Al Rey don Felipe VI

17 de abril de 2025
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Al Rey don Felipe VI
Don Felipe trata de consolar a las víctimas de la dana en Paiporta, en uno de sus viajes más difíciles. /EP

En honor a la verdad, la vagancia y la haraganería no parecen haber sido las características de la década de su mandato. Deseo explicar a nuestros lectores las dificultades objetivas y personales con las que usted se encontró al acceder a la Corona

Señor: me dirijo a usted, don Felipe, en esta fecha en la cual muchos españoles conmemoramos el aniversario de una efemérides señera en la Historia de España: el 14 de Abril, proclamación de la Segunda República. Corría el año 1931; fue aquel un día caracterizado por el entusiasmo y la esperanza, como prueban múltiples testimonios personales y gráficos de entonces. No hubo violencia alguna. Su bisabuelo, Alfonso XIII, pudo abandonar por voluntad propia el país. Decisión a la que presumiblemente le llevaron sus errores, entre otros, el haber aleccionado y apoyado una dictadura militar sobrevenida poco antes de que pudiera hacerse público el expediente Picasso, informé que involucraba personalmente al rey en un feo episodio de tenencia de acciones en minas del Rif, territorio marroquí regado con la sangre de miles de españoles. El caso fue que, como un siniestro ritornello, usted ha tenido que afrontar los efectos colaterales de otras prácticas presuntamente corruptas, en este caso de su padre, Juan Carlos I, para decepción de millones de españoles que confiaron en él y le dieron su afecto durante varias décadas.

Dificultades objetivas y personales

No refiero estos hechos con otro ánimo que el de explicar a nuestros lectores, señaladamente jóvenes, las dificultades objetivas y personales con las que usted se encontró al acceder a la titularidad de la Corona. Fue proclamado rey en 2014, en medio de una potente ola de descrédito de la institución que encarna. La consideración generalizada entre los jóvenes era la de que la Monarquía es una institución demasiado vulnerable a sus contradicciones, merced a su arcaísmo y sus privilegios, que no garantizaban que el estigma de la corrupción no atravesara sus puertas. «Vagos e inútiles» fueron los adjetivos con los cuales se descalificaba a la cabeza y a los miembros de la institución. Quizá por ello, su entorno, la Casa Real, decidió resaltar en una exposición itinerante casi todo aquello que usted hizo para contrarrestar el pesado fardo que asumió al acceder de manera vitalicia a la Jefatura del Estado y de las Fuerzas Armadas, así como su condición de garante de la Constitución. En honor a la verdad, la vagancia y la haraganería no parecen haber sido las características de la década de su mandato: entre 2014 y 2024, realizó 197 viajes oficiales al extranjero; fue anfitrión de 269 jefes de Estado y autoridades internacionales; compareció personalmente en 3.190 audiencias; desplegó 4.000 actividades diferentes y saludó directamente a 25.000 personas, según datos oficiales de la Casa Real.

Independientemente de otros gestos, como los vinculados al rechazo personal a la herencia de su padre y el de la venia dada al exilio de su progenitor, amén del dolor que sendos hechos causaron en usted, hay que resaltar el surgimiento de cambios formales en su esfera inmediata, la de los consejeros áulicos, que parecen mostrar ahora más reflejos que los de sus antiguos consejeros.

Mutilación del discurso

No obstante y desafortunadamente, algunos potentes tópicos rituales heredados del pasado se perpetúan en la escenificación a la cual, con certeza, le someten en sus comparecencias públicas y en otras intramuros de su Casa. La más importante, a juicio de este escribidor, sería la de la muy posible mutilación del discurso que usted pronunció ante los comensales que asistieron a su boda con la futura reina, doña Letizia Ortiz, el 22 de mayo de 2004; discurso en el cual -seguí de cerca el evento y sus fastos como asesor histórico de la cadena mexicana Televisa- y escuché sus palabras: en ellas dijo que no reinaría sin la aquiescencia de los españoles, palabras que interpreté, junto con otros periodistas, como una mención directa, incluso como un alegato personal, a favor de su legitimación mediante la convocatoria de un referéndum sobre la Monarquía ante el pueblo soberano.

La cinta de audio que registraba sus palabras sufrió una serie de cortes y, hasta el momento, no ha podido ser rescatada en su integridad. Desgraciadamente, ese fue otro ejemplo de la secrecía y de las pulsiones ocultas entre las que, sin dar cuentas a nadie pese a que vivimos formalmente en una democracia, se despliega la tenebrosa razón de Estado, avalada por una ley de Secretos Oficiales promulgada en plena dictadura, 1968. Alguien debió decirle a usted «de eso, nada» y con posterioridad, se avino a renunciar a su inicial y democrático propósito.

Validar popularmente a la Monarquía

Hay más cosas aún. En la prohibición a validar popularmente a la Monarquía en las urnas se incluía perpetuar la causa principal que ha posibilitado antes y previamente a su reinado, el surgimiento de prácticas anómalas, irregulares y también corruptas en el mismo seno del entorno real. Y ello es ni más ni menos explícito en la irresponsabilidad e inviolabilidad de la figura del rey ante la ley, que los llamados «padres de la Constitución» de 1978, a modo de trágala, incluyeron en su texto; y ello en medio de una correlación de fuerzas claramente adversa a los intereses de la mayoría social y un «ruido de sables» en sordina, pero presente siempre, que haría eclosión tan solo dos años y unos meses después, el 23 de febrero de 1981.

Recordemos, no obstante, que la Transición hacia la democracia tras la dictadura vino desde abajo, desde la lucha de los sectores obreros, estudiantiles y vecinales hartos del dictador y su régimen pero, a la postre, sería rentabilizada y usufructuada por los sectores de arriba, que tan poco hicieron por la democratización de España. Por cierto, qué feo el hecho de que uno de los redactores de nuestra Constitución fuera cooptado como defensor de la infanta Cristina en el caso Noos. En estos días, a don Juan Carlos solo se le ocurre elegir a la abogada del novio de la truculenta presidenta de la Comunidad de Madrid, tan impopular en círculos cultos y sensatos de la opinión pública española, para pleitear contra el expresidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla.

¿Quién asesora al emérito?

Cabe preguntarse, ¿quién asesora al emérito? Parece que dinero no le faltaría para contratar un letrado sin tal connotación. Otro de los denominados «padres» de la Constitución fue apartado de la primera línea de la actividad política por mor un supuesto caso de corrupción con una empresa eléctrica estadounidense, como investigó una cadena televisiva de aquel país.

En fin. Nuevas tribulaciones caen sobre sus hombros cada día. Si a todo ello añade usted, de su propia cosecha, el patente mohín de desagrado de su gestualidad cuando comparece junto al presidente del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez, la impopularidad de la Monarquía ante al menos la mitad de los españoles se verá progresivamente acrecentada. Pero, sobre todo, la erosión de la institución monárquica, en estas fechas en las que asistimos a tan impensables erosiones, proseguirá de modo inexorable si esa causa generatriz de todas las anomalías y presuntas corruptelas descritas, esto es, la irresponsabilidad e inviolabilidad del rey por encima de la ley, no desaparece y es constitucionalmente proscrita.

Cuanto más tiempo dure esa malformación que capacita al titular de la Corona a incurrir en gravísimas exacciones como las precitadas -pese a las garantías que usted ha dado de no caer en ellas evocando la ejemplaridad- más llano se hará el camino para el advenimiento entusiasta y democrático de la Tercera República, que hoy anhelan millones de compatriotas. Reciba un saludo ciudadano.

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