En el principio fue la luz, pero antes la voluntad de que la luz luciera en el pecho de Dios. Los pájaros luego, las algas y los peces en los mares, la multitud de estrellas que Abraham ni nadie ha podido contar. Y más tarde el hombre, con su bondad atravesada por mil rayos inconexos, por un clavario de flechas de sombra que lo desorientan.
Las Sagradas Escrituras sostienen que Juan el Bautista dijo la verdad sobre Jesucristo. La Verdad fue la bandera de su conducta hasta el extremo de que murió por ella tras recriminarle a Herodes que tuviese una amante, esposa de su hermano Filipo, gobernador de Iturea y Traconítide. Herodías, la divorciada, no soportó que la señalaran con la verdad y buscó el modo de que Juan no viviera.
A lo largo de los siglos han sido muchos los mártires de la Verdad, prefiriendo morir antes de mancharse con la infamia de la mentira. Su sangre derramada o su olvido en las mesas donde se distribuye el poder, será simiente de honestidad inquebrantable.
Que no sufran los mentirosos: malaventurados ellos que, por ocultar la verdad, siguen a salvo.
Pedro Villarejo