Cincuenta años en la hammada: la traición de España al pueblo saharaui

Hace medio siglo, 350.000 civiles marroquíes cruzaron la frontera del Sáhara español mientras Franco agonizaba. Pero hubo otra invasión paralela que el mundo no vio: las tropas marroquíes entraron días antes a sangre y fuego por otro punto fronterizo

Medio siglo después, lo que comenzó como un espectáculo político sigue siendo una herida abierta. Porque la historia del pueblo saharaui no es solo la de una ocupación, sino también la de una cadena de traiciones que terminaron propiciando la muerte lenta de un pueblo abandonado en el peor desierto.

La primera, en 1975, cuando España, en plena agonía del franquismo, ordenó la retirada de sus tropas y dejó abandonada a una población que había confiado en su protección. El territorio fue entregado de facto a Marruecos, bajo el disfraz propagandístico de una marcha “verde” que encubría una invasión militar.

La segunda traición llegó en 2020, cuando el Gobierno de Pedro Sánchez decidió apoyar el plan marroquí para convertir el Sáhara en una región autónoma del reino alauí, renunciando al compromiso histórico con el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación.

Y la tercera se consuma ahora, coincidiendo con el cincuentenario, cuando Naciones Unidas parece inclinarse por la misma “solución autonómica”, sin referéndum, sin consulta, sin voz para quienes llevan medio siglo esperando justicia en el desierto.

Expedición médica

Corría el año 2005 y yo coordinaba una expedición médica en los campamentos de refugiados saharauis del sudoeste de Argelia. Había estado allí varias veces, y entre los guías locales se contaba Abdelkader, un antiguo combatiente del Frente Polisario. Alto, enjuto, de mirada viva, era un hombre siempre dispuesto, de esos que sonríen aunque la vida les haya dejado demasiadas cicatrices. Una tarde, mientras compartíamos un té bajo la sombra mínima de una acacia, me habló por primera vez de su infancia, rememorando cuando, en 1975, en que contaba una edad de siete años, el cielo de su desierto se convirtió en infierno mientras las bombas de napalm empezaron a caer sobre casas y personas.

—“Ojalá Dios te mande a la hammada” —me dijo, mientras soplaba el té. Me explicó que aquella maldición resume, en la cultura saharaui, todo el mal que puede desearse a alguien: ser condenado a la ‘hammada’ (término sinónimo de ‘infierno’ en su dialecto), el desierto pedregoso e inhóspito del sur de Argelia, donde el sol calcina y la vida parece suspendida. Allí, precisamente, acabaría él.

—“El día en que cambió mi vida estaba jugando en la calle. Oí el silbido de la primera bomba y sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Corrí a casa, pero mi casa ya no existía: solo humo, fuego y cascotes. No encontré a mis padres. Mi tía me agarró del brazo y me subió a un coche que huía entre explosiones y gritos. Pasamos un día y medio atravesando caminos del desierto, hasta que el paisaje cambió: ya no había dunas doradas, sino piedras, silencio y un horizonte plano. Era la hammada». Su voz bajó entonces. —“Vomité del miedo, o del dolor. Entonces volvió a oírse el silbido de una bomba. Cuando desperté, mi tío y mi tía yacían muertos junto al coche ardiendo. Esperé la muerte. Las estrellas salieron dos veces. Quería que mi bomba me encontrara. Pero no llegó. Me encontró un hombre, Limam Hassam, que venía en camello. Me tomó de la mano y me dijo: ‘Hijo, ahora estás en la hammada. Tengo el sagrado deber de llevarte conmigo’. Así empezó mi vida de refugiado».

Frente Polisario

Abdelkader sobrevivió y años después se unió al Frente Polisario. Cuando lo conocí, conducía expediciones humanitarias y seguía tomando el té bajo aquella acacia, mirando el horizonte con la serenidad de quien ha visto demasiado. Su historia es la de miles de saharauis que cruzaron el desierto en aquellos días de 1975. La historia de un pueblo arrancado de su tierra y condenado a vivir medio siglo entre la arena y la espera.

La Marcha Verde fue presentada como un gesto de fe y unidad nacional; en realidad, fue el comienzo de una tragedia humana que aún no ha terminado. Desde entonces, las resoluciones de Naciones Unidas, los acuerdos truncados y las promesas incumplidas se acumulan, mientras las generaciones nacidas en los campamentos siguen sin conocer otra patria que la del viento y la resistencia. La hammada, ese infierno de piedras, se ha convertido en una metáfora de su destino colectivo: el castigo por haber querido seguir siendo ellos mismos.

Guerras olvidadas

Equipos de ACNUR visitan los campos de refugiados. /ACNUR

Todos les han traicionado. España, quien aún hoy irónicamente ostenta aún el rango jurídico de potencia administradora y también la comunidad internacional que ha relegado el conflicto a la larga lista de guerras olvidadas.

“Ojalá Dios te mande a la hammada”, decía el viejo proverbio. Me pregunto hoy si aquel niño que creció en el desierto y hoy congela el tiempo del desierto tomando té bajo la acacia solitaria, es consciente de la muerte de la esperanza.