El 3 de octubre de 1849, Edgar Allan Poe fue encontrado frente a una taberna en Baltimore. Estaba desorientado. Apenas podía mantenerse de pie. Vestía ropas que no eran suyas y nadie supo explicar cómo llegó hasta allí. No podía hablar con claridad. Nadie entendía su estado. Cuatro días después, falleció en un hospital. Sus últimas palabras fueron: “Señor, ayuda a mi pobre alma”. Tenía apenas 40 años. Su vida fue corta, pero intensa.
Desde niño enfrentó la pérdida. Quedó huérfano y conoció el dolor demasiado pronto. Amó profundamente y sufrió la muerte de su esposa, Virginia, víctima de tuberculosis. Peleó contra el alcohol, los críticos y la pobreza. Pero nunca dejó de escribir. Sus cuentos y poemas reflejan la oscuridad que lo rodeó y el brillo de su talento. Historias como El cuervo, El corazón delator y Los crímenes de la calle Morgue nacieron de su sufrimiento, y hoy siguen estremeciendo a los lectores, según ha publicado Excelsior.
En vida, Poe fue visto como un hombre errante, un outsider. Murió con fama de borracho y olvidado por muchos. Pero sus textos sobrevivieron. Su imaginación creó el terror moderno y sentó las bases del cuento detectivesco. Su poesía y narrativa tocaron a generaciones enteras. Baudelaire lo tradujo. Borges lo leyó. Lovecraft lo imitó. Más tarde, Kafka y Cortázar se inspiraron en su capacidad de mirar al abismo. Su influencia es universal. Hoy, 176 años después, Edgar Allan Poe sigue presente.
Lo hallaron moribundo con ropa ajena, pero su espíritu vive en cada línea que escribió. Cada relato, cada poema, cada sombra que dibujó con palabras, transformó la literatura para siempre. Su muerte fue trágica y misteriosa. Su obra es eterna. Recordarlo no es solo un homenaje a un hombre que sufrió y amó, sino a un genio que enseñó a mirar el lado oscuro del alma humana sin miedo. Poe no solo murió aquel octubre de 1849; renació en cada lector que se atreve a adentrarse en sus historias. Hoy, en el aniversario de su muerte, su legado sigue iluminando lo sombrío, perturbando lo cotidiano y desafiando el tiempo.