Panamá, atrapado entre Irán, Israel y la guerra del petróleo

24 de junio de 2025
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Bandera de Panamá. | Fuente: Canva

Hoy, Panamá es testigo y actor de una partida geopolítica que no eligió jugar, pero de la que no puede escapar

Desde los años 60 hasta el presente, Panamá ha estado en el corazón de las tensiones entre Irán e Israel, desempeñando un papel clave en los entramados diplomáticos y petroleros del Medio Oriente. Lo que comenzó como un acuerdo comercial entre Irán e Israel en 1968, evolucionó en una red opaca de flotas y transacciones marítimas que colocó al país centroamericano en medio de una pugna geopolítica de escala global.

La empresa Trans-Asiatic Oil Ltd. (TAO), fruto de la alianza entre la National Iranian Oil Company y el Estado de Israel, operaba parte de su actividad bajo registro panameño. El objetivo era claro: transportar petróleo evitando conflictos con países árabes. Pero tras la Revolución Islámica de 1979, el vínculo se quebró y derivó en una disputa internacional, que culminó con una compensación que Israel tuvo que pagar a Irán por el uso del oleoducto Eilat-Ashkelon.

Ese mismo año, el Sha de Irán, derrocado y enfermo, buscó refugio en Panamá. Su presencia coincidió con la crisis de los rehenes estadounidenses en Teherán. El gobierno de Omar Torrijos y el presidente Aristides Royo abrieron un canal de negociación con el régimen de Jomeiní, aunque finalmente el Sha no fue extraditado. Documentos desclasificados muestran la complejidad de esas negociaciones y la presión internacional sobre Panamá.

Durante los años 80, Panamá volvió a ser pieza de un tablero internacional con el escándalo Irán-Contras. Estados Unidos, con apoyo israelí, vendió armas a Irán y canalizó los fondos a los Contras nicaragüenses. Según reportes, Panamá sirvió como plataforma logística. En paralelo, Hezbolá —financiado por Irán— ejecutó atentados que provocaron represalias israelíes y una escalada de violencia regional con ramificaciones globales.

Atentado

La guerra llegó directamente a Panamá en 1994 con la explosión de un avión de Alas Chiricanas, que mató a 21 personas. El atentado, relacionado con Hezbolá, se produjo un día después del ataque a la AMIA en Buenos Aires. Este hecho selló un punto crítico en la relación indirecta del país con los conflictos del Medio Oriente.

En 2016, tras el alivio de sanciones internacionales por el acuerdo nuclear, Panamá firmó un acuerdo con Irán para permitir a sus buques operar con bandera panameña. Pero en 2019 y luego en 2023, Panamá cedió a la presión estadounidense y revocó los registros de decenas de barcos vinculados a Irán. Estados Unidos redobló su presión en 2024, cuando sancionó a empresas panameñas acusadas de facilitar el transporte de crudo iraní, parte de la “flota fantasma”.

Mientras Irán y China inauguraban rutas terrestres para evitar sanciones, y Estados Unidos reforzaba su presencia naval cerca de Israel, Panamá firmó un Memorándum con Washington para garantizar el paso de buques militares. El Canal, una vez símbolo de neutralidad, pasó a ser un punto estratégico de maniobras militares en el marco de un conflicto que ya se extiende a todos los continentes.

Hoy, Panamá es testigo y actor de una partida geopolítica que no eligió jugar, pero de la que no puede escapar. Su posición como eje del tránsito global y sus vínculos pasados con Irán, Israel y Estados Unidos lo mantienen, silenciosamente, en el centro de un conflicto que cruza océanos y décadas.

*Información de La Prensa.

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