García Lorca en Buenos Aires. Capítulo IX

11 de diciembre de 2023
6 minutos de lectura
García Lorca.| Fuente: Wikipedia

Anoche llegó el poeta (2ª parte)

Ahora, en estas declaraciones al diario porteño, Federico ma­nifestaba que lo último para él es la literatura. Sabe muy bien el poeta que la literatura es lo primero en su vida. El conversar largas horas con los amigos, salir y divertirse, son las tinajas donde almacena su vino, o donde se lo bebe. En otras declaraciones, García Lorca ha explicado muy bien la necesidad que tienen muchos hombres de decir de ellos mismos lo que la gente espera:

“Los hombres, en su mayoría, tienen una vida especial que usan como tarjeta de visita. Es la vida que se les conoce públicamente y que ellos mismos presentan diciendo: —Ya soy éste, y que se les recibe pensando: “si usted lo dice . . .”. Pero esa mayoría tiene también la otra vida, una vida gris, agazapada, torturante, diabóli­ca, que trata de ocultar como un feo pecado”.2

Repuesto un poco de tantos días en el mar, Federico hace un cumplido y continúa diciendo:

“Pero no hablemos más de mi arte. No hablemos más en serio. ¡Qué bien se respira en Buenos Aires! Ya estoy deseando cono­cerla, volcarme en sus calles, ir a sus sitios de diversión, hacerme amigos, conocer muchachas. El arte no tiene interés más que en el momento en que se está realizando. Yo no me preocupo de nada; no quiero preocuparme de nada. Quiero divertirme, gozar de la vida, ¡vivir!”.

¡Cuántas veces los personajes del teatro lorquiano han dicho, directa o veladamente, que vivir es un trabajo, un abandono de la tierra propia en busca de la prometida; sa­lir de Urs, como Abraham, porque aguardan en otro sitio la le­che y la miel de la abundancia!. Vivir —lo sabe Federico— no es otra cosa que esperar la visión de Canaán y poder quitarse, al fin, la arena de los ojos.

En alguna parte he leído que lo mejor de uno mismo son los otros. Buscando a esos otros viene García Lorca a Buenos Aires para encontrarse un poco más, para descubrirse mejora­do. Y en la forma que tienen los argentinos de aplaudir su obra, el poeta rememorará aquel paisaje de cuando era niño en Granada y los chopos, frotándose las hojas con el viento, parecía decir: Fe-de-ri-co! Federico, adulto ahora, ahora mejorado en el alma de los que supieron descubrirlo, como artista y como persona.

Aunque quiera vivir y no preocuparse de nada, la España que trae Federico en su equipaje es un pueblo que parece incapaz de encontrar, sin daño, la manecilla de su brújula. Disturbios y desaciertos se suceden en la nueva República que no trajo, como decía, libertad y pan para todos sino, como casi siem­pre, libertad y pan para unos pocos. Fechas antes de llegar García Lorca a Buenos Aires, EL DÍA, de Montevideo, anunciaba en sus páginas:

“El presidente de la República española, Martínez Barrios, renovó su gabinete. Entre los nuevos ministros, Claudio Sánchez-Albornoz se ocupa de la cartera de Estado y Leandro Pita Romero, de la de Marina”.

Curiosamente estos hombres se exiliaron luego en la Argen­tina y yo tuve el honor de conocer, no sólo la intimidad de sus conciencias, sino las bambalinas de aquel teatro cuyo fa­tal desenlace acabaría con la vida de García Lorca.

El poeta granadino se instala —en otro lugar lo hemos dicho— en una pequeña habitación del hotel Castelar, desde cuyos balcones vigila esa otra Gran Vía que era entonces para Bue­nos Aires la Avenida de Mayo.

Allí, mientras se ducha el poeta, siguen las preguntas de los periodistas:

Bueno, Federico, usted está en marcha y aún no me ha dicho nada su sus poesías gallegas, que ya tienen fama de ser tan bellas como las del Romancero Gitano.

“Mis poesías gallegas? El romancero gitano? Bodas de sangre? Poema del cante jondo? Dónde están esos libros? Tengo la vaga idea de que algunos se editaron una vez; otros nunca. Pero no se apure usted; los llevo en la memoria y un día que no cuente con la encantadora distracción de hablar con usted, que no me espere el embajador, que no se precise pagar atenciones cariño­sísimas a periodistas, autores, actores, poetas, literatos y a todo este país, en fin, porque la cordialidad tiene el mismo color y sa­bor de la luz y el aire primaverales, entonces me dedicaré a edi­tar mis obras, y el mejor poema gallego se lo dedicaré a usted, que es tanto como ofrecérselo a todos los coterráneos. ¿Estamos?”.

Los éxitos del Avenida abren para Lorca un cielo radiante donde asegura lo valioso de su creatividad. Bodas de Sangre, La Zapate­ra prodigiosa y Mariana Pineda, constituyen en el espejo ar­gentino un análisis de su trayectoria dramática y, al sentirse primeramente reconocido y finalmente amado en Buenos Aires, Lorca aprovechará la energía creadora del amor —tan necesaria en él— para denunciar en Yerma y en Bernarda Alba la soledad como fin de quienes no supieron darlo. Es algo parecido a lo que señala Unamuno: todo recuerdo es una metáfora.

Después de cinco meses parece ser que doña Vicenta reclama insistentemente al hijo que vuelva a Granada; dos años le quedan todavía para gozarlo. Dos años para tejer juntos una malla que lo defienda de los presentimientos. Y, por más que alarga su despedida, Federico tiene que decir adiós a Bue­nos Aires.

Atrás quedaron los triunfos. Del diario LA PRENSA lleva un recorte en sus maletas para enseñarlo a los amigos.

Cien representaciones cumple hoy el poema ‘Bodas de sangre’

“La Compañía de Comedias de la actriz Lola Membrives cele­brará esta noche en el teatro Avenida, con una función extraor­dinaria en honor del autor, las cien representaciones del poema dramático de Federico García Lorca Bodas de sangre”.

“Esta elevada cifra, que raramente alcanza en nuestros escenarios una producción extranjera, evidencia de modo fehaciente cómo nuestro público sabe estimar y apoyar el valor y el mérito de una obra. Y es que Bodas de sangre, considerada aún en la abstracción de la escasa experiencia teatral del autor, constituye una pieza excepcional, de aquellas que marcan etapas que jalonan el desa­rrollo espiritual de un pueblo”.

“Luego de la representación de la obra que, como lo señalábamos en ocasión de su estreno, ofrece particulares oportunidades de lucir su calidad a Lola Membrives y Elena Cortesina, Federico García Lorca recitará los siguientes poemas de que es autor: Romance de la media luna3, Prendimiento de Antonito el Camborio, Muerte de Antoñito el Camborio, La casada infiel y Baladilla de los tres ríos.

Con el corazón todavía en la Argentina, García Lorca llega a Madrid. Ahora se acostumbra a besar la tierra cuando se vuel­ve o se visita por primera vez un país; Federico ha besado el agua y el reflejo de alguna gaviota que le devuelve España. El no fue amigo de aquellas llaves entregadas por Boabdil ni de la gente “de la peor burguesía” que ahora vive en Gra­nada, pero no puede vivir mucho tiempo fuera de sus lími­tes. ¿Acaso en la hondura del amor no pervive una eterna contradicción?

De nuevo en España (“yo soy español integral”). Otra vez en la Huerta de San Vicente, comiéndose las frutas con sus ami­gos, acabando Yerma entre los hijos de su hermana, vigilan­do la leña de la hoguera. Desde su casa, llena de abanicos y mecedoras, sólo desea que lo dejen en libertad para bañarse en jugos de naranja, dormir con su constante pijama de rayas y saborear, contando mil veces y de mil maneras, la anchura del Río de la Plata, mostrando la flor azul que se llevó en la solapa del jacarandá y la huella del beso que una niña le dio en la barandilla del barco.

Usted, Lorca, que viene de América, ¿qué impresión trae de la gente?

“Encontré que hay un gran público ávido de teatro. Un público admirablemente respetuoso. Asistí al estreno de una obra tradu­cida por Pablo Suero, el crítico de Noticias Gráficas, que éste pú­blico de gente ñoña e hipócrita que se las da de moralista entre nosotros no la hubiera dejado pasar de la segunda escena”.

¿Y el paisaje?

“Lo más melancólico del mundo es la Pampa. Lo más traspasa­do de silencio”.4

Notas

2.- Diario CRÍTICA de Buenos Aires, 10 de marzo de 1934.

3.- Hay un error en el diario. El poeta recitó Romance de la luna, luna.

4.- LA VOZ, Madrid, 18 de febrero de 1935.

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