¿Quién manda aquí?

5 de marzo de 2025
3 minutos de lectura
Este Trump es un cachondo
Bandera de Estados Unidos. /FI
VÍCTOR BELTRI

Estamos en las manos de un delincuente. De un hombre ruin, un personaje miserable y sin escrúpulos

El presidente norteamericano es un hombre ruin, que encuentra placer humillando a sus rivales: el penoso incidente con el mandatario ucraniano, en la Casa Blanca, no fue sino una puesta en escena al estilo del programa de televisión que lo llevó a la fama. You are fired, parecía ser la frase planeada desde un principio para concluir una reunión que no se tendría que haber desarrollado ante las cámaras.

Zelenski no se dejó intimidar, sin embargo. El intercambio no fue sólo incómodo sino ríspido, y al final serviría para exponer la naturaleza real de quienes hoy deciden el rumbo de una nación que ha renunciado, sin darse cuenta, al papel que alguna vez ocupó en el orden mundial: el presidente ucraniano, en contraste, sería arropado de inmediato por sus pares tras el abuso sufrido.

El liderazgo de un convicted felon ha convertido a EU en una amenaza real para el resto del mundo: la Guerra Fría, hoy lo sabemos dolorosamente, en realidad no terminó con la caída del Muro de Berlín ni con la disolución de la Unión Soviética, sino que se pierde en los días que corren tras la alineación de la nación norteamericana ante un poder que somete a su mandatario por razones inconfesables. El presidente Trump, se confirma de nuevo, es un hombre miserable que sólo es capaz de mirar por sus propios intereses personales.

“Aquí no hay de que nosotros no estamos cumpliendo”, señaló el fiscal general de la República, en la conferencia de prensa que rindió tras la entrega —al menos confusa— de 29 ciudadanos que podrían enfrentar una pena de muerte inexistente en nuestra legislación.

“Eso sí quedó clarísimo”, afirmó. “Hay una ratificación del esfuerzo de México para combatir esta plaga, y sobre todo el esfuerzo del gobierno de México para no proteger a ningún delincuente que tiene vinculaciones internacionales (…) Yo creo que esta reunión permitió establecer que México ha cumplido ampliamente con sus obligaciones en esta materia, y que no tiene por qué ser sancionado de ninguna manera. Eso sí está muy claro, ¿eh? Y no sé si queda claro para todos…”.

Muy claro no quedó: tras la entrega en cuestión, los gringos no dieron —ni siquiera— las gracias. “Los aranceles sobre las importaciones procedentes de Canadá y México entrarán en vigor el 4 de marzo según lo previsto”, anunció Trump el mismo día que nuestro país le entregaba no sólo a los criminales mexicanos, sino —con ellos— información invaluable que podría resolver, o complicar aún más, los principales problemas de seguridad y corrupción que han aquejado a nuestro país desde hace más de medio siglo: información que podríamos haber aprovechado nosotros mismos, y que habría servido para aclarar muchos de los asuntos que todavía tenemos pendientes. Todo ese conocimiento ahora les pertenece a los gringos, quienes, sin duda, sabrán bien cómo utilizarlo para sus propios fines.

Estamos en las manos de un delincuente. De un hombre ruin, un personaje miserable y sin escrúpulos al que le brindamos, con toda candidez, los medios suficientes para extorsionar a nuestras autoridades presentes y pasadas sin haber resuelto nuestros propios problemas de antemano, y que incluso impuso condiciones para que su recibimiento sirviera para enaltecerlo mediáticamente. El miedo de nuestro gobierno terminó por entregar una ofrenda incondicional a Donald Trump, sin entender las consecuencias de sus acciones; el miedo del presidente norteamericano, a su vez, le llevó a rendir el tributo correspondiente a su propio amo.

“¿Quién manda aquí?”, fue el mensaje que transmitió, de manera en absoluto sutil, el expresidente López Obrador tras el acto autoritario de la cancelación del aeropuerto; “¿Quién manda aquí?”, parecería ser el mensaje de Trump ante quienes considera sus súbditos, mientras que Vladimir Putin hace lo propio ante el mundo entero. El futuro se define mientras hablamos: en México, muy pronto, terminaremos por entender que la popularidad en las encuestas no equivale a la capacidad de lograr la unidad nacional en un país dividido por diseño.

*Por su interés, reproducimos este artículo de Víctor Beltri, publicado en Excelsior.

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