En primero lugar, los cielos no ven con buenos ojos a quienes los asaltan, y menos de esa manera violenta que los podemitas preferían para distinguirse de la casta. Los seres humanos, precisamente por serlo, tenemos el tejado de vidrio. Ya San Pablo en el capítulo 7 de su carta a los romanos escribe: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”.
Los que verdaderamente quieren cambiar el mundo deben empezar por ellos mismos, antes de anunciarlo a bombo y platillo. En España no escarmentamos con el comunismo, que desdora y se apropia los esfuerzos de quien trabaja en beneficio del “Padre Estado”: un ente de razón cuya paternidad modifican en beneficio propio para alcanzar dinero suficiente en la compra de sus propias casas y de sus vastos amoríos. De ahí que paseen a las damas como objeto de complacencia y paguen sus besos con la sangría de nuestros bolsillos… De todas maneras, esta señorita que denuncia al diputado fugitivo, a la primera de las tres violencias sufridas en un mismo día, debía haberse quitado de en medio.