¿Cómo evitar que los alacranes se suban a la cama? No es una pregunta menor ni un capricho paranoico. Para quienes viven en zonas calurosas o de vegetación espesa, la idea de un alacrán trepando entre sábanas no es una leyenda de rancho, sino un miedo cotidiano.
Las madrugadas pueden volverse un campo minado si no se toman medidas. La escena es silenciosa, casi invisible: una criatura pequeña, sigilosa, que encuentra en el colchón un refugio templado.
De acuerdo a un estudio del Hospital Alemán de Buenos Aires, los alacranes suelen buscar lugares oscuros, cálidos y tranquilos. Camas, zapatos, ropa sin sacudir o rincones húmedos se convierten en sus escondites favoritos, especialmente durante los cambios de clima o en tiempos de lluvias, cuando el refugio se vuelve urgente.
Los alacranes en casa no llegan por arte de magia. Se cuelan por rendijas, grietas en las paredes, desagües mal sellados o techos con tejas flojas. Una vez dentro, se sienten atraídos por espacios oscuros, cálidos y húmedos. Las camas no solo cumplen con esas condiciones, sino que además suelen estar en habitaciones poco ventiladas o con muebles cercanos a la pared, lo que les ofrece rutas de acceso fáciles.
El exceso de escombros en patios, la acumulación de ropa en el suelo o la presencia de cucarachas —su principal fuente de alimento— incrementan las probabilidades de toparse con un alacrán. De acuerdo con la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), los alacranes son oportunistas: si encuentran condiciones cómodas, se quedarán. No buscan a las personas, pero tampoco les huyen.
Algunas personas prefieren ahuyentar alacranes naturalmente. Entre los remedios más utilizados están las hojas de laurel, el aceite de lavanda, el vinagre blanco y el polvo de canela en puertas y esquinas. Aunque no son infalibles, su aroma puede ayudar a mantenerlos lejos.
Es importante recordar que no matan alacranes, solo los incomodan.
Sí, pero con matices. Existen productos específicos para escorpiones, aunque muchos están formulados para plagas generales. Su uso debe ser cuidadoso, especialmente en espacios cerrados o con mascotas.
Dormir tranquilo no debería ser un lujo condicionado por una picadura. En un país donde los alacranes no piden permiso para entrar, tomar precauciones es más un acto de amor propio que de paranoia.
Porque en el fondo, lo que buscamos cada noche no es solo descanso, sino la certeza de que no habrá ningún intruso —ni de ocho patas ni con aguijón— debajo de nuestras sábanas.
*Por su interés reproducimos este artículo de Diana Oliva, publicado en Excelsior.