Hoy: 23 de noviembre de 2024
“La amnistía no deja de ser una forma de tratar de superar las consecuencias judiciales de la situación que vivió España con una de las peores crisis territoriales de la historia de la democracia en el año 2017”, declaró Pedro Sánchez el pasado viernes por la tarde en Granada. Fue la primera vez -posando junto a la presidenta de la Unión Europea Ursula von der Leyen- que pronunció la palabra “amnistía” en todo este tiempo de negociación entre el PSOE, el Gobierno en funciones y el partido Junts.
Ya no podía esquivarla: El Periódico de Cataluña revelaba esa mañana
el contenido del dictamen sobre amnistía solicitado por Sumar, su socio, a un equipo de juristas encabezado por el catedrático de Derecho Penal Nicolás García Rivas, un dictamen que será presentado este martes por Yolanda Díaz en el Ateneo de Barcelona, y que firman García Rivas (Universidad de Albacete); Rafael Rebollo, catedrático de Derecho Penal de la Universidad Autónoma de Barcelona y letrado (2016-2018) del Tribunal Constitucional; Guillermo Portilla, catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Jaén; Javier Mira, profesor titular de Derecho Penal en la Universidad de Valencia, y Antoni Llabrés, profesor titular de Derecho Penal en la Universidad de Islas Baleares.
Sánchez, pues, entró en la competencia. “Conocemos todas esas propuestas, pero también puedo decir que no es la propuesta del Partido Socialista”, añadió.
En román paladino: el PSOE tiene ya una propuesta.
Fuentes socialistas señalan que al señalar que la amnistía no deja de ser una forma de superar octubre de 2017, Sánchez quiso decir que lo importante es la justificación, lo que se cree va a ser el preámbulo, del cual colgará la medida de gracia.
Es esa idea del “compromiso histórico” que impulsan en las negociaciones los emisarios del presidente en funciones. Vaya, el futuro pacto.
Pedro Sánchez negocia “como si” diese por sentado que va a resultar investido entre la primera y segunda semana de noviembre – posible horquilla de fechas para el debate en las Cortes- presidente de un nuevo Gobierno de coalición. Carles Puigdemont negocia “como si” diera por sentado que será la pieza que permitirá el funcionamiento del engranaje.
Esas negociaciones empezaron inmediatamente después de los resultados del 23 de julio. Fuentes que aseguran conocerlas señalan que Puigdemont mantuvo contactos de cierto nivel con el Partido Popular -los que mandan de verdad en España según el expresidente- pero los mismos conocieron un fiasco hacia los primeros días de agosto, lo que colocó a Puigdemont definitivamente en la mirilla de Sánchez y el PSOE.
En una primera fase esta negociación parecía ser una variante de la teoría de juegos conocida como chicken game (el juego de la gallina o cual de los dos rivales es más gallina), utilizada en varias películas de Hollywood, especialmente en Rebelde sin Causa (Nicholas Ray, 1955), con la famosa escena en la que dos jóvenes compiten con unos coches robados (un Mercury coupé 49 y un Ford descapotable 49) para ver quien gana en la carrera hacia el acantilado (el que se tira más tarde antes de caer) o pierde (el que abre la puerta y se lanza antes). El Chickie run o el que se tira antes de los dos se lleva el cartel del más acojonado. Jim (James Dean) se lanza y Buzz, que aguanta, en realidad se enreda y cae al vacío.
Aquí la repetición de elecciones sería el acantilado (los sondeos afloran el temor que dejó el 23-J, la posible victoria absoluta del PP con Vox, Coalición Canaria y Unión del Pueblo Navarro). Puigdemont es la llave de la investidura de Sánchez. Y consciente de ello pone condiciones cuyo precio más elevado es la amnistía, con garantías de que el PSOE cumplirá, llegado el caso, su parte del pacto.
Sánchez valora que se trata de la continuación de su política en la última legislatura (indultos, desinflamación) por otro medio: la amnistía. Por tanto, estima, se puede pagar ese precio.
Ya no se trata, entonces, de saltar antes de llegar al acantilado. Es aquí donde el juego se transforma en una negociación del “como si” vaya a tener lugar la investidura.
No busca uno dejar al otro en la estacada. Es decir, tirarse del coche antes que el otro y explicar que después de intentarlo no hay más remedio que ir a nuevas elecciones. Se trata de lograr un compromiso.
Cierto es que esta negociación del “como si” puede sufrir un accidente de recorrido a última hora y el compromiso saltar por los aires con las elecciones en enero a la vista. La campaña consistirá en explicar que se ha intentado por todos los medios a su. alcance pero no ha sido posible.
Pero estamos en el “como sí”. Puigdemont ha convocado, según las normas de su Consell, a convocar una consulta exigida por su base entre el 17 y 23 de octubre en la que se deberá contestar si hay que bloquear la investidura de Sánchez. El resultado no es vinculante. Pero Puigdemont podrá justificar más tarde, si la negociación con Sánchez fructifica, por qué se debe apoyar la investidura y el compromiso.
Puigdemont, como recuerda ante más de un interlocutor en Bruselas, deseaba y estaba convencido de convocar elecciones autonómicas en octubre de 2017.
La mediación del lehendakari Iñigo Urkullu, del presidente del Partido Nacionalista Vasco (PNV), Andoni Ortuzar, y del abogado Emilio Cuatrecases, para persuadir a Mariano Rajoy de que caso de convocar elecciones no se aplicase el artículo 155 no fue una ensoñación. En mi libro Cataluña año Cero (Espasa, octubre 2019) reproduzco la conversación que mantuve con Ortúzar el 8 de octubre de 2019, y he publicado los múltiples mensajes intercambiados entre Urkullu y Puigdemont el 25 y 26 de octubre de 2017
Lo que en aquellas horas carcomía a Puigdemont era no la convocatoria de elecciones sino otros dos problemas: la oposición de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), a través de la pasividad verbal de Oriol Junqueras y la posición contraria activa de Marta Rovira, y que Rajoy no ejecutara el 155 a pesar de la convocatoria electoral, lo que hubiera hundido su prestigio.
He aquí el relato de Ortuzar sobre lo ocurrido la mañana del 26 de octubre.
“Esa mañana Rajoy no habla con el lehendakari Urkullu, habla conmigo. O sea: él no quería dar la sensación de que había una mediación en curso. Rajoy y Urkullu habían hablado de Cataluña, pero como hablaban de tantas cosas. Esto lo vemos así, haz esto presidente, haz lo otro. Pero cuando Rajoy vio que esto podría ser calificado como un ejercicio de mediación, primero, y segundo, cuando ya se le piden garantías casi por escrito, que es lo que pide Puigdemont para asegurar que no va a haber 155, eso a Rajoy le echa para atrás totalmente. Y él evita cualquier contacto con el lehendakari, a quien también le llama Pedro Sánchez aquella mañana o le escribe. Rajoy se mete en su caparazón, me llama a mi y me dice: `Oye dile al lehendakari que no va a haber 155 pero yo no puedo dar garantías ni puedo dar la sensación de que estoy en una negociación, porque eso me hunde políticamente y deja a mi Gobierno y a mi posición institucional en una mala situación´. Querían, eso sí, que las elecciones se hicieran de acuerdo con la ley electoral vigente. Es muy transparente”.
Y ¿por qué fracasa?
He aquí la valoración de Ortuzar:
“Yo creo que en el fondo esto fracasa porque hay una falta de confianza bestial entre La Moncloa y el Palau de Sant Jaume. No hay ni el hilo mínimo que necesitas para fiarte de lo que dice, por eso la mediación no se puede llamar tal y el lehendakari hace de facilitador de la relación, de intercesor, porque es que ninguno de los dos daba margen para la mediación. Puigdemont lo que quería era una garantía por escrito, a lo que Rajoy dice que no. Lo cuenta él, que habla conmigo para decirme que no”.
Pero es que según el relato sobre la marcha Puigdemont pide más cosas.
“Luego hay un intento del jefe de gabinete de Puigdemont, Josep Rius, que se conocía con [Jorge Moras, jefe de gabinete de Rajoy], y hace una gestión que es todavía peor que lo que nos piden a nosotros, porque meten más cosas dentro. Ya no es el 155, sino una declaración sobre los presos Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, por ejemplo. Puigdemont encara esto mal, desde una posición que era imposible que saliera bien. La comunicación entre Rius y Moragas se produce cuando falla todo, y yo comunico que desde Madrid se ha cortado, que ya no hay más posibilidades que las que habían dado. Yo me hubiera fiado, o sea, yo a los catalanes les dije que me fiaría de lo que están diciendo en La Moncloa. No solo lo pienso, lo sé. Rajoy no hubiese aplicado el 155, lo sé porque de esto he hablado mucho con él: Para Rajoy era una patata caliente. Ahí hubo un error de cálculo de Puigdemont, que también, dicho en su descargo, hay que entenderlo, porque ERC no lo apoyaba”.
Ortuzar, atención, también está en el escenario ahora.
¿Se pasará del “como si” al “sí “a Pedro Sánchez?
¿O se repetirá la historia?