JAVIER CASTEJÓN CASADO (Médico, escritor y miembro del grupo Letraheridos de Hospital)
La tarde del pasado jueves del lorquiano 5 de junio, el Centro Artístico, Literario y Científico de Granada abrió sus puertas y su corazón a un acto que fue mucho más que una simple presentación literaria. Entre sus muros centenarios, testigos de tantas emociones, resonaron versos, se contaron historias y, sobre todo, se tejió una red de solidaridad entre escritores, músicos y público en favor de una causa que atraviesa la piel: el cuidado de mujeres tratadas de cáncer de mama, encarnado en la labor incansable de la asociación Amama.
El motivo visible del encuentro fue la presentación de la I Antología de la Cacharrería, obra del grupo ‘Letraheridos de hospital’, trece voces literarias unidas por el sentimiento de amistad, la pasión de escribir y el amor a la literatura. No en vano, el lema que define al grupo es ‘Amistad y Literatura’.
Pero, además, esta vez, su obra literaria respondía a un desafío insólito: crear relatos o poemas a partir de un «cacharro o cacho”, un fragmento, físico y simbólico, entregado al azar a cada autor. Más allá de esto, el motivo subyacente era otro: la unión de arte y compromiso, de belleza y amistad. Y lo que se vivió en aquel salón fue, sin duda, una ceremonia de afecto y creación compartida.
El acto comenzó con la bienvenida de Juan Chirveches, vicepresidente del Centro, quien no tardó en cederme el testigo, y traté, inspirado por mis compañeros de elaborar una atmósfera que osciló entre lo entrañable y lo sublime.
Fue él quien, con la voz clara y el alma en vilo, presentó al Coro Barbieri de la Asociación Musical de Cúllar Vega. Entonces, la sala entera se convirtió en escenario y templo. Las primeras notas de «Las espigadoras», fragmento de La rosa del azafrán, flotaron como un bálsamo entre los asistentes. Las voces, bien templadas, evocaron campos dorados, mujeres de antaño y el arte imperecedero de la zarzuela. La música, así, abría el corazón del acto, como quien abre un libro por su mejor página.
Tras la emoción del canto, tomé de nuevo la palabra para subrayar el sentido solidario del evento: todos los beneficios de la venta del libro serían donados a Amama. Acto seguido, presentamos a Encarna Guerrero, presidenta de la asociación, quien con fuerza serena tomó el micrófono para hablar de lucha, de los cuidados, del acompañamiento. Agradeció la generosidad de los Letraheridos y, en un giro emotivo, se autoproclamó «mamaherida», hermanándose con el nombre del grupo literario. Las ovaciones que siguieron fueron algo más que aplausos: fueron abrazos sonoros. De Letraheridos a mamaheridas.
En un gesto que unió palabra e imagen, traté de explicar con fotografías proyectadas cómo había nacido esta I Antología de la Cacharrería, una idea luminosa surgida en los pasillos del hospital y convertida, gracias a la complicidad del grupo, en una colección diversa de historias y poemas que exploran el amor, la pérdida, la ternura, el humor, la esperanza. “De todo lo que interesa al ser humano, y es por eso mismo el centro de la literatura”.
El gran ausente, el poeta José Mª ‘Chema’ Cotarelo, ideólogo del proyecto, se hizo presente a través de un breve vídeo con palabras cálidas y agradecidas que fueron recibidas como una caricia en la distancia.
Y luego, uno a uno, los escritores fueron tomando la palabra para hablar brevemente de su contribución a la antología. Fue un desfile íntimo de voces, cada cual, con su tono, su mundo, su “cacharro” convertido en arte. Desde poemas líricos hasta cuentos conmovedores, desde el susurro del amor hasta el grito del dolor, la Antología se fue dibujando ante los oyentes como un tapiz variado, rico, vivo.
Dejé para el final y para cerra la ronda mi propio relato, hilando de nuevo el hilo conductor: la solidaridad, la creatividad compartida, el poder sanador de la palabra. Y entonces, como si el acto quisiera fundirse con la música una vez más, volvió a sonar el Coro Barbieri. Esta vez interpretaron ‘Las costureras’, de El barberillo de Lavapiés, broche de oro que evocó trabajo, comunidad y belleza.
Las voces, que al principio nos habían llevado al campo, ahora nos llevaron al taller, a las manos que cosen, reparan, cuidan. Fue una metáfora perfecta del acto mismo: artistas que remiendan con palabras y cantos los desgarrones de la vida.
El público expresaba en rostros la emoción contenida y compartida del momento. No hubo estridencias. Solo un silencio que decía sin palabras que el arte, cuando se ofrece con generosidad, puede ser no sólo un deleite, sino también un refugio, una ofrenda.
Así terminó la presentación de la I Antología de la Cacharrería. Pero lo que allí se vivió no se quedó en el Centro Artístico. Salió con cada uno de los asistentes, latiendo en la memoria, vibrando en la conciencia. Porque esa tarde, en Granada, la literatura y la música no sólo se encontraron como tantas otras veces: se abrazaron para sanar, para celebrar la vida, para cantarle a la esperanza.
Para aquellas personas interesadas, aún quedan algunos ejemplares de la Antología en la sede de Amama, en la calle Moral de la Magdalena 17, de Granada.