“He nacido para ser figura del toreo”

El novillero Gustavo Martos ensaya sobre el ‘ruedo’ ficticio de un viejo depósito de agua. Allí han aprendido muchos que como él sueñan con llegar a lo más alto. “La fiesta no va a desaparecer nunca mientras haya alguien que se ponga delante de un toro”, asevera

Cuando acaba la jornada laboral en la obra empieza el mejor momento del día para un joven que se ha propuesto ser figura del toreo. Con la caída de la tarde Gustavo Martos Ruiz, de 17 años, se despide de su padre, con el que trabaja en una pequeña empresa de construcción, y se va en busca de su petate en el que lleva la muleta, el capote de brega y la espada.

Ahora es el momento del novillero. Gustavo, que estudia y se forma en una escuela taurina, acude con frecuencia a un viejo depósito de agua que guarda la forma exacta de un ruedo taurino, el mismo en el que empezaron otros como él y donde aprendió el oficio el maestro El Fandi, consagrado entre los grandes.

Para llegar tienen que saltar la valla de un cercado vigilado por cámaras de seguridad, pero nadie nunca les ha impedido a él y los demás que puedan hacer su faena con libertad.

El lugar está vallado, pero desde hace décadas decenas de jóvenes lo usan y lo pisan mientras sueñan con la Maestranza. El ruedo que deja este lugar es algo más pequeño que la plaza, pero coso perfecto al fin y al cabo para que el muchacho lance pases para practicar una y otra vez las diferentes suertes que se realizan con la muleta y con el capote, sobre todo el natural y de pecho, con los que el novillero se mueve despacio, poniendo el alma.

Durante las próximas dos o tres horas, según el día, el novillero solo o ayudado por otro joven que embiste con la cornamenta de toro de pitones ligeros para sujetarlos con facilidad, toreará y será feliz mientras sueña.

“Los toros para mi es lo que siempre he querido y lo que quiero. He nacido para ser torero, para ser figura del toreo”, sostiene un joven que tuvo su primer contacto con la fiesta cuando era un mocoso. Dice su madre que al poco de soltarse a andar cogía los paños de la cocina y se ponía en posición de citar al animal. Su madre se reía.

No era casualidad porque Gustavo se movía en una familia en la que se respiraba la fiesta. Su padre, picador en los festejos grandes, como su tío, así que en la casa de este novillero la afición está en el ADN.

Lo tuvo claro tras una fiesta popular en la que se soltaba un novillo. Gustavo, que era un niño, decidió ponerse delante y desde ese momento supo que su vida era esa.

Debutó con 14 años en Benamahoma, una pedanía de Grazalema, en la sierra gaditana. Recuerda cada detalle de esa tarde, los nervios de la primera vez y una faena que no salió como esperaba a la hora de matar pero que le valió su primera oreja.

Desde entonces han sido ya muchos festejos y algún que otro susto, aunque nada grave. “Alguna fractura, lesiones en la espalda, costillas machacadas…”, pero sin percances de asta que lo hayan llevado al quirófano.

“El miedo de un torero siempre está ahí y quien diga que no miente, pero lo importante es convertirlo en valor y arte”. Lo tiene claro Gustavo, que intenta forjarse como figura en un mundo muy difícil. “Lo intento a diario, entreno para tener las cualidades de un buen torero, que para mi están en la constancia, en la formación. Hay cosas que vienen de oficio, pero otras hay que cultivarlas porque como en cualquier oficio hay mucho que aprender”.

El camino es largo. Gustavo sabe que se trata de una carrera de fondo en la que hay que pasar por muchas novilladas, por tentaderos. Cuando torea, su padre le aconseja siempre que disfrute y que de lo mejor de él. “O ‘arreas’ o te quedas en la obra”, le dice su padre, que es una manera de recordarle al chaval que detrás de esta afición está el compromiso y la entrega “para no ser uno más”.

Cree que vivir del toreo en este momento es difícil porque llegar lo hacen pocos y la fiesta pasa por momentos difíciles. Ahora como novillero a Gustavo casi le cuesta el dinero estar en los carteles de feria. Algunos empresarios le costean los gastos de hotel y cuadrilla, pero otros ni eso.

Sus referencias son El Fandi y Enrique Ponce, del que elogia su elegancia. “Todos los toros le sirven y saca lo mejor de cada animal”, refiere el novillero que define el toreo como arte, elegancia y valor.

El arte de Morante y Ponce

Él se queda del lado de los que gustan hacer que una corrida sea arte, como lo enseña Morante o Ponce, y asegura que mientras sea así habrá fiesta. Frente a los que atacan la tauromaquia cree se le falta el respeto a profesionales y a una fiesta que forma parte de la tradición española, por eso le entristece que haya voces que los tache de “asesinos”.

“Sin la fiesta no habría toros de lidia, no existiría, y quienes la critican sin más seguramente son los que después disfrutan con buenas chuletas de ternera o de cerdo que no siempre han sido sacrificados de manera poco cruenta”. Con todo asegura que el fin del toreo es difícil porque “mientras haya quien se ponga delante del animal habrá fiesta”.

Acaba de pasar por la plaza de Utrera, donde ha salido a hombros y cortó dos orejas, y ha pasado por las plazas de Valladolid (cuatro orejas), Málaga (otras dos) y en su último cartel, en Motril, ha cortado rabo. Esta temporada tiene una docena de novilladas previstas. La más inmediatas en un pueblo granadino, Darro, y en otro de Jaén: Segura de la Sierra.

Hasta entonces apura la tarde sobre el ruedo del depósito y despliega verónicas, chicuelinas o gaoneras. Sueños de arte en el aire, bajo control, con la mano firme y la ilusión intacta.