Juan Antonio Flores se halla en la actualidad prófugo y anuncia que solo regresará a la cárcel cuando se le garantice una adecuada atención médica a sus graves patologías
Documentos que acreditan el despido de Juan Antonio Flores como socorrista de la cárcel de Soto. Abajo, la raja de la operación a la que fue sometido para limpiarle la septicemia que le comía por una negligencia.
El dramático caso del interno de la cárcel de Soto del Real Juan Antonio Flores, de 44 años, del que informó ayer este periódico, ha generado comentarios de indignación en las redes sociales. Entre ellos, de ex reclusos que han coincidido con él en distintas prisiones. Uno de ellos, por ejemplo, le da ánimos y asegura que él mismo fue testigo de “las muchas putadas” que le hicieron los directivos de prisiones.
Tiene una mención especial para “don Pepe”. Es decir, el alcaide/director de la prisión de Alcalá Meco. El mérito de don Pepe (José Comerón se llama, aunque a él le gusta lo de Pepe pero siempre con el don delante) no es otro que ser amigo del máximo jefe de Prisiones, el susodicho Ángel Luis Ortiz. Y el otro seudomérito de don Pepe, según el sentir de numerosos ex internos y personas que le han tratado, es su “innata capacidad para joder a los presos”. Sus hirientes comentarios con presos e incluso familiares de estos.
Se le ha escapado hace unos meses un preso muy peligroso y recientemente se le ha suicidado un enfermero de su prisión, al que estigmatizada diciéndole que tenía “demasiada pluma”. Pero don Pepe no se da por aludido ni su amigo Ortiz le mueve la silla.
A Juan Antonio Flores, casado y padre de tres hijos, ciertamente le han hecho “muchas putadas”. La mayor, desentenderse los médicos y directivos de sus ruegos para que le curarán una pequeña lesión en la pierna que fue a más cada día con dolores y fiebre y que finalmente le ocasionó una septicemia. Casi le cuesta la vida. Le ha dejado un glaucoma y sordera en un oído, y una diabetes de las graves. Y un fémur de titanio.
Delito económico
Juan Antonio llegó a la prisión de Soto del Real en 2018 por un delito económico con una salud envidiable, pero salió de allí con un 75% de discapacidad.
Por mucho que se quejaba de que tenía un moratón en su pierna que le dolía a rabiar, a lo sumo le daban calmantes. En las cárceles es común recetar analgésicos para casi todo. Pues eso hacían con Juan Antonio los sanitarios de Soto del Real.
Ni se les pasó por la cabeza hacerle una radiografía. Hasta que un día Juan Antonio se mareó y ya no tuvieron más remedio que llevarle al área de presos del hospital Gregorio Marañón de Madrid. Si se pasan unos días más, habría muerto. Tenía una septicemia con metástasis. Estuvo casi diez días en coma al borde la muerte.
En lugar de interesarse por su estado, pues la culpa de su situación era de la prisión y de los directivos y sanitarios que no le proporcionaron un adecuado tratamiento, el entonces director de Soto le envió un watsaap comunicándole que le rescindía el contrato como socorrista de la cárcel.
Le envió un WhatsApp despidiéndolo del trabajo que tenía en la cárcel. Estaba contratado. Juan Antonio era el ordenanza de las canchas deportivas y el monitor de natación y socorrista de las dos piscinas del centro. Le pagaban algo más de 200 euros al mes. Son contratos especiales para presos, pero que cotizan a la Seguridad Social.
Juan Antonio, que estaba en coma en ese momento en el Marañón, lógicamente no vio la comunicación del despido. Sí su mujer. Él lo leyó muchos días después, cuando despertó del coma, que casi se lo lleva al otro mundo.
Es decir, en lugar de interesarse por él y animarlo, la misma cárcel cuya negligencia casi lo mata, lo despide estando en coma clínico. En la cárcel tener un trabajo, y pagado, está muy codiciado. Despedirle era lo peor que le podían hacer, y se lo hicieron (ver las fotografías y documentos que ilustran esta información).
De aquella desatención y grave negligencia médica, le ha quedado una peligrosa diabetes, tipo 1, sin contar el fémur de titanio que lleva en una pierna ni el glaucoma o la sordera parcial que padece.
Situación complicada
La situación de Juan Antonio en este momento es muy complicada. Le condenaron a ocho años por un delito económico y aún le quedan algo más de dos años de cumplimiento.
Pero en su último permiso no pudo más y decidió no volver a la prisión de Navalcarnero. Está huido. La policía le busca desde hace un mes. ¿Por qué ha huido de la cárcel de Navalcarnero? Quizás no le faltan motivos. La dejadez médica de Soto casi le mata.
El problema que le condujo a no volver a la cárcel, es que lleva meses con una úlcera en una uña que necesita cuidados extremos dada la diabetes que padece. Y se queja de que en la cárcel no ha recibido ninguna atención. Un interno amigo le dejó Betadine, un producto antiinfecciones que los internos no puede tener en sus celdas, y él solo se ha estado curando con eso.
Pero la herida, debido a la diabetes, no terminaba de cerrar y en la cárcel no le proporcionaban ni un mísero antibiótico, crucial para la curación. Y por mucho que se ha quejado, ni caso.
Juan Antonio Flores ha sido de los presos que conocían sus derechos y ponía escritos y recursos cuando veía una arbitrariedad. Estudió Derecho en la cárcel. A los directivos y funcionarios, hay excepciones, no les gusta nada que los internos hagan reclamaciones. Les molesta tremendamente. Y al que se atreve van a por él.
Los escritos o quejas les obliga a trabajar más y, además, no les gusta que sus errores trasciendan fuera ante el juez de vigilancia. Y para ellos Juan Antonio era especialmente odioso._ Y a los odiosos, es una norma no escrita, les “putean”, resalta un expreso. Y si le pueden fastidiar un permiso, se lo fastidian. Basta con trasladarlo de prisión la víspera de un permiso. Eso le hizo don Pepe, el alcaide/director de Alcalá Meco, a Juan Antonio.
Durante un permiso, el día que debía regresar al CIS de régimen abierto Victoria Kent, tras su paso por Soto del Real, Juan Antonio sufrió una hipoglucemia, hasta el punto que tuvo que intervenir el Samur y permaneció hospitalizado varios días. No pudo reincorporarse. Los familiares avisaron al centro penitenciario. Pero a los directivos les dio igual. Debía incorporarse y no lo había hecho.
En ese momento, Juan Antonio ya llevaba muchos años de cárcel y los jueces le habían otorgado un régimen de segundo grado con los beneficios del artículo 100.2. Es decir, podía salir a trabajar todos los días y solo ir a prisión a dormir. En el Victoria Kent de Madrid se tomaron muy mal la no reincorporación. Y le quitaron ese beneficio y lo acusaron de quebrantamiento de condena.
Un juez de la plaza de Castilla archivaría más tarde ese delito. Puesto que no se incorporó por causa de fuerza mayor. Estaba en un hospital enfermo, recordó el juez a la prisión.
Quebrantamiento archivado
Pero hasta que el juez archivó el caso hubo otras “muchas putadas”. Por ejemplo, enviarlo a la prisión de Alcalá Meco, con el poco amado don Pepe. Pero sin los beneficios del artículo 100.2.
Al llegar a Meco Juan Antonio intentó reiteradas veces ver a don Pepe para explicarle que no había cometido quebranto de condena, que le devolvieran el beneficio que le había concedido un juez y que se lo habían quitado arbitrariamente con la excusa de la no reincorporación. En ese momento, el juez aún no le había archivado el delito de quebrantamiento.
Don Pepe, luego de varios meses, accedió por fin a hablar con él. Fue justo al día siguiente de que le llegara el auto del juez archivando el quebrantamiento. Ahí sí se dignó a verle. Fue en julio de este pasado verano.
Juan Antonio le expuso que, puesto que no había cometido ningún delito, que le restituyeran los beneficios del artículo 100.2. La respuesta de don Pepe fue que “se iba de vacaciones al día siguiente y que lo único que le importaba en ese momento era irse de vacaciones”. Y que su asunto lo vería a la vuelta. Todo mentira, salvo que ciertamente se iba de vacaciones. Pero don Pepe ya tenía un plan para él.
En ese momento, Juan Antonio tenía pendientes de disfrutar sendos permisos de tres y cuatro días concedidos por el juzgado.
Dos días después de irse de vacaciones don Pepe, le informaron de que lo trasladaban a la cárcel de Navalcarnero, la más dura de Madrid.
Allí don Pepe tenía de directora a Noelia, quién durante años había sido su subdirectora y que aun hoy encabeza la junta de tratamiento, según algunos internos, “más arbitraria e injusta de las de Madrid”.
Es decir, pese a que Juan Antonio había sido absuelto y lo normal es que recuperase su estatus del artículo 100.2, el “puteo” de don Pepe consistió esta vez en no dárselo, pese a que tenía derecho a ello, y en trasladarlo a la cárcel menos humana (así lo dicen los internos y reconocen funcionarios) de las de Madrid, esto es, Navalcarnero. Eso ocurrió a finales del pasado julio.
La úlcera
Juan Antonio llegó a Navalcarnero con la úlcera cada vez más pronunciada, alimentada por la diabetes, sin antibióticos y sin que los sanitarios de la prisión le atendieran adecuadamente. Solo una persona, asegura Juan Antonio, un enfermero, al que había conocido en el Alcalá Meco de don Pepe, se interesó por él y se preocupó realmente de curarle la úlcera.
Se llamaba Saúl. Se llamaba porque hace varias semanas se quitó la vida tras dejar una carta en la que acusaba a don Pepe de “machista”. Le habían hecho la vida imposible en Meco y pidió traslado a Navalcarnero. Y allí volvieron a verse él y Juan Antonio.
A Juan Antonio la noticia de su muerte, contada en Fuentes Informadas, le impactó desde el lugar secreto en el que ahora se halla prófugo. ¿Por qué está prófugo? Al poco de llegar a Navalcarnero, exigió que le dejarán disfrutar los permisos de tres y cuatro días que le había concedido el juzgado y que don Pepe, trasladándolo a Navalcarnero, logró demorar.
Antibióticos
Juan Antonio no quería estar en Navalcarnero. Quería salir para conseguir antibióticos. En la cárcel no le daban. Y Saúl, el enfermero, hacía lo que podía, pero no estaba en su mano darle antibióticos.
Así que finalmente pudo disfrutar del permiso de tres días, sin incidente alguno, tal como había ocurrido con los 16 que había dispuesto con antelación. Pero su herida del pie seguía sangrando. No se curaba. Y no quería pasar otra vez por lo mismo de Soto del Real, que casi le cuesta la vida.
Fue cuando pidió el segundo permiso, de cuatro días. En su casa, junto a su familia, decidió que no volvería a la cárcel hasta que no estuviera curada la úlcera de su pie. Eso fue hace aproximadamente un mes. Desde entonces le busca la policía.
Juan Antonio quiere volver voluntariamente y cumplir de una vez los dos años que le quedan, pero quiere tener salud para, cuando salga, reemprender su vida normal con su esposa e hijos.
Tiene miedo de volver, de lo que le pueda ocurrir. Por eso ha pedido a Fuentes Informadas que le acompañe al centro. El regreso puede producirse esta o la siguiente semana.
Este periódico seguirá contándoles en los próximos días las vicisitudes de Juan Antonio, un interno, como muchos otros, que caen en desgracia entre los directivos de las cárceles porque no se callan, porque exigen sus derechos. Y como a los de arriba no les gusta eso, “los putean”.
Por cierto, los puteos y negligencias médicas de los chicos del secretario general Ángel Luis Ortiz, amigo de la ex alcaldesa Manuela Carmena y juez de vigilancia penitenciaria en excedencia, han costado mucho dinero al Estado. Ellos provocan la fechoría pero no la pagan de sus bolsillos. La paga el Estado. Mucho dinero.