“Pensé que ese era el final. Que iban a violarme. Que iba a morir”. Así, con voz contenida y un gesto roto, Kim Kardashian ha testificado en París por el brutal robo a mano armada que sufrió en 2016 durante la Semana de la Moda. La empresaria, entonces de 35 años, fue atada y encañonada por varios hombres en su habitación de hotel mientras vestía únicamente una bata. Siete años después, frente a algunos de los acusados, describió la escena con crudeza: “Estaba segura de que no saldría con vida”.
El caso, que reabrió un intenso debate global sobre el precio de la fama en la era digital, ha conmocionado Francia. El grupo de delincuentes, conocido como “los abuelos ladrones” por su avanzada edad, está acusado de sustraer más de seis millones de dólares en joyas tras seguir los pasos de Kardashian por sus publicaciones en Instagram, según una información publicada en Diario de Yucatán.
Durante la audiencia, su amiga y entonces estilista, Simone Harouche, testificó que escuchó a Kim suplicar por su vida: “¡Tengo hijos, necesito vivir!” Aseguró también que desde entonces su estilo de vida cambió radicalmente: «Ya no sale sola. Perdió su libertad».
El tribunal también interrogó a Harouche sobre si Kim Kardashian provocó el atraco por mostrar sus joyas en redes. Su respuesta fue contundente: “Eso es como decir que una mujer con falda corta se merece ser violada”.
De los 12 acusados iniciales, uno ha fallecido y otro ha sido excusado por motivos de salud. El resto, en su mayoría sexagenarios, está siendo juzgado por uno de los robos más mediáticos del siglo XXI.
El proceso continúa, pero el testimonio de Kardashian marca ya un antes y un después. No sólo por su carga emocional, sino porque pone sobre la mesa una pregunta incómoda: ¿cuánto cuesta realmente la visibilidad?