Me emocionó leer en los evangelios apócrifos a un Dios que, como alfarero, formó uno a uno pájaros de arcilla y luego los fue tocando para que emprendieran su vuelo desde la carne del tacto. San Juan de la Cruz describió la intervención en nosotros del Altísimo como de “mano blanda y toque delicado, que a vida eterna sabe y toda deuda paga”: La mano es del Padre, el toque es del Hijo… Mano blanda para volar a solas sin perdernos de vista.
Más tarde, esos pájaros tocados, en su libertad, cambiarán los sonidos del mundo y dejarán en los bosques la urgencia de sus nidos y la coloración de sus alas. Dejarán también la memoria de los sitios donde volaron…
Más tarde, volveremos a ser tierra y otra vez su mano deliciosa nos devolverá a la vida. Nos crecerán las alas y buscaremos, en los sitios más extraños, el aire que nunca respiramos. Porque detrás de aquellos montes susurran sus caricias las bondades. El mar será entonces apenas un estanque.