Lejos de parecer una frase de incómodo y doloroso pesimismo, “así pasa la gloria del mundo” es una sabia moderadora de la soberbia humana cuando se ha perdido la memoria de lo que somos. En la antigüedad, mientras ardía un paño de brocado valioso ante el papa recién elegido, se proclamaba en latín esta verdad incuestionable. De todos modos, nos olvidamos de ella con frecuencia.
En una conocida ciudad española donde el obispado era dueño de una caja de ahorros, el cura responsable de la entidad se enfrentó con el prelado de turno porque no se le rendía a su máxima autoridad los números correspondientes. El administrador omnipotente se fue a Roma, hizo valer sus influencias con sólo Dios sabe qué argumentos y, a la vuelta, al obispo lo ascendieron a arzobispo de otra ciudad. Se acabó, entonces, de modo expeditivo la causa que los enfrentaba.
Hoy, la caja de ahorros ya no es propiedad de la Iglesia, el cura financiero dejó de vivir en este mundo, aquel obispo es un emérito y aquí paz y después gloria.
¿Cuándo aprenderemos?
Pedro Villarejo
Tropezamos siempre en la misma piedra.
Somos demasiado persistentes, y la verdad siempre saldrá a la luz, haciendo que despiertes del legado implantado por tus mayores.
Todo depende, en qué momento de tu vida ocurra.
Si ha crecido la semilla en tí, no tienes de qué preocuparte.
La senda continúa como un radar que te guía, es Dios ese Espíritu Divino,
Que germinó en tí.