Suele pasar que, enfrentando las luces largas en la carretera nos dejan a oscuras, deslumbrados, ciegos para reconocer el camino. Más tarde nos duelen los ojos y se nos pudre dentro la sombra que nos dejan. Son los incapaces de reconocer que no precisamos de ”su” claridad porque enceguece.
Así sucede con los ideólogos que nos muestran, por ejemplo, el comunismo terrible que ellos no han sufrido y que sigue encadenando a países enteros en el desamparo más grande hasta conseguir que, en el túnel, nadie se reconozca. Son los incapaces, pero ellos no lo saben porque rompieron hace mucho tiempo los espejos.
Debiera estar de moda la excelente obra de Antonio de Guevara, Menosprecio de Corte y alabanza de aldea, para alejarse lo más posible de este enjambre inescrupuloso de zafiedades. Porque el alma de los que no sabemos hacer muchas cosas sufre mucho viendo que, los más inútiles, se postulan descaradamente para mostrarnos el sitio de la ruina.
…Rebajo, sin embargo, la seriedad de las más altas incapacidades para hacerles sonreír con el alma alegre de los que no servimos para muchas cosas:
-Me escribe una amiga argentina para decirme que, entre botón y botón, quema las camisas de su marido cuando las plancha. Imagino la botonadura cambiando de color con el fuego tan cerca. Quizá Fernanda no sea tan diestra en el oficio de planchar, pero estoy seguro que es maestra en el ejercicio de sorprender y en su reconocimiento humilde de sentirse incapaz con la plancha.
Uno de mis viejos maestros me advertía: “Convéncete, cada uno sirve para una cosa, menos algunos, que no sirven para nada”. Oscar Wilde, al que siempre acudimos para que nos haga sonreír profundamente, dejó escrito: “Mis gustos son sencillísimos, siempre me conformo con lo mejor”. Con lo mejor de los demás, se sobreentiende, aunque esa deba ser la mejoría de los incapaces que estamos todavía en camino.
-Cuando era jovencito me enseñaron que las emociones estaban antes que las palabras, pero tuve que echar mano de las palabras para reconocer dentro de mí las emociones ante la frustración de un par de profesores valientes que me señalaron incapaz para un coro y para el estudio de las matemáticas. Después descubrí que, con un buen maestro, nunca hubiese sido envidia de nadie y que sumar (sin referirme al partido político que, lejos de sumar, divide) no es otra cosa que una adherencia política irrelevante, quebradiza y anárquica; de cualquier modo, ya es tarde para empezar de nuevo.
-En un programa de televisión refirió Curro Romero, el inigualable matador de toros, que se juntó con Manolo Caracol en una fiesta en la que pidieron al torero que cantara porque también era conocido por sus habilidades con el flamenco. Caracol lo escuchó despacio, casi al oído y a la segunda intentona de una soleá se puso muy serio para decirle: “Tú, a torear”. El genial José Luis Alvite le hubiese recomendado que “cantase por correo”.
-A lo largo de los años, sobre todo cuando faltó mi madre, me sugirieron que aprendiese a cocinar lo indispensable. Os prometo que lo intenté, pedí recetas variadas y reconozco que nunca tuve el tino del aceite, la mano de los aliños ni aguanté el tiempo necesario. Celebro y envidio a los jóvenes de esta generación que prenden las lavadoras cuando más barata está la luz y secan al sol la ropa pequeña de sus hijos.
Yo trato de servir para otra cosa, quizá para descubrir en el viento el poema que nadie ha escrito o para seguir agrandando la luz de la fe, como un servicio que desprestigie a las sombras.
Permítanme un consejo: que cada uno se dedique preferentemente a lo que sabe. Y si no sabe nada, que lo aprenda.