El PSOE comenzó sus movimientos en el ámbito de la oposición política intentando abrirse hueco, con apenas 2.500 afiliados en el interior de España
Corría el año 1975. Un año que, para aquellos que vivimos con la esperanza de un cambio, se presentaba como un cúmulo de incertidumbres y sombras. La dictadura franquista, a pesar de la enfermedad de su artífice, se aferraba al poder con la tenacidad de un moribundo. Las calles, impregnadas de un silencio denso y expectante, eran testigo de una lucha sorda entre los defensores del régimen y aquellos que anhelábamos la libertad.
La propuesta de conmemorar el 50 aniversario de 1975 resulta, cuanto menos, desconcertante. En este contexto, ¿qué se pretende conmemorar? ¿La agonía de la dictadura? ¿Los últimos coletazos de un régimen opresor? ¿Acaso se busca blanquear la historia y presentar un relato edulcorado de un periodo marcado por la represión y la falta de libertades? En 2025 se propone conmemorar los 50 años de 1975, un año que, lejos de merecer celebración, debería ser recordado como uno de los más oscuros de nuestra historia reciente. Resulta desconcertante que se pretenda celebrar un año marcado por la agonía de la dictadura, la represión y la incertidumbre, en lugar de centrarnos en fechas clave para la democracia como el 15 de junio de 1977. Para comprender la magnitud del despropósito es necesario realizar un análisis exhaustivo de los acontecimientos que marcaron aquel año.
Creo sinceramente que alguien tiene un enorme interés en acabar con el PSOE. Esta idea me viene rondando desde hace mucho tiempo, concretamente desde aquellos terribles acontecimientos de 1994 de cuyo nombre no quiero acordarme, me refiero a aquellos cambios en el Gobierno que con tanta falta de tacto llevó a cabo quien había sido el norte y guía del PSOE desde el Congreso de Suresnes y al que, a pesar de aquello y de otros traumas padecidos en propia carne, sigo respetando y del que sigo creyendo que costará mucho a España conseguir otro personaje como él para dirigir esta maquinaria tan complicada como resulta España.
Pero no quiero apartarme de lo que hoy quiero decir. Leo con estupor que algún iluminado ha tenido a bien decidir conmemorar, durante todo este 2025, un 50 aniversario de no sabemos bien qué. Por un lado, nos dicen que se trata de conmemorar la llegada de la democracia; otros dicen que del fallecimiento del dictador es de lo que debemos alegrarnos. Todos mensajes, al menos los que yo conozco, carentes de sentido y sin fundamento alguno si hacemos un repaso de aquel 1975, que para quienes lo vivimos, 1975 no fue precisamente un año para celebrar. Si bien algunos personajes, en voz baja y a escondidas, iniciaban contactos fuera de España para consensuar una salida al fin de la dictadura, la realidad es que los intereses de continuidad del régimen eran fuertes y sus fieles seguidores no pensaban ceder el poder fácilmente. El aparato del Estado, con el ejército y la policía a la cabeza, seguía controlando todos los ámbitos de la vida pública y privada. La censura impedía cualquier manifestación de disidencia, y la Ley de Asociaciones, que permitía un limitado asociacionismo político dentro del Movimiento Nacional, era una farsa que no engañaba a nadie.
Se argumenta que conmemorar 1975 es rememorar las bases de la transición. Sin embargo, este argumento se desmorona al analizar los acontecimientos de aquel año. Tras el fallecimiento del dictador el 20 de noviembre y la proclamación de Juan Carlos I como rey por las Cortes franquistas, España seguía sometida a los principios fundamentales del Estado que veníamos soportando durante 36 años. Aquellas Cortes, no elegidas democráticamente, no apostaban por el restablecimiento de la democracia. De hecho, muchos de sus miembros eran nostálgicos del régimen y veían con recelo cualquier apertura política.
Escuchamos que, sin conocer lo que se pretende celebrar en este 50 aniversario de 1975, lo que se pretende es rememorar las bases de lo que posteriormente fue el inicio de la transición (tan denostada por los mismos que promueven el aniversario). Pues bien, tras intentar conocer qué es realmente lo que se pretende celebrar, y más durante todo un año, me viene a la memoria y quiero traer a colación acontecimientos de 1975 para ver qué es lo que podemos celebrar de todo ese año que finaliza con dos acontecimientos trascendentales: el fallecimiento del dictador el 20 de noviembre de ese año y la proclamación de Juan Carlos I como rey por las Cortes franquistas previo juramento y acatamiento de los principios fundamentales del Estado.
Cortes no elegidas democráticamente, sobra decirlo, y principios que veníamos soportando durante los 36 años anteriores y desconocíamos lo que podía depararnos, porque aquellas Cortes no apostaban, en su inmensa mayoría, por el restablecimiento de la democracia cercenada en abril de 1939 tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936.
1975 es el año posterior a ese que el PSOE sí debió conmemorar como se merecía. El 10 de octubre de 1974, en la localidad francesa de Suresnes, se celebró el XXVI Congreso, donde fueron elegidos, junto con otros compañeros de inolvidable recuerdo, Felipe González y Alfonso Guerra. De este Congreso, el PSOE salió rearmado ideológicamente tras un periodo de movimientos intestinos no muy ejemplares que casi llevan a su desaparición.
El PSOE comenzó sus movimientos en el ámbito de la oposición política intentando abrirse hueco, con apenas 2.500 afiliados en el interior de España, y con el pensamiento puesto en la recuperación democrática y pensando en la posible desaparición futura del dictador, con la idea de recuperar un régimen de libertades y derechos democráticos. Y para ello se comenzaron a montar equipos de estudio de la situación del momento y las posibilidades del futuro. Así, Alfonso Guerra montó en 1974 el llamado “Instituto de Técnicas Electorales – Proyectos Sociales y Organizaciones Empresariales” (ITE-PSOE).
Todos estos acontecimientos sí merecieron la celebración y el recuerdo de los 50 años. Este sí era un buen momento para los socialistas, pero no son esas las intenciones de quienes hoy dirigen los destinos del PSOE, el PSOE parece haber olvidado su pasado. La decisión de conmemorar 1975 es una muestra más de su deriva hacia un populismo que instrumentaliza la historia para sus propios fines. Un PSOE que en su día condenó la dictadura y luchó por las libertades, ahora se presta a blanquear la memoria del régimen y a reabrir heridas del pasado. Tras este paréntesis, sin duda necesario en cuanto al conocimiento de nuestro pasado próximo, seguiremos repasando los motivos de la celebración de este 50 aniversario de no sabemos qué.
Ese año estuvo marcado por acontecimientos negativos: la Marcha Verde y la humillante Declaración de Madrid, que entregó el Sáhara Occidental a Marruecos y Mauritania; las «manifestaciones contra España» en protesta por los fusilamientos del 27 de septiembre, un acto de barbarie que conmocionó al mundo y aisló aún más al régimen franquista; la aparición del GRAPO y sus primeros asesinatos, que iniciaron una espiral de violencia; la represión en Argentina iniciada por Isabel Martínez de Perón, que mostró la cara más oscura del peronismo; la llegada al poder de los jemeres rojos en Camboya, con su régimen genocida; la detención de la dirección política del Partido Socialista de Chile, que supuso un duro golpe para la izquierda latinoamericana… A esto se sumaba una inflación galopante, un alto índice de analfabetismo y la disolución oficial de The Beatles, una noticia que, desde la frivolidad, añadía un toque de tristeza a un año ya de por sí sombrío.
Probablemente celebremos que el 1 de agosto de 1975, durante la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea celebrada en Helsinki, en rueda de prensa, el por entonces presidente del gobierno de España, Carlos Arias Navarro, sacaba pecho seudodemocrático con aquella Ley de Asociaciones que tuvo una vigencia tan corta como el tiempo que transcurrió hasta la Revolución de los Claveles. Arias Navarro presumía de estar llevando a cabo un proceso que él denominaba de “normalización”, pero siempre incidía en que este no podía ser ni demasiado rápido ni demasiado lento y mostraba su preocupación por la situación de países a nuestro alrededor, sin duda con la vista puesta en Portugal. Presumía de su famosa declaración de 12 de febrero de 1974 en la que había anunciado el asociacionismo político, siempre dentro del Movimiento Nacional, y del que, como decíamos, pronto se arrepintió tras la Revolución de los Claveles de abril de 1974 en Portugal. Revolución que quizás sí habría merecido una mayor atención conmemorativa y aplauso por parte de nuestros dirigentes. La Ley de Asociaciones acabó en el cajón de la basura.
O tal vez, ahora que conocemos un poco más sobre los acontecimientos de 1975, sobre la Marcha Verde y su finalización vergonzosa y humillante para España el 14 de noviembre de 1975 con la Declaración de Madrid y su firma por España, Marruecos y Mauritania, el mismo año en que se celebraron la novena y la décima rondas negociadoras hispano-norteamericanas para la renovación del tratado que venía autorizando la instalación de bases militares estadounidenses en nuestro territorio. La Marcha Verde organizada por el rey Hassan II de Marruecos en noviembre de 1975, fue una estrategia para forzar la descolonización del Sáhara Occidental y anexionarlo a Marruecos. Consistió en una movilización masiva de civiles marroquíes que cruzaron la frontera con el Sáhara Español.
La Marcha Verde fue percibida por gran parte de la sociedad española como una humillación nacional. El régimen franquista, debilitado por la enfermedad de Franco, no supo o no quiso responder con firmeza a la provocación marroquí. La imagen de miles de civiles invadiendo un territorio español sin encontrar resistencia generó un sentimiento de impotencia y frustración en la población. La Marcha Verde dejó en evidencia la debilidad del régimen y su incapacidad para defender los intereses de España.
La forma en que se gestionó la crisis del Sáhara, culminando con la firma de los Acuerdos de Madrid y el abandono del territorio, fue interpretada por muchos como una traición a los saharauis y una claudicación ante las presiones de Marruecos. La Marcha Verde y sus consecuencias dejaron una profunda herida en el orgullo nacional y contribuyeron a alimentar el descontento con el régimen franquista.
Es posible que se conmemoren aquellas que el régimen llamó «manifestaciones contra España»: el 26 de septiembre de 1975, con ataques a la embajada de España en Bruselas, frente a la embajada de España en París, colocando banderas rojas en el Ayuntamiento de Rouen, el bloqueo de la frontera hispano-francesa en Behobia, los ataques al Talgo Ginebra-Barcelona en Grenoble y en Narbona, la negativa del personal de tierra en el aeropuerto de Bruselas a atender a los aviones de Iberia o las manifestaciones ante la embajada de España en Bonn. Todas precursoras y en protesta por el execrable acontecimiento sucedido el 27 de septiembre de 1975, entre las 8:30 y las 10:00 horas de la mañana, en que fueron fusilados cinco jóvenes españoles.
Los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975 fueron un punto de inflexión en el ocaso del franquismo. El régimen, con un Franco agonizante, decidió aplicar la pena de muerte a cinco jóvenes, ignorando las peticiones de clemencia del Papa Pablo VI, la ONU y numerosos gobiernos de todo el mundo.
Este acto de barbarie provocó una ola de indignación en España y en el exterior, en la sociedad española los fusilamientos generaron un clima de profunda conmoción y repulsa. A pesar de la censura y el control informativo, la noticia se extendió rápidamente, provocando manifestaciones de protesta en diversas ciudades. La ejecución de los jóvenes, considerados por muchos como víctimas de un régimen injusto, alimentó el sentimiento antifranquista y aceleró el proceso de deslegitimación del régimen.
Pero el régimen franquista hizo oídos sordos. Las protestas se sucedieron en diversas capitales europeas, con ataques a sedes diplomáticas españolas y boicots a empresas españolas. Los fusilamientos aislaron aún más al régimen franquista y lo situaron en el banquillo de los acusados ante la opinión pública mundial.
Noruega, Reino Unido y Holanda llamaron a sus embajadores en Madrid. La Alianza Atlántica, desde Copenhague, aprobó una moción contra las condenas y pidió a los estados miembros que no favorecieran el ingreso de España en ella. El presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, solicitó la expulsión de España de la ONU y canceló los vuelos entre Madrid y Ciudad de México. Posteriormente, Henry Kissinger intermedió ante México y otros países para que la propuesta de suspensión de España no se llevase a efecto.
Solamente Augusto Pinochet se solidarizó con las acciones del dictador y de su gobierno.
Hasta ahora, poco encontramos como motivo de celebración del 50 aniversario de este nefando año. Tal vez hayamos de celebrar la aparición del GRAPO y sus primeros asesinatos, o el comienzo, el 1 de febrero, de la represión ilegal en Argentina iniciada por aquella que después se convirtió en nuestro huésped, Isabel Martínez de Perón, o la llegada al poder de los jemeres rojos en Camboya, de la mano y comandados por Pol Pot. También podemos conmemorar la detención de la dirección política del Partido Socialista de Chile el 25 de junio, o el crimen de los Galindos, aún sin resolver, o la finalización del estado de excepción que sufrían Bizkaia y Gipuzkoa.
1975 fue un año de graves dificultades económicas para España. La crisis del petróleo de 1973 había golpeado con fuerza la economía española, provocando una fuerte inflación y un aumento del desempleo.
- Crisis económica: La inflación se disparó por encima del 20%, erosionando el poder adquisitivo de los españoles. El desempleo aumentó considerablemente, generando inseguridad y malestar social. La crisis económica agravó las tensiones sociales y contribuyó a la desestabilización del régimen.
- Inflación y desempleo: La inflación galopante encareció los productos básicos, dificultando el acceso a la vivienda, la alimentación y otros bienes esenciales. El desempleo afectó especialmente a los jóvenes y a los trabajadores menos cualificados, generando un clima de incertidumbre y desesperanza. La situación económica y social de España en 1975 era un reflejo de la crisis generalizada que atravesaba el país en todos los ámbitos.
Solamente encuentro dos motivos de celebración para este 1975: uno, desde la frivolidad, la patente del cubo de Rubik; y otro realmente afortunado, aunque corto: el 2 de mayo de 1975 se promulgó en España la Ley 14/75, que vino a poner fin a la relación de subordinación de la mujer casada, subordinación carente de justificación tanto en el Derecho Natural como en la razón. Este sí sería un buen motivo de celebración como inicio del reconocimiento a los derechos de la mujer, que espero sea tenido en cuenta el próximo 2 de mayo con un gran homenaje a la mujer casada.
Pero un único logro no puede eclipsar la oscuridad que imperaba en el país. Mientras las mujeres daban un paso adelante en la conquista de su igualdad, miles de presos políticos seguían encarcelados, la tortura era una práctica habitual en las comisarías, y el miedo seguía siendo el pan de cada día para muchos españoles.
Por más esfuerzo que pongo en la búsqueda de motivos, aparte de esta pequeña liberación del yugo de la mujer casada, no encuentro ningún motivo de celebración y conmemoración de 1975, que, como podemos comprobar, fue verdaderamente trágico para España, amén de la sustitución del dictador por un rey que llegaba jurando los principios fundamentales del Movimiento ante las Cortes del dictador.
No obstante, si de recuperar la memoria del dictador se trataba, lo habéis conseguido de pleno. Enhorabuena por ponernos nuevamente al dictador en nuestras charlas. Gracias por ese afán de enfrentamiento entre españoles. Por favor, ¡dejad esta historia para las escuelas!, donde, por cierto, la enseñanza de la historia es bastante escasa y deficiente. Los españoles queremos seguir recordando como positivo y merecedor de conmemoración el 15 de junio de 1977, no fechas anteriores cargadas de recuerdos válidos para la historia y absolutamente incómodos para la convivencia.
En definitiva, 1975 fue un año trágico que no merece ser conmemorado. En lugar de revivir las heridas del pasado, centrémonos en construir un futuro basado en la democracia, la justicia social y el respeto a los derechos humanos. No permitamos que se manipule la historia para fines políticos. Reclamemos una memoria histórica rigurosa y comprometida con la verdad.