Hubo una vez, un inca español

7 de diciembre de 2023
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La llegada de los españoles al Caribe

La historia del inca español es tan apasionante como asombrosa. La conquista de América no fue tan lineal como se la conoce, y hubo, como en todo el proceso colonial relaciones y episodios meritorios de ser conocidos.

El escritor argentino Roberto Payró noveló la historia relatada en la Relación histórica de Calchaquí (1696) de Hernando de Torreblanca, el sacerdote jesuita español, uno de los que creyeron en un supuesto nieto de Atahualpa.

Payró tituló el falso inca en 1909, su libro sobre la vida de Pedro Bohórquez e Inca Hualpa.
Éste andaluz nacido en Arahal, Sevilla en 1602 con el nombre de Pedro Chamijo, fue un aventurero español que tras probar fortuna infructuosamente en diversos oficios en el Perú, logró hacerse coronar como Inca del pueblo calchaquí, engañando tanto a estos como a los gobernantes y clérigos españoles.
Su historia casi legendaria tiene mucho que ver con la picaresca, con final trágico.

Pedro Chamijo era de origen campesino, muy probablemente morisco o mudéjar, logró aprender a leer y escribir junto a los jesuitas en Cádiz. A los 18 años llegó a América, desembarcando en el Callao en 1620, atraído por la promesa de riqueza fácil que parecía ofrecer. Lucró durante años en el Perú con engaños diversos, pero sin obtener dinero suficiente para retirarse. En Ollantaytambo contrajo matrimonio con Ana Bonilla, quien era hija de padre zambo y madre indígena.

Luego de que en 1629 Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, conde de Chinchón, asumiera como virrey del Perú, Chamijo intentó convencerlo de realizar una expedición a las fuentes del río Marañón, a donde le aseguraba que se hallaba el Gran Paititi, un lugar que rebosaba de oro y plata. Descubierto su engaño, huyó a Potosí en el Alto Perú. Cerca de allí conoció a un clérigo llamado Alonso Bohórquez del cual se hizo amigo y para huir de las puniciones españolas adoptó su apellido haciéndose pasar por su sobrino.

En 1639 logró convencer al nuevo virrey, Pedro de Toledo y Leiva, marqués de Mancera, para realizar una expedición a las fuentes del Marañón, que fue un rotundo fracaso. Huyó de nuevo haciéndose llamar Francisco hasta que en 1648 asumió como virrey García Sarmiento de Sotomayor, conde de Salvatierra, quien autorizó una nueva expedición a las fuentes del Marañón, que también fracasó estrepitosamente.
Bohórquez fue enviado preso a Valdivia, en el entonces extremo sur de Chile, de donde huyó y atravesó la cordillera de los Andes recalando en la actual ciudad argentina de Mendoza.

Luego pasó por La Rioja y llegó a San Miguel de Tucumán, que era la capital de la extensa gobernación del mismo nombre. Pese a la amplitud del territorio, la situación de los colonizadores españoles era precaria, entre otras razones merced a la oposición de los nativos calchaquíes, un pueblo guerrero del conjunto diaguita que había estado muy brevemente sometido al Tawantinsuyu de los incas, y rechazaba vehementemente la presencia española.

Los intentos de evangelización llevados reiteradamente a cabo por misioneros jesuitas habían resultado infructuosos, puesto que los diaguitas “calchaquíes” se mostraban reticentes a técnicas empleadas con éxito con otros grupos de la zona. Entre los escasos resultados de estos se contaba un vago rumor de que los calchaquíes conocían la ubicación de prodigiosos yacimientos de metales preciosos vacantes desde el desmoronamiento del Imperio incaico.

Bohórquez utilizó su condición de esposo de una indígena para ganarse la confianza de los calchaquíes haciéndose pasar por el último descendiente de los incas con el nombre de Inca Hualpa.
Entre los caciques diaguitas se hallaba Pedro Pinguanta, de cierta influencia, quien lo refugió en los valles Calchaquíes cuando los españoles procuraron apresarlo.

Entre los caciques diaguitas se hallaba Pedro Pinguanta, de cierta influencia, quien lo refugió en los valles Calchaquíes cuando los españoles procuraron apresarlo. En rigor los documentos que han llegado hasta el presente demuestran que nunca los diaguitas “calchaquíes” le creyeron descendiente de los incas -por más que fuera de tez amorenada-, los diaguitas no aceptaban como soberano a un inca, pero en las circunstancias sí admitieron el liderazgo de alguien que quizás podría librarlos del dominio español.

De ellos obtuvo noticia de los yacimientos locales, asegurándoles que si se los revelaban utilizaría todas las fuerzas a su disposición para expulsar a los colonizadores.

Bohórquez convenció a tres misioneros jesuitas que un monarca cristiano podría evangelizar a los nativos con mayor éxito que el logrado hasta la fecha. Uno de ellos, Eugenio de Sánchez, logró que el gobernador del Tucumán, Alonso Mercado y Villacorta, le propusiera una reunión en Pomán, nombre dado entonces al pueblo de Londres, actual Provincia de Catamarca.

En la reunión celebrada Bohórquez se presentó rodeado de caciques, llevado en litera de oro y vistiendo el “llantu”, una borla que usaban los emperadores incas. Aseguró a los españoles que — considerado inca o, mejor dicho, en el idioma de los diaguitas, el cacán: titakín por los diaguitas calchaquíes— era capaz de obtener su sumisión al rey y que sería fácil convertir a los indígenas al cristianismo. Insinuó también que revelaría la ubicación de los yacimientos, si ellos le garantizaban su reconocimiento como monarca local y su apoyo. Mercado y Villacorta le dio trato de capitán general, celebró una semana de festejos en su honor y lo nombró teniente gobernador y justicia mayor.

La única oposición al nuevo teniente gobernador y justicia mayor provino del obispo del Tucumán, fray Melchor de Maldonado y Saavedra, quien descreyó de la historia. Sin embargo, Bohórquez pudo mantener la situación durante dos años, mientras asentaba un gobierno fuerte y militarizando en los valles contra los españoles. De este modo llegó a establecer la capital de su reino en Tolombón, pequeña localidad estratégicamente ubicada a la cual hizo fortificar, e incluso hizo dotar de una artillería defensiva compuesta por cañones hechos con madera dura (que solo soportaban 2 o 3 tiros) que aprendió a construir en Chile.

Como Bohórquez se dedicó a formar un ejército indígena, su relación con los españoles se afectó y el virrey ordenó al gobernador que lo apresara y enviara a Charcas. Lideró con la ayuda de su secretario Lorenzo Tisapanaco, el tercer levantamiento de los calchaquíes contra el dominio español, atacando las ciudades de Salta y San Miguel de Tucumán y provocándoles gravosas pérdidas. En el Fuerte de San Bernardo, cerca de Salta, su ejército fue derrotado por las fuerzas de Mercado y Villacorta, aunque sin ser detenido inmediatamente.

Bohórquez escribió al presidente de la Real Audiencia de Charcas solicitando un indulto, que fue concedido por una junta de guerra, por lo que se entregó a las autoridades de Salta.

Cuando era llevado a Lima se conoció que promovía un nuevo intento de agitar otra vez a los calchaquíes, por lo que fue muerto por garrote en secreto en Lima el 3 de enero de 1667. Su cuerpo, ya sin vida, fue ahorcado y luego su cabeza exhibida en una pica.

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