Aunque parezca inofensivo, el refrigerador puede convertirse en un verdadero caldo de cultivo para bacterias si no se cuida adecuadamente. Dos expertos advierten que no basta con meter los alimentos y confiar en el frío: hay que aprender a usar bien el aparato para que no se vuelva un riesgo para la salud, informa El Observador.
Los microbiólogos coinciden en que el control de temperatura es la clave. Se recomienda mantener el refrigerador entre 0 y 5 °C, pero en muchos hogares este rango no se respeta. Estudios recientes muestran que la temperatura media dentro de los refrigeradores domésticos ronda los 5,3 °C y que en muchos casos puede subir hasta 15 °C, lo que favorece la proliferación de bacterias.
Más preocupante aún es la frecuencia con la que se producen estos picos de temperatura. Cada vez que se abre la puerta entra aire caliente y, si esta se queda abierta por mucho tiempo, la temperatura interna se acerca peligrosamente a la del ambiente. Esa variabilidad es un factor silencioso pero grave.
Muchos usuarios no saben cómo interpretar el dial del refrigerador o simplemente nunca han ajustado la temperatura. El 68 % de los hogares nunca modifica este parámetro, a pesar de que su control es esencial para prevenir el crecimiento de microorganismos como Listeria monocytogenes, una bacteria peligrosa incluso en condiciones frías.
Judith Evans, ingeniera mecánica especializada en diseño de refrigeración, recomienda colocar termómetros en diferentes zonas del refrigerador. Esto permite detectar puntos más cálidos, como la puerta, donde no conviene guardar productos sensibles como leche o carne cruda.
Para evitar el desarrollo de bacterias, conviene mantener el refrigerador lleno en un 75 % de su capacidad, sin abarrotarlo. Así, el aire frío puede circular con eficiencia. Además, algunos alimentos como tomates, miel, frutos secos o papas pueden guardarse fuera del refrigerador, liberando espacio sin comprometer su conservación.
La limpieza también es fundamental. Revisar regularmente las juntas de goma de la puerta evita la acumulación de moho y garantiza un cierre hermético. Una junta sucia o dañada puede impedir que el frío se mantenga de forma constante.
Separar bien los alimentos es otra recomendación clave. La carne y el pescado crudos deben almacenarse en el estante inferior, para evitar que sus jugos contaminen otros alimentos. En cambio, productos listos para el consumo, como frutas, quesos o sándwiches, deben ir en la parte superior y consumirse pocas horas después de haber sido retirados del refrigerador.
Oleksii Omelchenko, microbiólogo del Instituto Quadram, advierte que patógenos como la Salmonella y la Listeria pueden sobrevivir e incluso multiplicarse a bajas temperaturas. Y lo más alarmante: no siempre desprenden olor, por lo que el famoso “test del olfato” no es garantía de seguridad.
Además de seguir las instrucciones de conservación en los envases, es vital lavarse las manos durante la preparación de alimentos y respetar las pautas de cocción. Lo que parece una simple rutina puede marcar la diferencia entre una comida segura y una fuente de intoxicación.
Cuidar el refrigerador no solo prolonga la frescura de los alimentos y mejora su eficiencia energética. También protege tu salud y la de tu familia. Porque el enemigo puede no estar en lo que comes, sino en cómo lo conservas.