René: pasiones y diamantes

8 de septiembre de 2025
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Diamante I Freepik

Los amores pasionales con final imprevisto siguen sorprendiéndonos por más que sean casi una costumbre sobre la costra del tiempo

La señora Emilia se afanaba en conseguir la mejor postura de labios, el más suave refinamiento para su palabra con la intención de que René no se sintiera más dañado aún por el relato que él ya conocía, no sabemos de qué manera, desde el estilo un tanto brusco de su amigo Atanasio.

Dejamos la conversación bañada en sangre sobre el dormitorio y la sorpresa a medias que se llevaron los esposos María la hortelana y Alejo al ver cómo Leoncio se precipitaba sobre ellos en las últimas horas de la madrugada.

-Quizá Alejo no tenía el más remoto deseo de acabar con Leoncio, que era su amigo y habían levantado juntos sueños y casas –afirma la señora Emilia–, pero ni de los más amigos puede uno fiarse cuando se trata de amores o de ganancias, que todo se vuelve del revés cuando menos te lo esperas, si lo que esperas es lo que no debías haber esperado. Quien argumentaba todo esto era la señora Emilia al día siguiente, mientras preparaba la nueva masa de los churros ayudada por René, que le acercaba el agua, los aromas y la harina. Faustino ya estaba en sus cosas. Como si pretendiera visionar lo que decía, la señora Emilia no soltaba el argumento ni la palabra:

-Alejo y María la hortelana se vieron de pronto con un cadáver sobre la cama sin haberlo pretendido. No les quedó otra que cerrarle los ojos al joven Leoncio, de sólo 26 años, y con la temperatura de la pasión todavía en sus manos grandes de escalar balcones y apretar cinturas, Dios sabe cuántas en el Brasil de su fuga.

La señora Emilia también tenía las manos grandes y fuertes de doblegar la masa hasta convertirla en un rizo esponjoso que luego compartía tostado con un numeroso grupo de familias en Baeza. René, sin decir nada, seguía a la expectativa.

-Los esposos improvisaron desde su estupor la forma de ocultar al difunto llevándolo al carro donde tenía Alejo los aperos de labranza para cuidar la huerta de María, cavar los olivos, y algunas herramientas de albañilería que era a lo que se dedicaba preferentemente el involuntario asesino y esposo de María la hortelana, que seguía siendo guapa, guapa hasta dejárselo de sobra.

-Al mover entre los dos el cuerpo de Leoncio, se le salió del bolsillo un fajo de billetes de cien pesetas y una bolsita con trece diamantes de gran tamaño, junto a una dirección en Madrid: Antonio Romedal, joyero.

-La noche todavía estaba encima de los tejados, de las chimeneas congeladas de Baeza. A nadie había de extrañarle que Alejo saliese en su carro a trabajar tan temprano con los arreos del oficio tapados con una manta que, bien dispuesta, simulaba el cuerpo sin vida del amigo que no quiso o no pudo esperar su novia, María la hortelana, a cuyo campo se dirigía Alejo para enterrar en una zanja al que había sido tantos años su querido amigo.

-Nadie esperaba a Leoncio. Ninguna familia tenía ya en Baeza. Luisito el lechero no pudo reconocerlo después que le preguntara la dirección como alguien que venía desorientado. Alejo simuló que hacía un hoyo para plantar un olivo nuevo y, emboscado en la sombra todavía, colocó boca abajo el cadáver en una tierra que sólo era propiedad de María, la hortelana, guapa, guapa hasta dejárselo de sobra.

-Desde aquel día, los esposos fueron gastando con discreción la fortuna que a Leoncio se le cayó del bolsillo de sus pantalones y María nunca se sacó del pecho la bolsita con los diamantes y la dirección en Madrid donde poder venderlos uno a uno, según necesidades.

-Es bueno que concluya comentando lo que todo el mundo sabe en Baeza y nadie ha resuelto: a los dos años de este episodio, la noche más fría de ese invierno, encontraron a los esposos asfixiados por el carbono de su brasero y con las puertas cerradas de todas las ventanas. Esto sucedió el 13 de enero de 1882. Y todo, al cabo de los años, pudo descubrirse porque la justicia fue tirando del hilo que se inició con la breve conversación entre Luisito el cabrero y Leoncio, como si aquello hubiera sido una ocurrencia.

-Juntos debemos olvidarlo, insistió la señora Emilia después de besar la cara sorprendida de su hijo.

Pero, inevitablemente, se agolparon en la cabeza de René la insistencia de un número obsesivo: el trece. Trece el número de su casa en calle Poblaciones. Trece el número de los diamantes. Un día trece murió su abuela por un tiro de escopeta sin sentido. Trece de enero la mañana en que encontraron muertos a Alejo y a María la hortelana que, incluso muerta, seguía siendo guapa, guapa hasta dejárselo de sobra.

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