Frida Kahlo o el sufrimiento del arte

13 de julio de 2023
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Frida Kahlo, autorretrato

El fotógrafo Guillermo Kahlo, padre de Frida, fue un hombre de penetrante mirada, atildado bigote y cabellera abundante que sufrió, casi con tanto dolor como ella, el accidente de su hija cuando regresaba en autobús acompañaba por su novio de entonces. Alejandro Gómez Arias abandonó a Frida con sus costillas rotas y la secuela de poliomielitis que sufrió en su infancia.

La lastimosa situación en la que se reconoció desfigurada la luchadora Frida, hizo que, animada sobre todo por su padre, comenzase un ciclo de pintora que hoy es regalo y expresión de rostros enmarcados en las etapas de una vida.

Porque de Frida Kahlo hemos heredado sus autorretratos, que son gestos enmarcados en el dolor de ese instante. Por eso se queja cuando dice: “Creían que yo era surrealista pero no, nunca pinté mis sueños, sino mi propia realidad”.

Una realidad sin obsesiones definitorias, como le ocurre a una de las pintoras más conocidas del Japón, Yayoi Kusama, que no deja de repetir: “vengo pensando en suicidarme desde que era muy pequeña. Hago arte para intentar salirme por fuera de esa idea. Mi producción artística es para sobrevivir al dolor: por eso creo mis obras, para sobrevivir al deseo de la muerte. Rodean mi alma un agobio de redes infinitas”.

Frida Kahlo no tuvo suerte en sus matrimonios, como no tuvo suerte en lo general de su vida. Infidelidades, tristezas y abandonos marcaron una existencia desgraciada que fue plasmando en sus propios rostros pintados, según el alma los alcanzaba en expresiones como los lienzos de “Ella juega sola” o “Cuatro habitantes de Ciudad de México”.

Desconocemos de qué murió a los cuarenta y siete años, posiblemente de bronconeumonía, en Cayoacán, Méjico, después de haber escrito: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”.

Me duele que tantos artistas singulares hayan pasado su vida sin abrir sus numerosas y creativas ventanas al conocimiento de Jesucristo: les hubiesen dolido menos sus enfermedades; seguramente una luz distinta les podría haber ayudado en la elección del buen camino ante tantas encrucijadas y otro y muy distinto hubiese sido el gesto y el color de las pinturas que nos regalaron.

EL DUENDE

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