Llegó a mis oídos el desconsuelo de una señora mayor, dueña de la casa donde vivía, después de darle albergue a su hija divorciada con dos adolescentes. Nunca cierran los padres sus casas familiares cuando sus hijos precisan cobijo por determinadas circunstancias.
Cada uno de los hijos se acomodó en una habitación; la madre, en el otro dormitorio que quedaba; y a su abuela, propietaria de la vivienda, la arrinconaron en un costado de la terraza, junto a su máquina de coser y un catre con almohada de latex “para que estuviese cómoda”… Pronto murió aquella señora a la que Cáritas trató de ayudar después de enfrentarse con su hija “porque era una humillación que socorrieran a su madre estando ella allí para que no le faltase detalle”.
Algunas cuidadoras de ancianos tienen el cuajo de maltratarlos en su impotencia y, por si fuera poco, graban en sus móviles la odisea de su ruindad. Aprovecharse de una silla de ruedas o de una demencia irreversible es de una perversidad incalificable… Difícil sería encontrar un castigo para esos desalmados.
Pedro Villarejo