En su relato de Ireneo Funes, Borges quiere dejarnos constancia de lo terrible que puede ser recordar o de lo excelente que también puede serlo.
El protagonista, que desde siempre mostró una buena memoria, queda tullido por la caída de un caballo y se obliga a recordar todo lo vivido para no caer en la desesperación de la quietud. Más de ochocientas memorizaciones que va codificando en su inteligencia privilegiada con números o nombres, con fechas mezcladas entre latines que también ha aprendido en su postración.
Definitivamente Ireneo es un mártir cuando recuerda los infortunios y un hombre feliz del todo cuando acomoda a su tiempo las pasadas alegrías…
Esta vida nos señala la dirección de la inmovilidad en la osamenta, provocada por los años o los accidentes (que viene a ser lo mismo con distintos nombres). Hemos de procurar, mientras se pueda, recorrer trigos y llanuras para tener sólo memoria de la claridad; las cuevas, como las sombras, no pueden espantarse del recuerdo fácilmente.
Pedro Villarejo