A veces cuesta entender cómo un país con tanto potencial como España sigue tropezando en la misma piedra: empleo y talento mal aprovechado. A cierre de 2024, la tasa de empleo nacional se situó en un 71,4%, según datos de Eurostat. Una cifra que, aunque mejor que en años anteriores, nos deja como el cuarto país con peor desempeño de toda la Unión Europea, solo por delante de Italia, Grecia y Rumanía.
La mejora respecto a 2023 (70,5%) y a los niveles prepandemia de 2019 (68%) es innegable, pero sigue siendo insuficiente. España continúa a 4,4 puntos porcentuales por debajo de la media europea, que alcanzó un 75,8% tras una ligera subida de medio punto en los últimos doce meses. Es un avance, sí, pero lento y por detrás del ritmo de nuestros vecinos.
Por otro lado, el mapa europeo del empleo muestra un contraste claro: mientras países como Países Bajos (83,5%), Malta (83%) y República Checa (82,3%) lideran con tasas sólidas, España se estanca en la parte baja de la tabla. Esto refleja no solo una debilidad estructural del mercado laboral español, sino también una oportunidad perdida de aprovechar mejor a su población activa.
Y si hablamos de oportunidades perdidas, hay un dato que debería hacernos reflexionar seriamente: el 35% de los trabajadores en España están sobrecualificados. Es decir, uno de cada tres empleados tiene estudios superiores, pero trabaja en puestos que no requieren esa formación. Una tendencia que, lejos de ser anecdótica, nos convierte en el país con mayor tasa de sobrecualificación de la UE. Grecia (33%) y Chipre (28,2%) le siguen, muy por encima del promedio europeo, que se sitúa en un 21,4%.
Este desajuste entre formación y empleo no solo representa una frustración individual para muchos profesionales, sino también una pérdida de competitividad y eficiencia para el país. Invertimos en formación, pero el mercado no responde con empleos acordes. España no solo necesita más empleo, necesita mejor empleo.