La confirmación del primer brote de peste porcina africana (PPA) en tres décadas ha encendido todas las alarmas en Cataluña. La enfermedad, una de las más temidas por el sector ganadero, avanza por la sierra de Collserola y ha puesto a las autoridades en un escenario de máxima vigilancia. Lo que comenzó el 28 de noviembre con dos casos detectados en jabalíes se ha convertido en una situación que genera inquietud en todo el territorio: ya son 14 los animales que han dado positivo. La Generalitat, consciente de la gravedad del momento, trabaja junto a la Unidad Militar de Emergencias (UME) para contener el brote y evitar que el virus se desplace hacia otras zonas del país. A día de hoy, no existe una certeza absoluta sobre cómo se ha reactivado esta enfermedad en España, pero sí varias teorías que cobran fuerza.
La teoría que más presencia está tomando es tan sorprendente como preocupante: un simple bocadillo podría haber desencadenado todo. El conseller Òscar Ordeig explicó que aún es pronto para sacar conclusiones, pero que el trasiego constante en zonas como Bellaterra —carreteras, camiones, áreas de servicio o contenedores de basura— podría haber facilitado la llegada accidental del virus. La llamada “teoría del bocadillo” plantea que un embutido contaminado, inofensivo para las personas pero peligroso para la fauna salvaje, acabara en un contenedor o en el entorno natural. Bastaría con que un jabalí, siempre oportunista en la búsqueda de alimento, lo encontrara.
Expertos como Vicens Enrique-Tarancón subrayan que será la secuenciación genética la que permita saber si este virus coincide con variantes registradas en países tan distantes como Georgia o Italia. Si así fuera, reforzaría la idea de que el punto de entrada no fue un animal vivo, sino productos derivados contaminados que terminaron en la basura. De ahí la insistencia de los especialistas en algo tan básico como cerrar correctamente los contenedores y no abandonar restos de comida en espacios naturales.
Las autoridades han actuado con rapidez. El Parc Natural de Collserola permanece cerrado y, además, se ha recordado la prohibición de alimentar a la fauna o manipular animales muertos. Collserola alberga una población estimada de 900 jabalíes que se mueven con facilidad hacia municipios colindantes, lo que convierte el control del brote en un desafío mayúsculo.
En el ámbito ganadero, la preocupación es evidente aunque, de momento, hay un respiro: las 39 granjas situadas en un radio de seis kilómetros alrededor del foco han dado negativo. No obstante, las restricciones serán inevitables durante al menos un año, especialmente en movimientos y exportaciones. Las explotaciones han reforzado su bioseguridad, aumentando controles de acceso, desinfección y limpieza de vehículos.
La situación mantiene a Cataluña en un estado de alerta máximo. Todavía queda camino por recorrer para detener por completo el avance del virus, pero las medidas y la coordinación institucional buscan evitar un impacto mayor en un sector clave para la economía y para la vida rural.