiado. Tampoco usar pesticidas cerca, ni permitir que mascotas curiosas se acerquen. Lo ideal es observar a una distancia prudente y, con algo de suerte, ver a las crías alzar el vuelo.
Además del valor ecológico, el colibrí ha sido símbolo de buena suerte en muchas culturas indígenas y latinoamericanas. Se dice que su visita trae mensajes del más allá o anuncia ciclos nuevos en la vida personal. ¿Mito o coincidencia? Tal vez no importe: lo que es seguro es que tener uno anidando cerca es un privilegio que merece respeto y admiración.
Ver a un colibrí construir su hogar y criar a sus pequeños en tu entorno no solo aporta belleza natural, también nos recuerda que aún somos parte del equilibrio de la vida silvestre. Una invitación discreta de la naturaleza para convivir sin interferir.