Bronca en la Casa Blanca

5 de marzo de 2025
7 minutos de lectura
Bronca en la Casa Blanca
El secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio y Trump, durante la tormentosa reunión con Zelenski. /EP

RAFAEL FRAGUAS

Seguro que asistiremos a nuevas broncas impartidas a tirios y troyanos por Donald Trump, que con certeza, nos brindará nuevos shows cada vez más espectaculares

De dos showman va la cosa. Uno, experimentado organizador de reality shows, concursos de Miss Universo y político de facundia turbulenta. El otro, amateur, partidario de hacer reír a los telespectadores de Ucrania “disfrazado” de mujer y, políticamente, pedigüeño impenitente. Este es el casting a dos bandas que comparecía este viernes en la Casa Blanca, integrado por el presidente estadounidense Donald Trump y su homólogo ucraniano, Volodimir Zelensky. La bronca estaba servida. Las formas del encuentro no tienen precedente por la directa hostilidad y el cruce de agrios reproches surgidos del encuentro abierto a observadores. Pero las formas, siendo importantes, no lo son todo. Veamos el contenido y origen de la bronca.

Sustancialmente, Trump ha percibido que Zelensky acudía a su Casa Blanca con los humos subidos y se ha aprestado a bajarle tales humos tras escuchar antes con silenciosa unción a su vicepresidente, James Vance, poner al invitado ucraniano algunos puntos sobre las íes. De todas las barbaridades enunciadas por Donald Trump desde su acceso a la Avenida de Pennsilvania, antinmigración, inhumanidad hacia Palestina, desmantelamiento de agencias federales, supremacismo, expansión territorial, recolonización geográfica, plenos poderes al histrión millonario Musk…, sus puntos de vista sobre la guerra de Ucrania son compartidos, curiosamente, por medio mundo, no solo por sus sumisas bases electorales y pese a casi todo lo que quiera argüirse en contra: es realista resaltar, como le ha hecho Trump a Zelensky, que proseguir una guerra tan cara, con una gran potencia nuclear como Rusia, por parte de un país de tamaño y recursos limitados como Ucrania, no solo implica la imposibilidad de ganar tal contienda, sino que su continuidad corre peligro evidente de incendiar la arena internacional y escalar hasta, quizá, la Tercera Guerra Mundial, como muchos ciudadanos del mundo tememos. Las dos conflagraciones mundiales anteriores, con sus horrorosos resultados en más de 70 millones de muertes y desoladora destrucción del continente europeo, se iniciaron también en ese corredor terrestre tan vulnerable como el que Eurasia presenta entre el Báltico y el Mar Negro, zona geopolíticamente sensible por excelencia, donde los juegos de poder cobran consecuencias impensables y altamente dañinas particularmente para Europa.

Los arsenales atómicos construidos en Ucrania durante la etapa soviética por orden de Moscú fueron revertidos a la Federación Rusa poco después de independizarse Ucrania de aquella a partir de 1990. Zelensky ha fiado toda su defensa militar a la ayuda armamentística occidental, señaladamente estadounidense y, complementariamente, europea, mientras no ha cejado un solo día de demandarla, cuando no de exigirla a sus aliados.

“Que se joda Europa”

El origen real de la contienda ruso-ucraniana tuvo su precedente en 2014, con las hostilidades del Gobierno ucraniano de Kiev contra el Donbass minero también ucraniano, de población mayoritariamente rusófona establecida en la zona oriental del país y fronteriza con la Federación Rusa. La minería de la provincia ucraniana, florón de su riqueza en la etapa soviética, comenzaba a ser desmantelada a pasos agigantados por el designio ultraliberal adoptado contra la economía ucraniana -de corte todavía estatal- por la denominada revolución naranja, urdida en Kiev, capital ucraniana, por Victoria Nuland embajadora y vicesecretaria de Estado norteamericana. Esta agente, comprometida -y triunfante- en cargarse al entonces presidente Yanukovich, partidario de mantener buenas relaciones con Moscú, se hizo célebre por su frase, “que se joda Europa” cuando desde Bruselas y Estrasburgo surgía una ola de inquietud ante los irresponsables manejos de la señora que, con certeza, debía contar, para desplegarlos, con la luz verde de Washington, vía la Casa Blanca o bien vía el complejo militar-industrial armamentista, pues, en temas geopolíticos trascendentes, nunca se sabe a ciencia cierta quien manda más realmente en Estados Unidos. Esta duda, Trump se propone abruptamente despejar. Pero el presidente estadounidense no parece reparar en que tiene sobre su nuca el aliento de un racista surafricano en estado de gracia presidencial hasta que éste, logre, como al parecer se propone, enfrentar al Estado federal, por él desmantelado, contra el Gobierno de su hasta ahora amigo rubio, y, ambos, como si se tratara de dos gorilas machos encerrados en la misma jaula, acaben despedazándose.

Los manejos político-económicos de la señora Nuland sobre la política de Kiev causaron más de 14.000 muertes en el Donbass, a manos represivas de tropas reconocidamente nazis como las tristemente célebres Brigada Azov, columna vertebral, entonces, de las Fuerzas Armadas ucranianas, con todos sus emblemas y esvásticas expuestas para quien quisiera comprobarlo. Estos son detalles que se olvidan, pero que crearon objetiva y subjetivamente las bases del escoramiento de la población rusófona del Donbass hacia la protección de la Federación Rusa, inicialmente opuesta a intervenir hasta que un referéndum local se pronunció por la adhesión mediante una república autónoma. Supuestos temores a que sucediera lo mismo en Crimea, península estratégica que siempre había sido rusa, llevaron a Moscú a anexionarse en 2014 Crimea, verdadero portaviones sobre el Mar Negro. Lo demás, la invasión militar rusa de Ucrania a partir de febrero 2022 ya se conoce en detalle.

La herencia de otros presidentes

La parte del relato relativa a la originaria injerencia estadounidense en la política ucraniana, es la que ha faltado a la argumentación de Trump contra Zelensky, fiel seguidor de las consignas de anteriores presidentes norteamericanos al respecto. Trump se dedicó a poner a parir a sus antecesores. De ahí la sorpresa del huésped ucraniano este viernes al recibir la humillante regañina de su anfitrión en Washington: Estados Unidos, a través de esta siniestra dama, miss Nuland, estuvo o tuvo que estar en el origen de una guerra atroz que ahora Trump trata de detener a toda costa, acusando a Zelensky de haber dilapidado sin justificar 350.000 millones de dólares, poco menos de la mitad del presupuesto armamentístico anual estadounidense. El presidente del tupé anaranjado le echó en cara a su invitado la ingratitud mostrada por Zelensky hacia su mecenas militar, si bien un comunicado ulterior a la bronca el ucraniano, tras abandonar la Casa Blanca sin ser despedido por nadie, agradecía tal ayuda.

Poco parece haber hecho Zelensky para detener la sangría de millares de deserciones entre la población joven de Ucrania que ha huido de sus compromisos militares con su patria y en fuga hacia el extranjero. No obstante, hasta seis viceministros, de las áreas de Seguridad y Defensa, fueron destituidos en Ucrania acusados de aceptar sobornos para librar a miles de jóvenes de ir al frente de batalla, poblado hoy por combatientes de edades superiores a los 40 y 50 años, cansados de una guerra sin salida que desangra a su país; guerra que amenaza gravemente a Europa y que ya ha causado la recesión económica de Alemania, que fuera la procelosa locomotora del Continente europeo occidental. No se sabe aún si fue -o no- un comando ucraniano el que dinamitó el gaseoducto submarino que transportaba gas siberiano a Alemania, permitiendo al país germano cebar energéticamente y de manera barata su hasta entonces floreciente industria. Causa preocupación el rearme de Polonia.

El presidente francés, Emmanuel Macron, por su parte, sigue oficiando de belicista, sin creérselo en demasía tras su reciente encuentro con Trump, emulando al halcón Stoltenberg o al tal Rutte, anterior y actual secretarios generales de la OTAN, organización armada metida hasta el tuétano en la infraestructura de esta guerra, anteriormente teledirigida desde Washington y hoy regida por el verdadero Comandante en Jefe de la denominada Alianza Atlántica, que puja denodadamente por zanjarla cuanto antes.

A partir de ahora, Londres, que tan poco ha hecho por Europa continental sino que, más bien, ha mangoneado históricamente cuanto ha podido por domeñarla, regirá esta guerra que parece adentrarse en su fase terminal. Trump le espetó a Zelensky que no estaba preparado para la paz y le amenazó con que Estados Unidos le abandonará militarmente si no accede a pactar la paz con la Federación Rusa.

Es de esperar todo tipo de jeremíadas de los sectores ideológicos y belicistas más desnortados de Europa, poniendo el grito en el cielo sobre el sofocón de Zelensky “devorado por dos hidras norteamericano-rusas, que actúan de consuno contra él”. Desde luego, nadie desearía hoy estar en el pellejo del líder ucraniano que, con certeza, acudirá a los faldones de Ursula von der Leyen para pedir que Europa se apriete más el dogal que ya le atenaza por las consecuencias letales de una sangrienta guerra que los enemigos de Europa cebaron tan cruel e irresponsablemente, envenenados por la codicia de la venta de armas y, también, por una rusofobia importada de la Guerra Fría. La caprichosa subida de aranceles decretada por Trump a los productos europeos será causa suficientemente esgrimida para seguir apoyando a fondo perdido a Zelensky, dos vectores de ruina para Europa, el dirigente y showman ucraniano que ha metido en la cárcel a media oposición y que desde hace ya seis años se niega a convocar elecciones en uno de los países más corruptos del área. Enfrente de él, el otro showman en escena, más ducho al parecer en estas lides, que le lanzó a la cara la frase “no tienes cartas para jugar este juego”, en base al déficit de bazas negociadoras del ucraniano, tan solo las relativas al daño causado en Europa. Claro que, la negativa de Zelensky a ceder la mitad de sus tierras raras a Trump, como este negociante le exigía, debió atizar buena parte de la bronca.

Sobre Vladimir Putin

En cuanto a Vladimir Putin, parece gozar de más confianza por parte de Trump que su adversario ucraniano. Esto sienta mal. Pero la fuerza estatal que Putin tiene detrás le da un aval que Trump o bien valora o bien teme. Así, Trump parece haber emprendido una pragmática cruzada contra la rusofobia imperante en las élites demócratas de su país y en Europa Occidental, como talismán orientado a desafectar a Moscú de Pekín, la madre, hoy, de todas las alianzas nefandas, según los policymakers de Estados Unidos. A ellos, el genocida Benjamín Nethanyahu, propietario sobrevenido de gran parte de la política exterior estadounidense, impide concentrarse en poner deseosamente el foco geopolítico estadounidense sobre China, no sobre el atribulado Oriente Medio, como el cruel infanticida persigue.

Permanezcamos atentos a la pantalla pues es previsible que cuanto más se avance en la consecución de la paz entre Rusia y Ucrania, cuando Zelensky quiera, pueda o le dejen, más cerca estaremos de que Israel abra el fuego de una guerra contra Irán, que fije al terreno a los Estados Unidos de América y le disuada de mirar hacia China y el Indo-Pacífico. Al tiempo.

Entretanto, asistiremos a nuevas broncas impartidas a tirios y troyanos por Donald Trump, que con certeza, nos brindará nuevos shows cada vez más espectaculares.

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