Hasta la boca, sufre el pan su larga travesía: el sol, las manos que siembran la semilla, la espiga y el horno que dora la paciencia del trigo… Hasta que el hombre llega a hombre fue necesario sólo el esforzado cobijo del amor y el murmullo de los besos.
El grano no es más que trigo con vocación de ser pan. El hombre, sin embargo, será una multitud según los labios y los ríos, según la manivela de los vientos… Sin embargo, las leyes abortistas de estos pueblos que se llaman a sí mismos de progreso, matan impunemente la vida como si se tratara de una mariposa intrascendente.
Al morir García Márquez, un periodista amigo reveló a la prensa: “No ha muerto un hombre, sino una multitud”. Y con toda la razón, porque el creador de un determinado baile de palabras que alcanzaron el ritmo de la hermosura, requirió el infinito concurso de los libros, de emociones y llantos, de vaivenes de luces sujetando las sombras y de una Voz dentro, más dentro, que disciplinara la gozosa realidad de estar tan habitado. Una multitud.
Ser consecuente es una tarea que nos imponen las vías para que el tren pase por ellas. Pero el artista es uno y muchos, un divagante peregrino en permanente encrucijada, un niño bien de esas esquinas en las que el viento se distrae pasando las hojas de la noche. Porque el artista no es más que eso, un alma desolada entre leyes arbitrarias que busca los mejores sonidos de las afiladas palabras o las músicas escondidas en las cuevas del alma o colores infinitos que luego estallan en los lienzos. Sólo un artista se embelesa ante un olmo seco, en su mitad podrido, al que, sin que nadie lo sepa, algunas hojas verdes le han nacido.
El artista no vive una vida, sino la de una multitud. Miramos en él a una persona y a ésa exigimos consecuencia y cordura. Creemos que es un oficinista de la idea y echamos de menos en él una costumbre, una risa mediana, un aspaviento medido, hijos, mujer o esposo. A veces se desprecia porque no le cabe la sortija de la vida en el dedo, porque no llora en los funerales o no ríe cuando los demás se abrazan como amigos.
El artista es un caminante sin camino, un loco lleno de maletas que no sabe donde ir porque puede ir a cualquier sitio. Una multitud desangelada. Dejadlo. No le enseñéis nada. No le deis buenos consejos ni le pidáis llanuras a sus ojos. Ni levantéis falso testimonio contra él porque, aunque nos parezca un indigente, suele ser más rico que los que se tienen por ricos.
El día –Dios no lo quiera— que el artista llegara a ser como el resto de los mortales, se quedaría el mundo sin el agraz de la uva, sin el indispensable trastorno de la belleza.