Alegato por las buenas gentes de la España vaciada

15 de abril de 2025
5 minutos de lectura
Alegato por las buenas gentes de la España vaciada
Vecinos en un pueblo alpujarreño (Granada). /ALFREDO AGUILAR

JUAN CARLOS GARCÍA DE LOS REYES (Blog La Ciudad Comprometida)

Disponen de muchísimas menos oportunidades para poder acceder a un empleo digno, para poder ser emprendedores, para acceder a la cultura, para recibir atención sanitaria básica…

Hoy vengo decidido a hablarte de las buenas gentes a las que más admiro. ¿Qué de quiénes? Pues de todas aquellas que viven en las decenas de pueblitos que se encuentran dispersos por el mundo rural español. Personas relativamente alejadas de las ciudades, lo que viene a ser lo mismo que decir que tienen bastante complicado acceder a los servicios y dotaciones públicas o privadas de las que disfrutamos todos los demás. Que disponen de muchísimas menos oportunidades para poder acceder a un empleo digno y relativamente estable, para poder ser emprendedores, para acceder a la cultura, para recibir atención sanitaria básica, para que haya un colegio bien atendido relativamente cerca, o para disponer de un transporte público razonablemente eficiente que les comunique con otros pueblos cercanos y con una ciudad…

¿Se tratarían entonces de ciudadanos de segunda? Muchos opinan que sí porque de otra manera cómo poder explicar que casi todos esos sitios en los que viven van languideciendo poco a poco en una especie de muerte en vida. Y sufren una diáspora juvenil que los va dejando cada vez más envejecidos, con menos gente y como consecuencia de ello también con menos recursos de todo tipo. Por eso hace unos años ganaron fuerza los sobrenombres de ‘La España Vacía’ o ‘La España Vaciada’ para reivindicar de las administraciones públicas un tratamiento diferenciado y una atención especial a esos territorios, a esos municipios, a esas comarcas… Un grito desgarrador que reclama no solo justicia, sino también inteligencia colectiva, porque nos va mucho en ello.

En dónde están los valores

  Yo lo que sé es que, en la España interior, en la España rural, en la España despoblada, se concentran muchos de los valores identitarios, culturales, ambientales o paisajísticos que nos han permitido ser lo que somos, que forman parte de nuestra esencia como país y de los que nos sentimos orgullosos, por ser el poso y la fiel consecuencia de la enorme sabiduría popular que durante generaciones fueron atesorando nuestros padres, y los padres de nuestros padres:

  • Ya que aglutinan lo mejor de nuestras tradiciones culinarias, porque ¿De dónde nacieron, si no, la fabada, las migas, la fritaílla, los pucheros, el gazpacho o los pestiños?
  • O de las tradiciones culturales, religiosas o festivas que remanecen del mundo rural y que constituyen señas de identidad que han sido adoptadas como propias por una gran parte de la sociedad: la tauromaquia y los encierros taurinos, la trashumancia, los mundos del aceite, del vino, del pan, del jamón o de los dulces; el fervor popular por las romerías; las verbenas…
  • O, ¿Qué decir de las costumbres que nacieron precisamente de los vínculos ancestrales entre el hombre rural y su territorio? A mí, por ejemplo, no me cabe ninguna duda de que las mejores lecciones sobre el respeto que le debemos a la naturaleza las aprendí en mientras trabajaba para ellos. Y me siguen maravillando la red de acequias de La Alpujarra, los bancales agrícolas en los ruedos de los pueblos de montaña, las vegas feraces de los valles de interior, la inteligente gestión tradicional de los productos del bosque, la cultura de la vid, del olivar, de las dehesas o de las mieses, o el mundo de las aguas termales.
  • O, ¿Qué decir de los paisajes majestuosos que nos regalan por doquier estos municipios, tan llenos de cultura? Porque a poco que los sepamos mirar nos van a hablar con elocuencia de las gentes que allí habitaron y de sus modos de vida, cuyas enseñanzas no deberíamos olvidar. Una arquitectura del paisaje llena de armonía, de equilibrio, de saber popular y de respeto al medio.
  • O porque la arquitectura vernácula, o arquitectura popular como también se la conoce, suele ser una refinada conjunción entre lo funcional y la economía de medios, generalmente bellísima y rebosante de respeto al sitio. Con pueblos que se adaptan al lugar y a la orografía como un guante de seda a la mano. Con memorables ejemplos de arquitectura escalonada, con singulares tipologías arquitectónicas verdaderamente bioclimáticas, con hábitats sorprendentes como las casas cueva, por el uso inteligente de la cal, del barro, de la launa, del añil, de la madera, de la pizarra, del barro… o con ingenios arquitectónicos memorables como los molinos harineros, los batanes, los molinos de viento, los pozos de nieve, los apriscos, los chozos, las cortijadas, los manantiales, las ermitas, o los secaderos.

Humilde capotazo

Por eso, como te decía al principio, hoy he decidido que mi reflexión será para echar un humilde capotazo al conjunto de la sociedad rural, a todos los que habitan en las comarcas más alejadas de las grandes ciudades, y específicamente a sus ayuntamientos, para agradecerles la labor abnegada y tantas veces frustrante que se realiza desde las administraciones locales, con apenas medios y desde luego con recursos insuficientes, en un intento desesperado por revertir la tendencia perversa de la despoblación con todo lo que significa. ¿Cómo? Pues dando visibilidad a una de las labores a las que deben enfrentarse sus ayuntamientos como es la de formular y aprobar un plan urbanístico que regule y ordene los usos y actividades urbanos y rurales en sus territorios.

Casi con vergüenza colectiva debo decirte que en la mayoría de los casos deben afrontar la ingente labor técnica, jurídica y administrativa que su pone formular el planeamiento urbanístico municipal con medios propios y tantas veces sin la comprensión del resto de las administraciones que pareciera que no hubiesen comprendido eso de la necesidad de apoyar y solidarizarse con los más pequeños, con los que tiene menos recursos económicos y humanos, con aquellos a los que la sociedad y sus normas se lo pone más difícil…

  • Sí, sí Juan carlos, pero ¿Cómo has pensado darle visibilidad?

 Pues, mira, por ejemplo, mandando un fortísimo abrazo, lleno de admiración y de solidaridad, al minúsculo municipio de Carataunas (Alpujarra Granadina. España) que con apenas 170 habitantes acaba de aprobar definitivamente su PGOU tras un esfuerzo y un empuje digno de los mayores elogios tanto para Diego, su alcalde, como para el resto de su corporación.

Y también, mandando otros abrazos igual de sentidos, y tan comprometidos y solidarios, a los alcaldes y alcaldesas y sus respectivos equipos, de los ayuntamientos de Albondón, Almegíjar, Alquife, Antas, Bornos, Castril, Cijuela, Ferreira, Jumilla, Ibros, LaHiguera, Pórtugos, Santa Elena, Sorvulán, Valdepeñas de Jaén y Valderrubio, en las provincias de Granada y Jaén, todos ellos con muy poca población y la mayoría con menos de 1.000 habitantes, para que continúen impulsando sus respectivos planeamientos urbanísticos  ya que serán unos instrumentos esenciales para poder propiciar un adecuado desarrollo local, ajustado a la realidad social y física del municipio, que potencie y mime sus valores tradicionales, ambientales y paisajísticos, y tan sencillo de ser gestionado como se pueda. Con la finalidad, noble como pocas, de mejorar la calidad de vida de sus gentes en todos los sentidos.

Por mi parte, por nuestra parte, les seguiremos apoyando con todo nuestro afán y brindándoles toda la experiencia que hayamos podido acopiar durante casi toda una vida trabajando en el mundo rural, porque nunca voy a olvidar que mucho de lo que he aprendido me lo enseñaron sus gentes.

https://laciudadcomprometida.eu/la-ciudad-comprometida/6015-mi-humilde-capotazo

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