Hoy: 24 de noviembre de 2024
Muchos años después, Mario Vargas Llosa aún recuerda aquella tarde en Barcelona, donde abofeteó a Gabriel García Márquez por haberse “fresqueado” con su mujer Patricia Llosa, a la que parece haber recuperado, tras el paréntesis de siete años con Isabel Preysler.
Entonces, ambos escritores eran felices, casi indocumentados y vivían con lo justo, pero la revolución cubana separó a ambos. Mario se opuso al totalitarismo verde oliva y Gabo se abrazó a los barbudos, que le perdonaron su espectacular fuga de la corresponsalía de Prensa Latina en Nueva York, tras enterarse de la invasión de Bahía de Cochinos.
Ya consagrado, rico y con el Nobel en la biblioteca, Vargas Llosa (87) entró en la alcoba de Isabel Preysler, rica, famosa y necesitada de afecto intelectual, tras enviudar de Miguel Boyer; y se divorció de Patricia, se alejó de su familia y se instaló en Puerta de Hierro; en un viaje de siete años que acabó hace unos meses y parece finiquitado, tras una escapada romántica con la madre de sus hijos a Sicilia, calificado de “muy bueno” por Mario.
¿Pero cómo cambió la vida del célebre escritor su relación con la esfinge más famosa del ‘coure’ español y parte del universo?
Isabel y Mario nunca llegaron a casarse; una ventaja a la hora de disolver el vínculo, pero en 2016, cuando abandonó a Patricia por la Preysler, Vargas Llosa firmó el divorcio y el reparto de bienes; como todo matrimonio contemporáneo devenido en sociedad limitada, sentimientos y pasión, mediante.
Tras la dolorosa división de arras, Mario conservó un piso de 238 metros cuadrados de superficie, más una terraza de 29 y en una ubicación deseada por muchos y conseguida por pocos, entre la Puerta del Sol y el Monasterio de las Descalzas Reales: a un paso de La Casa del Libro y el Corte Inglés-
Aunque figura como único propietario, el deslumbrante narrador corre el riesgo de perderla porque está depositada en prenda a favor de la Agencia Tributaria española, que le reclama una deuda de 2,1 millones de euros por presuntas irregularidades impositivas, entre los años 2011 y 2014; según datos recabados por Lecturas, que asegura la casa figura a nombre de una sociedad con domicilio fiscal en Holanda y que Vargas Llosa continúa el litigio judicial para demostrar que Hacienda no lleva la razón.
Además de la vivienda en pleito, Vargas Llosa posee la sociedad limitada ‘Misti Copyright’, dedicada a la “adquisición, registro, tenencia, disfrute, gestión, ejercicio, administración y explotación de los derechos de autor sobre la obra literaria o de cualquier clase creada por don Jorge Mario Vargas Llosa”; gestión que lleva su hijo Álvaro, en su condición de Administrador societario más dos apoderados, que la revista no identifica, aunque consigna que las cuentas -hasta hace 5 años- reflejaban pérdidas por 27.000 euros.
Desde entonces, no consta que la sociedad del escritor haya presentado cuentas anuales ante el Registro Mercantil.
Fuera de España
Lejos de Madrid, Vargas Llosa tiene un piso en Francia otros en su Lima natal, Nueva York y Punta Cana (República Dominicana), pero en copropiedad con Patricia Llosa. El piso que ambos tenían en Londres y que correspondió a Mario en los acuerdos de divorcio, fue vendido por el escritor poco tiempo después de separarse de la madre de sus hijos.
El valor de sus pisos puede ser notable en el mercado inmobiliario de cada país, pero no sabemos si el matrimonio rehecho tiene ahorros e ingresos suficientes para vivir sin necesidad de enajenar alguno de los inmuebles; una vez que han reconstruido su geografía sentimental.
Cada escritor tiene su particular viaje a Ítaca, sus sirenas tentadoras y sus mañas que -en el caso de Vargas Llosa- consiste en un trayecto de ida y vuelta desde y hacia Patricia Llosa; como muchos hombres, aunque sin la destreza del capitán Pantaleón Pantoja, uno de los mejores mamporreros de la literatura mundial.
Mario y Patricia volverán a lo que algunos llaman una vida normal, compartida con hijos y nietos, que no es mal plan a los ochenta años más IVA que pesan en ambos, pero quizá ella recuerde, de vez en cuando, aquella sentencia de La tía Julia y el escribidor: “La mujer y el arte son excluyentes, mi amigo. En cada vagina está enterrado un artista”.