Hoy: 23 de noviembre de 2024
Para curarse los tiemblos, las ansias de la vida, Epicuro ingería cuatro hierbas medicinales: Los dioses no son de temer. La muerte no es de preocupar. Es fácil conseguir el bien. Lo terrible es manejable de soportar.
Los dioses de los antiguos eran muy exigentes en sus tributos. Si no se les ofrecían los mejores animales de los establos, los frutos y las espigas más llenas, no quedaban satisfechos (igual que Hacienda hoy, para que luego despilfarren los ministros entre los suyos). El Dios de los hebreos, el nuestro, sólo pide amor a cambio.
En una enjundiosa entrevista, Ramón J. Sender respondió que él no le temía a la muerte, porque la muerte será como el nacer, que no nos daremos cuenta. Desde otra esquina filosófica Atahualpa Yupanqui advertía a los miedosos que la muerte es un ratito y nada más.
Tan de acuerdo no estoy con Epicuro cuando trata de convencernos de que es fácil conseguir el bien. Depende, creo yo, de los valores que se sustenten y de las fieles determinaciones que se procuren. Hacer el bien es una tarea de equilibrios y renuncias que exigen un desprendimiento indispensable de los privados egoísmos. A la vista está que se prefiere lo personal a lo comunitario, el bien propio al ajeno, la mentira disfrazada de verdades a la objetiva verdad refrendada por la experiencia y la sabiduría… Juan Ramón Jiménez exigió al dibujante de su Platero, que le pintase un burro transparente, de cristal. Burros no nos faltan, sí la cristalina transparencia que asegura, al menos, las buenas intenciones.
Y por último, a cada paso la vida nos sorprende. Cuando descubrimos terribles angustias en algunos, pensamos que no seríamos capaces de soportarlas nosotros; luego nos llegan y una fuerza misteriosa permite una remontada incalculable. Nunca creí, por ejemplo, que esta sociedad pudiera sufrir tanta felonía, tanto desdén… Y ya veis, aquí estamos como si tal cosa. Puede, en palabras de Schopenhauer, que la vida sin dolor no tenga sentido y terminamos así, siendo casi todos igual que este mar de Homero, que aguanta los raudos embates de los sonoros vientos.