El propósito de santidad trasciende la mera aspiración; es la respuesta seria y divina a un llamado esencial que el Creador deposita en el corazón del hombre. No se trata de una utopía religiosa, sino de una hoja de ruta moral y existencial que nos exige alinear cada pensamiento, palabra y acción con aquello que es correcto a la vista de Dios. En este sentido, la vida se convierte en un constante ejercicio de discernimiento y conducción moralmente cristiana.
La prudencia es un pilar fundamental en este camino. La Escritura nos advierte claramente sobre la necesidad de vigilancia y previsión. «El hombre prudente ve el peligro y se esconde, mas los simples siguen adelante y reciben el daño» (Proverbios 22:3). Este peligro no es solo físico; es principalmente el riesgo de la distracción espiritual, la seducción de lo pasajero y la negligencia que puede ofender a Dios. El propósito de santidad nos impulsa a huir de las ocasiones de pecado, a alejarnos del peligro moral antes de que nos alcance.
Para alcanzar esta santidad, debemos reconocer la omnisciencia de Dios y nuestra inherente responsabilidad. Desde el inicio, Dios nos conoce, incluso antes de nacer, desde que estamos en el vientre materno sabe de nosotros. Este conocimiento íntimo y profundo es lo que demanda la mayor coherencia en nuestra conducta.
El joven es invitado a vivir su vida plenamente, pero bajo la sombra de la rendición de cuentas, tal como lo expresa el Eclesiastés: «Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios» (Eclesiastés 11:9). Esta advertencia no es un freno, sino una invitación a vivir la libertad de la juventud con la conciencia de la eternidad y la seriedad de nuestras decisiones.
El perdón es el puente entre nuestro fallo y la gracia. El propósito de santidad exige, ante todo, un propósito de enmienda, de pedir perdón si de alguna forma hemos ofendido a Dios, restaurando esa relación única. La piedad verdadera, la que busca la rectitud, debe ser integral. Como afirmaba Baltasar Gracián, debemos «obrar en privado como si nos viesen en público», porque, en realidad, siempre estamos a la vista de Aquel que escudriña los corazones. La santidad es la coherencia absoluta entre el ser interior y el obrar exterior.
“El amor es el peso de mi alma; por él voy a donde voy.”
Doctor Crisanto Gregorio León
Profesor Universitario