Cada vez que el Presidente de Gobierno anuncia que va a hacer una declaración institucional me temo lo mejor: ¡Va a presentar su renuncia!. Pero no. Me ocurre igual con los gritos que se suceden en el piso turístico junto al mío cuando llegan los fines de semana y sus fiestas y abandonos hasta la madrugada parecen no tener fin: “Ya callarán”, me digo. Pero no, como el Presidente y el muñequito de las pilas, siguen y siguen hasta el delirio.
Nos terminará pasando como a Antígona, a quien el tirano Creonte le había negado sus derechos políticos e institucionales y no le quedó más remedio que suspender su vida ella misma ahorcándose en una cueva solitaria: Hemón, el amor de su vida e hijo del dictador, al verla así, se suicidó también a su manera y más tarde Euridice, su madre, que no pudo soportar la muerte de su hijo… Aristóteles supuso que Antígona era el símbolo de una catarsis colectiva que, con los años y en nuestro caso, puede terminar en salvación. Mucho más cerca veo yo el abismo.
La declaración institucional era otra de las suyas: nunca reconocer sus errores y echarle la culpa a los demás.
pedrouve