Por Pedro Jorge Solans (Escritor y periodista)
Un 28 de julio, día de la Independencia del Perú, de algún año cincuentón del siglo pasado, jóvenes intelectuales peruanos dirigidos por el poeta Pablo Guevara, quien estudiaba cine en ese momento, preparó una coreografía con baile de malambito incluido para presentar en la sala del entonces Teatro de estudiantes latinoamericanos en Madrid, y recaudar fondos para causas que volvían locos a los expatriados en ese tiempo.
Por esa década, pero antes, la danesa Hanne Borup viajó a París para estudiar. No imaginaba su destino: Se alejaba de su Copenhague natal para siempre y en la ciudad de la luces iba a encontrar al amor de su vida.
En ese encuentro, ambos sellaron una existencia de película. El poeta escribió sus mejores versos, empezando por El Retorno de la Creatura, que le valió años después, —1957— el Premio Nacional de Literatura. Ella conoció y se afincó en el Perú del oro de las Américas.
Ambos construyeron su casa en el santuario incaico de Pachacamac, —en el alma de la tierra,— donde un dios venerado por los incas fue capaz de predecir el futuro, donde para ella es su lugar en el mundo, y donde hoy vela día y noche los restos de su amor y de su hijo Diego, antropólogo, fallecido por dolencia cardíaca; o tal vez, por falta de atención médica oportuna.
Allí, en Pachacamac, ese día brillante, dedicado a Júpiter, se celebró la cultura humana en familia. Fue el jueves 6 de julio, con la presencia de los restos de Diego y de Pablo, de sus otros hijos Cristina y Matías, de sus nietos Mauricio (hijo de Cristina y Gustavo Campos), y de Mateo y Lucas (hijos de Matías y Lucy) y con las intenciones de ellos quedó inaugurado en los jardines del virtual museo guevariano, el bosque de la poesía Pablo Guevara-Hanne Borup.
Allí, en los jardines de Pachacamac se celebró “el retorno a la creatura”, los recuerdos y las emociones. Allí se celebró el agradecimiento a la tierra, la amistad y el compromiso. Allí se celebró la palabra.
Pero volvamos a aquel 28 de julio que recordó Hanne, mientras buscaba fotos y cartas. “Ese hincado es Pablo, y el de pie, más alto, es Mario Vargas Llosa, a los otros ya no los puedo reconocer…”
Más adelante, se disculpó; “ya mis reflejos fallan, te pido disculpas”; —me dijo— y agradeció las fotos tomadas por Álvaro Durand, sobrino de Sánchez-Aizcorbe y de la escritora Marcela Valencia Tsuchiya, agradeció por la visita, y quiso que el agradecimiento sea extensivo a todos los poetas de los bosques de la poesía del mundo por haberlos recibido: A Pablo y a ella.
Su ternura es inmensurable. La delicadeza de esta danesa en el Perú penetrante conforman un paisaje de humanidad indescriptible —me dije a mí mismo. Ella me obsequió un libro, y leí en la solapa:
Pablo Guevara se formó en las Universidades San Marcos y la Católica de Lima, graduándose en letras. Tras un periodo de estancia en España y en Francia en las décadas de los 50 y 60, regresó al Perú donde fue reconocido como uno de los autores de la denominada generación de los 50 junto a Jorge Eielson, Julio Ramón Ribeyro, Carlos Germán Belli y Blanca Varela, entre otros.
Entre su obras destacan: Retorno a la creatura (Madrid, 1957), Los habitantes (Madrid, 1963 – Lima, 1965), Crónicas contra los bribones (Lima, 1967), ‘(1971), Un iceberg llamado Poesía (Lima, 1998), La colisión, En el bosque de hielos, A los ataúdes, a los ataúdes, Cariátides, Quadernas, quadernas, quadernas (Lima, 1999), Un iceberg llamado Poesía (Lima, 1998) . Al final de su vida logró escribir un bello libro titulado “Hospital”, el cual fue publicado por sus compañeros poetas más cercanos: Gladys Flores, Rodolfo Ybarra, Gonzalo Portals, Carlos Carnero, Rubén Quiroz y Rafael Espinoza. Por otro lado, Gladys Flores Heredia recopiló 14 nuevos poemas en otro libro póstumo titulado “Tren bala (2009)”
Fue Premio Nacional de Poesía en (1954) y Premio Copé de Poesía en (1997).
Cartas de un tal Ramón
El escritor Alejandro Sánchez-Aizcorbe me recordó en voz baja que le preguntase por las cartas de Ramón. De un tal Ramón.
Desde la cocina de la casa, al mando de uno de los nietos del poeta, llegaba un aroma exquisito. Se cocinaba Pachamanca a la olla que luego, sería inolvidable. Aroma acogedor, aroma a cocina del Perú profundo, una ofrenda a Pachacamac, como esos platos que se comían en las cantinas limeñas ya casi desaparecidas.
En un instante de lucidez, todavía con acento danés, Hanne de 88 años, —cabe acotar que llegó a Perú a las 26 años—contó que empezó a recibir cartas de un tal Ramón que ella no conocía, ni tenía amigos con ese nombre en aquellos tiempos europeos de estudiantinas en estudiantinas, de becas en becas, de largas tertulias de políticas sudamericanas.
Tras la presentación de aquella noche en el teatro de los estudiantes latinoamericanos en Madrid, recibió una carta de ese Ramón que le indicaba cómo debía enviarle el dinero recaudado y, a qué dirección debía enviar la remesa. Ella, asustada, le contó a Pablo, y en ese momento, se enteró que Ramón era el alias de Ernesto Che Guevara con quien se carteaba desde hacía unos meses atrás.