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Barcos de regreso

Barcos de regreso. | Flickr

En absoluto me apetece hoy escribir de enredos políticos, de las diarias liviandades ni de otras músicas desafinadas.

Veo desde mi ventana cómo las gaviotas vigilan la menor imprudencia de los peces que se asoman. Ahí están ellas, seguras de su afán y de su vuelo, centinelas del hambre. Mientras, los barcos van y vienen –nuestros barcos–, sorteando naufragios y enderezando velas que, con suavidad, el viento empuja. Hasta que un poniente inesperado acaba con su navegación y los detiene en lo ancho del mar para que aprendan a contemplar el encrespado paisaje de las olas que llegan.

Después de algunas madrugadas, Dios tiene compasión de los desorientados y les manda la luz y el sosiego de la luna para que alcancen de su mano, otra vez, las orillas.

Considero de esta forma la espiritualidad de cada uno: las gaviotas acaban con el valor de los peces crecidos; el abandono y la soledad llega después de creer que somos más poderosos que el océano. Y cuando sólo queda morir sobre las negras cordilleras del agua, llega Dios y nos ofrece la luz de su luna para el regreso.

pedrouve

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