Un equipo científico andaluz recrea el accidente de Chernóbil para analizar los impactos de la radiación en la diversidad biológica

10 de mayo de 2024
5 minutos de lectura
Imagen de recurso de Chernóbil. | Fuente: Bryan Smith / Zuma Press / Europa Press.

El objetivo principal de este estudio es simular uno de los mayores desastres nucleares para comprender sus impactos ambientales

El 26 de abril de 1986, tuvo lugar una explosión accidental en el reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil, provocando la mayor emisión de material radiactivo registrada hasta la fecha. Casi cuatro décadas después, el área afectada se ha transformado en un “laboratorio natural excepcional” para examinar los efectos de la radiación en la vida silvestre y la vegetación, así como para estudiar cómo las especies recolonizan zonas previamente abandonadas por los humanos. Desde hace ocho años, un equipo de científicos de la Universidad de Oviedo y la Estación Biológica de Doñana se dedica a esta línea de investigación.

A pesar de los desafíos impuestos por la guerra en Ucrania, que ha obstaculizado el regreso al área de Chernóbil, los científicos han ideado experimentos para recrear las condiciones del accidente y estudiar los efectos de la radiación en anfibios y escarabajos. “Los anfibios son un modelo de estudio ideal para estas investigaciones. Al habitar tanto ambientes acuáticos como terrestres y tener una movilidad limitada, su exposición a la radiación es más uniforme”, explica Pablo Burraco, investigador de la Estación Biológica de Doñana-CSIC.

El científico se encuentra dirigiendo, junto al investigador Iván Gómez-Mestre, el primero de los experimentos en los laboratorios de su centro de investigación, ubicado en la Isla de la Cartuja en Sevilla. El objetivo es simular un accidente nuclear para comprobar si la melanina es un factor de protección contra la radiación, algo que ya sugerían los estudios observacionales que estaban realizando en Chernóbil, antes de que la pandemia frenara sus proyectos, explica el CSIC en una nota de prensa.

Variación de color en las ranas de Chernóbil

En 2016, el investigador Germán Orizaola de la Universidad de Oviedo inició un estudio para investigar el efecto de la radioactividad en la rana arborícora oriental (Hyla orientalis). Al año siguiente se le uniría el investigador Pablo Burraco. Tras tres años de muestreo exhaustivo en Chernóbil, los resultados parecían indicar que la radiación apenas tenía efectos aparentes en las ranas, excepto en una sola cosa: su coloración.

Las que vivían en la Zona de Exclusión, el área que fue evacuada tras el desastre, tenían un tono más oscuro que las que vivían fuera de él. Algunas incluso tenían una coloración completamente negra, en contraposición con el verde brillante que suele presentar esta especie. “Los resultados sugerían que la melanina los había protegido de la radiación ionizante, la que se libera en un accidente nuclear, de una forma similar que cuando nos protege de la radiación ultravioleta”, explica Germán Orizaola.

La selección natural debió haber actuado de forma implacable tras la explosión nuclear, haciendo que las ranas más oscuras sobrevivieran en una proporción mayor que las que presentaban coloraciones más verdes. El estudio había sido puramente observacional. Habían encontrado una correlación que sugería que la melanina era un factor de protección, pero no lo demostraba. Para hacerlo, decidieron reproducir el accidente nuclear en condiciones controladas, algo que podían hacer en laboratorios lejos de Chernóbil bajo el estricto cumplimiento de las normativas europeas.

Adaptación de los sapos a la radiación

Lo primero que hizo el investigador Pablo Burraco para iniciar el experimento fue colocar las larvas de una misma puesta de sapo de espuelas (Pelobates cultripes), muy abundante en Doñana, en cubos blancos y negros. Se sabe que, al igual que muchos otros anfibios y reptiles, las larvas de esta especie tienen una gran capacidad plástica y son capaces de cambiar el color de su piel en función del ambiente. De este modo, haría que algunos sapos fueran más oscuros y otros más claros. Con la colaboración del Centro Nacional de Aceleradores, las larvas fueron sometidas a distintos niveles de radiación durante un corto periodo de tiempo.

“Las dosis no eran letales por lo que, en un primer momento, no detectamos diferencias de mortalidad relacionadas con la coloración”, explica Pablo Burraco. El experimento ya dura más de un año y durante este tiempo, los sapos se han mantenido en cámaras climáticas bajo condiciones muy controladas para evitar la incidencia de otros factores. “De momento, tienen muy buen aspecto y prácticamente no hay diferencias de tamaño, pero algo está empezando a pasar dentro de ellos. Estamos empezando a ver diferencias en la mortalidad”, asegura el investigador. Habrá que esperar unos meses más para obtener los resultados definitivos.

Recientemente, el equipo ha iniciado otro experimento en esta línea, esta vez con ranas del género Xenopus. El experimento se ha realizado en la Universidad de Stirling en Escocia con la financiación del Consejo de Seguridad Nuclear. En este caso, la exposición a la radiación es de más baja intensidad, pero más prolongada en el tiempo y simula los distintos gradientes de radiación que existen en Chernóbil en la actualidad. “Con este experimento queremos ver qué ocurre si las ranas están expuestas a la radiación durante todo el desarrollo embrionario”, explica Pablo Burraco.

Escarabajos: un modelo para estudiar la radiación

Los investigadores estudiarán los efectos de la radioactividad en la supervivencia, la fisiología y la morfología de las ranas. Durante estas semanas, el equipo está haciendo pruebas para iniciar un tercer experimento, en esta ocasión con escarabajos. También lo realizarán en la Estación Biológica de Doñana, en colaboración con el grupo de investigación de Francisco García, y de nuevo, con el Centro Nacional de Aceleradores.

Uno de los problemas que presentan los vertebrados para este tipo de estudios es que sus ciclos reproductivos suelen ser muy largos. Los escarabajos, por el contrario, tienen una nueva generación cada 20 días. “Trabajando con escarabajos podremos ver si existen efectos transgeneracionales y patrones de adaptación a la exposición a la radiación y ver así la evolución en tiempo real”, asegura el investigador.

Otro de los proyectos que el equipo científico tenía planeado desarrollar en Chernóbil tenía que ver con el estudio de los procesos de recolonización del caballo de Przewalski. Esta raza equina llegó a tener tan sólo doce individuos en cautividad, pero hoy, gracias a distintos programas de conservación, varios centenares viven en libertad en distintas zonas de Europa y Asia. En 1998, se introdujeron algunos individuos en Chernóbil y la población ha crecido hasta alcanzar alrededor de 200 ejemplares.

Refugio en Burgos: primer paso hacia Chernóbil

Mientras las condiciones de seguridad no sean idóneas para volver a Chernóbil, el equipo ha decidido comenzar investigando con la población que existe en Burgos, reintroducida recientemente dentro del proyecto Paleolítico Vivo. El objetivo es empezar a investigar a nivel genómico y desarrollar metodologías que puedan ser usadas posteriormente en Chernóbil para estudiar los procesos de renaturalización del caballo de Przewalski y también el efecto de la radiación sobre ellos, más similares a los seres humanos que los anfibios.

“Chernóbil no es lo que aparece en los documentales”, afirma Germán Orizaola. “Se ha convertido en un refugio de fauna espectacular”. Tras el accidente nuclear, en torno a la central de Chernóbil se creó una Zona de Exclusión de 4.700 kilómetros cuadrados que se ha transformado, tras varias décadas sin apenas presencia humana, en todo un vergel de biodiversidad donde lobos, osos, linces boreales e incluso caballos salvajes como los de Przewalski campan a sus anchas. “Tenemos parques nacionales como Doñana o Picos de Europa que deberíamos dejar sólo para la conservación. No hace falta montar ni excursiones ni carreteras”, asegura Orizaola.

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