Hoy: 23 de noviembre de 2024
Vivimos en una sociedad condicionada por el origen familiar. En una sociedad plenamente meritocrática, la posición social de un individuo vendría explicada únicamente por sus propias capacidades, su esfuerzo o su perseverancia, y no por el origen socioeconómico de la familia en la que nació. Es decir, la meritocracia supondría que personas talentosas nacidas en familias desaventajadas económicamente tendrían las mismas posibilidades de llegar a posiciones sociales altas, que las que tendrían de descender hasta las posiciones inferiores de la escala social los hijos de origen acomodado pero menos talentosos o con menos capacidades.
Un primer análisis para el conjunto de países considerados deja un panorama algo pesimista desde el punto de vista de la meritocracia. Como refleja la parte izquierda del gráfico 1, los hijos de padres con estudios superiores tienen más posibilidades de acceder a ocupaciones directivas que los hijos de padres sin estudios, tanto si comparamos personas con bajas habilidades (barras magenta) o altas habilidades (barras azules). Del mismo modo, pero a la inversa, los hijos de padres con estudios superiores tienen menos posibilidades que el resto de acceder a ocupaciones de la clase trabajadora, incluso aunque tengan un nivel bajo de habilidades (parte derecha del gráfico 1).
Aun así, podemos ver que el origen familiar condiciona pero no determina, al igual que la disposición de habilidades cognitivas altas (gráfico 3). Los aspectos no cognitivos como la ambición o la iniciativa cobran incluso más importancia sobre las posibilidades de movilidad social que las habilidades estrictamente cognitivas. Dicho esto, lo ideal es un combinación eficiente de habilidades cognitivas y no cognitivas.