Parafraseando el famoso grito de Madame Roland cuando la llevaban camino de la guillotina, ¡Oh Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!, digo: ¡Oh Amor, cuántas insensateces se dicen en tu nombre! Empezando por el gran Tirso de Molina -como he citado otras veces- en su obra “El burlador de Sevilla“, también llamada “El convidado de piedra”, que recrea las aventuras de don Juan Tenorio; alguien pregunta, no recuerdo si al protagonista: ¿Qué es el amor? Y éste contesta: Es un deseo de hermosura. El diálogo continúa: Y esa hermosura, ¿para qué el amor la procura? / Para gozarla… Te quedaste corto, maestro Molina, porque el amor es mucho más que esa reacción sexual. Es algo más profundo y trascendente, no esa insensatez. Por eso me gusta más el cuento árabe, que también he citado otras veces: el amante había tocado dos veces la puerta del amado y a la pregunta ¿Quién es?, había respondido soy yo y la puerta no se abrió. Después de penitencia y ayuno, tocó la tercera vez, a la pregunta contestó: soy tú y la puerta se abrió.
Insensateces también oí en París hace muchos años. Cursaba estudios sobre la lengua gala en la Alianza Francesa de la Ciudad Luz. Uno de los cursos era Conversación. La profesora, simpática y competente, era un tanto alebrestada. Divorciada, tenía como compañero sentimental a otro excelente profesor de lengua francesa. Gran admirador de De Gaulle, no como político -le era contrario- sino como escritor. Nos dictaba párrafos de sus textos. Yo progresé en esta materia. De ochenta faltas de ortografía que hacía al principio, al final del trimestre sólo hacía cuarenta. Pero volvamos al curso de la profesora alebrestada. Le gustaba salir la noche de los viernes, con un grupo escogido de sus estudiantes, a divertirse por los bulevares. Sobre todo le gustaban los jóvenes gringos. Yo no estaba en ese grupo, a pesar de que nos asemejaba la edad: ambas estábamos en la temprana madurez. No había sido escogida, hasta que…
La profesora señalaba temas para la conversación. Aquel mediodía sugirió el amor. Se suscitó el diálogo. Hablaron de la relación entre parejas, el dando y dando, si tú me haces yo te hago, si tú me eres infiel pues yo también puedo serlo… Yo poco intervenía en estas conversaciones por timidez, mi dominio de la lengua francesa era muy escaso. Sin embargo, cuando ya la conversación terminaba, levanté la mano y pedí la palabra. Empecé diciendo: Ustedes no están hablando de amor sino de contabilidad. El amor es otra cosa, es una entrega total a la persona amada, es perdón, es renuncia, es complacer… Silencio de asombro. Por primera vez la profesora se fijó en mí. Luego dijo a su grupito: ¿Invitamos a la Venezuela -así nos llamaba, por nacionalidad- a salir con nosotros?
Si, el amor empieza por una atracción física, una reacción química, que es, bien un cosquilleo en el estómago, bien una deliciosa opresión en el pecho. Es el truquito placentero con el cual nos dotó Dios para la continuación de la especie. Pero el amor no se queda en este primer balbuceo, a medida que se desarrolla la relación de los enamorados se va transformando en algo más sentimental y racional. Ya no se admira sólo la hermosura física, sino la espiritual y las cualidades intelectuales. El amor crece, se consolida, se sublimiza, en la vida matrimonial. Si no es así, viene el fracaso.
Pero hay otros amores distintos del de la pareja -que es co-creador- y que contribuyen a la armonía en la convivencia humana: el amor paternal y maternal, el filial, el fraternal, el de amistad, el amor a la ciencia, al arte, la cultura, la profesión, el trabajo. Todos legítimos y que, mientras se mantengan en sus propias dimensiones, conducen hacia el bien común.
Sin embargo, algunos, tal vez muchos, desenfrenan estos amores y los vuelven pasiones negativas, justificando su imprudencia porque se trata del amor, palabrita mágica que lo justifica todo. Grave error. Eso es deformación del amor, justificar acciones torcidas porque se hacen por amor. El Che Guevara decía que se mataba por amor. Lo mismo dirán los abortistas: por amor a la humanidad se asesinan los fetos en el vientre materno, así habrá menos bocas para alimentar. Esos son los partidarios de lo que llamaría el amortiguador.
La pasión no es mala, al contrario, puede ser una fuerza muy positiva. El amor es pasión, como la ira, el temor. Santa fue la ira de Jesús cuando echó a los mercaderes del templo. Los héroes y los santos luchan con pasión por su idea, sin ésta no la alcanzarían jamás. Dios ha dotado a los hombres de dos grandes y fundamentales pasiones: el amor divino, por el cual ama a Dios sobre todas las cosas y el amor a la libertad.
¡Libertad! Cuántos crímenes se cometen en tu nombre, decía Madame Roland cuando la conducían al martirio, pero también cuántas gestas heroicas se registran en la Historia por tu causa. Pueblos, naciones, han luchado y sacrificado vidas por ella. ¿Qué mejor ejemplo que la independencia de América, donde un hombre volando casi loco, / con aguas del Orinoco / fue a regar vel Chimborazo… (Tomás Ignacio Potentini, Canto a Bolívar).
Y es que la libertad es el don más excelso concedido al hombre terrestre, tanto valdrá, cuando Dios, al darnos el libre albedrío, arriesgó nuestra felicidad eterna, que es lo que él quiere. Pero debemos escogerla nosotros…, en libertad.
Amor a la libertad. Que no se agote en en este momento crucial de Venezuela. Sea meta a alcanzar en el año 2025, que comienza. Acompañemos a nuestra Antígona y sus seguidores que luchan, sin cansancio ni claudicaciones, por este amor desconocido por los déspotas.
¡Libertad ahora y siempre! Los venezolanos estamos enamorados de tu presencia, con un amor imbatible, eterno…
Por su interés, reproducimos este artículo de Alicia Álamo Bartolomé, publicado en El Impulso.