Hoy: 22 de noviembre de 2024
Viene a decir Guillermo Rodríguez Morales en su novela El hombre y sus demonios, que el ser humano que es capaz de elevarse a lo supremo en el heroísmo o la espiritualidad es el mismo capaz de descender a los estratos más bajos de la crueldad, la corrupción o la perversidad. “El hombre es el único animal que engendra sus propios demonios, incitado por la imaginación y las represiones de su inconsciente”.
Íñigo Errejón, uno de los políticos más mediáticos de los últimos años, llegó para cambiar el mundo desde un movimiento en el que todos sus miembros irrumpían en la sociedad con la fuerza de los principios y valores poderosos para hacer de la vida un lugar más cómodo y justo. ‘Podemos’, decían, y muchos les creyeron. No pasó mucho tiempo y ese grito se diluyó entre las vanidades más mundanas que acaban por estropearlo todo.
El poder contamina y mancha, transforma; y a estos jóvenes impetuosos que se colaron entre ministerios del Gobierno, tocaron lujo y pisaron moquetas largas y esponjosas de los pasillos y salones en los que se decide la vida, el poder los cambió… a peor.
De entre todos ellos, Íñigo parecía de otra pasta y emergía como el muchacho con cara de buena persona que toda madre querría de yerno, amigo deseado para irse de cañas o político al que creer en medio de tanto crápula, falsos, vanidosos, mediocres y farfollas, que como nos aclara la Real Academia son “cosa de mucha apariencia y de poca entidad”. Frente a la antipatía o el desapego que proyectaban otros como Pablo Iglesias, Errejón empatizaba hasta con la derecha.
A mi llegó a seducirme y pensé que podría votarlo sin el regusto agridulce que queda tantas veces cuando depositas una papeleta y tienes la sensación de que no valdrá para mucho y que te la han metido doblada. Ese hombre con cara de no haber roto un plato, con pinta de chaval inteligente de verbo rápido y de ideas audaces, era en realidad un listillo que escondía demonios, sobre todo para tratar a las mujeres.
Lo admito. No podía imaginar que detrás de esa apariencia de tanta verdad hubiese en realidad tanta mentira. Me siento engañado una vez más y defraudado por creer en quien no debía. El caso de Errejón, que me da la impresión que tiene desconcertado a más de uno con las mismas sensaciones que las mías, supone muchas cosas y alerta sobre otras tantas que van más allá de la simpleza de que las apariencias engañan, que también.
Una de ellas es que el discurso del maltrato machista o la violencia de género no es cosas de derechas o de izquierdas, es decir no es una cuestión ideológica porque ejemplos hay de que la maldad y la perversión no está a un lado u otro de la política: está en la condición humana. Choca mucho, es verdad, que quien decía luchar por el feminismo y la igualdad con tanta vehemencia y nos diese tanta predica sobre ello, sea en verdad uno de sus peores referentes.
El aldabonazo de Errejón, para qué engañarse, ha hecho más sangre en la izquierda porque ahí se presume que anidan los grandes valores que defienden a la mujer por encima de cualquier otra tendencia. Y ahí están todos rasgándose las vestiduras, pidiendo explicaciones o mirando para otro lado.
Eso nos lleva a otras reflexiones: la obligación de exigir a nuestros políticos que las palabras y los hechos coincidan, de hacer valer la importancia de cumplir lo que se dice y tener comportamientos en los que no basta con serlo y parecerlo, que también. Hay que parecerlo y hay que serlo porque el discurso no puede estar en contradicción con la verdad. Hay quien, como el presidente Pedro Sánchez, se ha instalado en la mentira (cambios de opinión, dice él, pero siempre en su provecho, en su beneficio personal, por lo que sigue siendo una mentira), y en hacer justo lo contrario de lo que prometió. Ese no es el camino si queremos que la sociedad tenga confianza en sus dirigentes.
Otra idea, más política, es el daño colateral del ‘latigazo Errejón’ a su actual partido, Sumar, y a su líder y responsable Yolanda Díaz, que ha puesto estos días tierra de por medio, más bien océano de por medio, y se ha marchado a Colombia. Aunque en la dirección lo niegan, son muchas las voces que sostienen que en el partido se sabían desde hace tiempo las andanzas de Íñigo y se taparon. Es más, Yolanda Díaz conocía denuncias contra Errejón y lejos de apartarlo lo premió con la portavocía del partido en el Congreso, según fuentes internas.
Sumar, en un momento de absoluta debilidad en el que parece que la formación y su líder han perdido fuelle y fuerza y desde luego el carisma que conquistó al presidente Sánchez, hace aguas ahora con este escándalo que puede costarle su futuro a Díaz si se demostrase que sabía lo que ocurría con Íñigo. Sumar no suma, según las encuestas, y el caso Errejón resta y mucho aunque haya dimitido.
De momento yo me quedo con mi frustración y el convencimiento de que las apariencias engañan y de que la primera impresión y las siguientes no son siempre acertadas porque hay hombres con cara de niños buenos que esconden auténticos demonios. Seguiré buscando hasta encontrar a ese líder político que solo sea verdad y camino. Por ahora no lo he encontrado y empiezo a perder la fe.