Aquellos niños y niñas en pijama de rayas del hospital de tuberculosos de Alicante: “El tiempo se detuvo, era aterrador” (capítulo 3)

29 de agosto de 2024
7 minutos de lectura
Hospital tuberculosis
El edificio sanitario antitoberculosos de aguas de Busos, en Alicante./ ELI CLI

Si duros fueron los meses de la entonces niña Josefa Fraile en el hospicio de la Sierra Norte de Madrid, su estancia en el hospital de Aguas de Busot fue una pesadilla.

Hoy les exponemos la tercera parte del serial que está divulgando FUENTES INFORMADAS sobre la vida de Josefa Fraile. Esta madrileña, que hoy tiene 66 años y vive en Madrid, ha llorado mucho, durante horas y días. Semanas. Quien les escribe lo ha vivido. Primero, con cuatro años, cuando sus padres la abandonaron (a ella y a su hermana Carmen, dos años mayor). Y después sus familiares, que la llevaron a un terrorífico hospicio de la sierra norte de Madrid. Bebía agua del vater.

Recuerdos escalofriantes, como cuando, en braguitas, en pleno invierno, nevando en Guadarrama, Josefa veía, desde una ventana de aquel barracón para niños (la estirpe franquista, años cincuenta, lo promocionaba como campamento de verano), las risas de las cuidadoras observando los tiritones de una niña de apenas ocho años a la que habían sacado desnuda a la intemperie como castigo. El castigo consistía en dejarla en braguitas sobre la nieve.

Eso lo vio Josefa Fraile, lo tiene fijo en su mente, junto con el recuerdo todavía presente del día en que su emperifollada madre le dio un muñeco de caucho segundos antes de entregársela a una monja de un hospicio que había entonces en la calle de O’Donnell de Madrid. La dejó y se fue, sin volver la cabeza hacía los llantos de Josefa.

La madre de Josefa se había separado de su padre. La pareja rota debía odiar a sus dos hijas, Josefa y Carmen, porque a ninguno les preocupó desentenderse de ellas con tan solo cuatro y seis años e irse con cada uno de ellos con otras parejas. Y a Josefa, lo contaba ella en la segunda parte de este serial, la llevaron desde el hospicio de O’Donnell a los llamados campamentos, en la Sierra Norte, un terrible edificio donde el Estado interna a a los niños desamparados.

Es horroroso pensar lo que hacían con esos niños nada más llegar. Para quitarles los piojos que les suponían, les llenaban la cabeza de DDT y rodeaban el pelo con un toalla con la que debían dormir toda la noche sin quitársela. Al día siguiente, las escoceduras en la piel en muchos niños y niñas daba miedo verlas. Pero en ese sitio, decía Josefa, por toser, un bofetón, por beber más de un vaso de agua, otro, por no hacer la cama, otro.

Uno de los castigos, salir desnuda en braguitas sobre la nieve… auténticas torturas. Sobre niños de corta edad. Josefa fue una de esas niñas durante muchos meses. Como solo se podía beber un vaso de agua al día, algunas niñas, antes de hacer sus necesidades, extraían agua del inodoro en un vaso y bebían de ahí. Luego llegaban las diarreas.

Ahí estuvo Josefa hasta que un día reapareció su padre, que tiempo ha… se había ido con una italiana. La sacaron de ese hospicio del terror y la llevaron a casa de la abuela paterna. Pero no pasó mucho cuando el padre volvió a desaparecer y la familia tiró de influencias para internar de nuevo a Josefa. Esta vez en el hospital antituberculosos de Aguas de Busot, en la provincia de Alicante (el que se ve en la foto que encabeza esta tercera parte sobre la dramática vida de Josefa Fraile).

Si duros fueron los meses en el hospicio de la Sierra Norte madrileña, su estancia en Aguas de Basot fue una pesadilla. La mezclaron con niños y niñas que vestían todos con pijamas de rayas. Y el colmo de los colmos es que ella nunca tuvo tuberculosis. Para colarla allí se inventaron que tenía una mancha en el pulmón. Era mentira, pero fue la falsa excusa del médico amigo de la familia. Recuerda que cuando ingresó allí “el tiempo se detuvo… todas las noches eran las mismas noches”, rememora.

A continuación, les exponemos la tercera parte del serial sobre Josefa Fraile que viene publicando este portal. La narración es de Josefa, sobre lo que vivió. Con sus palabras y forma de expresarse.

El abuelo de Heidi

“Apenas tengo recuerdos de mi abuelo FRANCISCO, siempre asocié su imagen a la del abuelo de Heidi, corpulento, de barba blanca, cejas y pelo muy poblado que le crecía desde casi la mitad de su frente, eso sí, blanco como la nieve antes de ser pisada.

Intento cada día pensar un poquito en “ÉL”, no quiero que ningún momento que viví a su lado se difumine o desaparezca para siempre.

De profesión chatarrero, pero no un chatarrero cualquiera, no, uno de los de antes como diríamos ahora, de esos que recogían a pie cartones y cualquier cosa que luego se pudiera vender para mantenernos, tirado el carrito por uno de sus perros donde mi abuelo me sentaba siempre antes de salir a la calle, para que su nieta no fuese andando.

“No debieron hacerlo, pero lo hicieron”

Una mañana llegó mi abuela (la madre de mi padre) al cuchitril donde estábamos mi abuelo (el padre de mi madre) y yo durmiendo, me cogió del brazo, me metió en un coche el cual puso rumbo a la calle Doctor Sánchez de Madrid, donde mis tíos nos estaban esperando en su nuevo coche 1.500 para llevarme al SANATORIO-PREVENTORIO -¿ANTI?-TUBERCULOSO DE AGUAS DE BUSOT, y enseguida supe que una vez más mi futuro volvería a pasar por el infierno, un infierno, eso sí, mucho más oscuro, aterrador y sofisticado del que un año atrás había sobrevivido.

Vuelta a empezar, ¿ y ahora qué?, pues nada, imaginé que sería más de lo mismo, ¡pero que va!, para nada era como EL PREVENTORIO DEL DOCTOR MURILLO DE GUADARRAMA, me di cuenta que ese tiempo pasado en “ÉL”, solo había sido un sueño y que ahora empezaba mi verdadera pesadilla.

NO PUEDES ABRIR LA CAJA DE “PANDORA” Y LUEGO CERRARLA SIN MÁS.

Esa primera ¿merienda cena? que me dieron nada más llegar, se componía de una especie de leche en polvo que más se parecía a una mantequilla líquida con trozos de pan, me produjo una especie de trastorno intestinal y estuve toda la noche con diarrea mezclada con sangre, no paraba de vomitar y la fiebre de subirme.

Fue entonces cuando las enfermeras, porque allí no había CUIDADORAS, por lo menos en el pabellón donde me metieron a mi, sino “ENFERMERAS”, llamaron a un practicante, lo recuerdo muy bien, que me administró una pastilla y me obligaron a beber mucha agua hasta que me quedé dormida. A la mañana siguiente me vino a ver un médico y dijo, ¡PARECE SER QUE EL NUEVO MEDICAMENTO PREPARADO CON TUBERCULINA QUE NOS HAN ENVIADO DE LA ENFERMERIA LE HA HECHO EFECTO!, a continuación le dio una orden a la enfermera que le acompañaba, la dijo QUE NO ME SACARAN DEL SANATORIO, QUE LE INFORMARAN PRIMERO DE MI EVOLUCIÓN, si mejora, ya veremos cuando la enviamos al PAVELLON DEL PREVENTORIO porque es una de las recomendadas y no debe salir de aquí.

En donde me metieron para recuperarme de lo que esa noche me pasó, había una hilera de mas de 100 o 200 camas, una hilera para niños y otra para niñas de color azul.

Me trajeron la ropa y los enseres donde iban a ser solo exclusivamente para mi marcados con mi nombre, me sacaron a una especie de porche muy largo y con vidrieras desde donde todo el paisaje era  montañas grandes, campos verdes y arboles, no se veía ni una casa, ni un animal, ni nada que pudiese uno imaginar que existían más personas que nosotros, deduje que estábamos solos.

Me tumbaron en una hamaca, me taparon con una fina mantita y me dejaron todo el día junto a mas niños y niñas ¡TODOS ENFERMITOS DE TUBERCULOSIS!, muy delgaditos, y de caras grises y ojeras grandes que apenas podían respirar.

También había niños con POLIOMIELITIS y VARICELA, lo recuerdo muy bien porque yo tuve una POLIOMIELITIS LEVE que jamás me trataron.

Cada rato pasaban las enfermeras con uniformes azules, cofias y mandiles blancos, en sus manos una bandeja como de aluminio y varios recipientes en los cuales nos obligaban a toser para que esputáramos en ellos, y a continuación llevarnos uno a uno a los retretes para recoger muestras de nuestras deposiciones, y luego sacarnos sangre en una salita, mientras en un libro que llevaban ellas en el que ponía en la tapa “LIBRO CON ORDENES Y CONSEJOS DE INDICACIONES MÉDICAS” iban apuntando todo.

Entre ellas hablaban sobre las cartas de recomendación para ingresos de nuevos pacientes, y cada vez que pasaban junto a mi ¡NI ME MIRABAN!.

Estaba prohibido que los familiares enviaran comida ya fuera comprada por ellos o pagando para que se ocuparan ellos de hacerlo, que les escribiéramos, al igual que ir a visitarnos.  

A mi me llevaron a ese lugar alegando que tenia ” UNA MANCHA EN EL PULMON”, cosa que era mentira, porque cuando de adulta me han hecho radiografías nunca detectaron los médicos nada, ya que si hubiese sido así me hubiera quedado una cicatriz de por vida una vez me hubiese curado de mi dolencia, ¡UNA DOLENCIA FICTICIA QUE AMAÑARON MIS FAMIIARES CON UN MEDICO AMIGO SUYO! con el único fin de ingresarme en ese lugar.

Pasé casi unos dos años junto a niños “TUBERCULOSOS Y CON PROBLEMAS PULMONARES”, hasta que fueron a buscarme porque mi bisabuela ( por parte de padre) había muerto, y mi padre se volvía definitivamente a España desde Suiza con su amante italiana ya que mi abuela ( su madre) deseaba repartir la herencia con sus dos hijos, y claro era evidente que solo era la herencia, ya que ni se le pasó por la cabeza el darle a una de sus dos hijas la que llevaba el hombre de Carmen mi hermana, que se quedaba con ella y que si o si, yo, me iría quisiese o no con mi padre y mi ¿NUEVA MADRE? a vivir con ellos, de nuevo y una vez más nos volvían a separar. 

Hoy me sigue doliendo y mucho no poder demostrar  todo aquello que me obligaron a vivir sin estar enferma, todo aquello que imagino una vez murió el “DICTADOR FRANCISCO FRANCO”, todos sus ¡ESBIRROS! fijo que se dedicaron a quemar todas y cada una de las pruebas que confirmaran lo que no solo yo, si no también miles de niños y niñas pasamos, y que no todos sobrevivimos a los experimentos que hicieron con nosotros sin estar muchos enfermos, porque en ese MONSTRUOSO lugar aparte de los sufrimientos, las toses profundas, amargas y teñidas de sangre, de los ¡DESVENTURADOS RENGLONES TORCIDOS DE ESE TAL DIOS! a los que debían de haber PROTEGIDO Y NOS PROTE-JODIERON…”.

“EN MESES DETERMINADOS TAMBIÉN LOS “ENTERRABAN EN TUMBAS”.

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