El sacrificio del papa Francisco muestra el camino que deben de seguir todas aquellas confesiones, ideologías o potencias que hicieron el odio
José Miguel Ayllón / Uno de los descubrimientos más asombrosos que obtuvimos del trato con las víctimas fue observar el efecto benefactor causaba en ellas que sus victimarios les pidieran perdón. Muchas veces, aunque fuera pronunciada la disculpa desde la sinceridad y la postración más absoluta, tal ofrenda no era bien recibida e incluso les molestaba; pero sin duda, para las víctimas, constituye un primer paso en la angosta senda de su recuperación. Por eso las victimas siempre tienen derecho a exigir que se las reconozca y se les pida perdón y, las asociaciones debemos de propiciar tal reconciliación, siempre que tal disculpa nazca libremente, sin coacciones. Menos aún si tales coacciones se ejercen sobre la propia víctima para que comparezca y las acepte. Tema muy delicado que nos hace recelar de la llamada justicia restaurativa.
Más extraordinario aún es el efecto curativo que en las victimas causa el acto de renunciar a la venganza e incluso a la Justicia y perdonar; perdonar sin condiciones o contraprestaciones; perdonar a quien les causó tanto mal y tantas secuelas. Esto, cuando se hace sincera y voluntariamente, desde la convicción, no necesariamente religiosa, les libera de ese purgatorio que constituye el delito y les reconcilia con la sociedad y con ellas mismas. Perdonar o aceptar el perdón del ofensor.
El humilde perdón ofrecido por el Papa Francisco por el maltrato perpetrado a miles de niños indígenas en Canadá nos ha conmovido. Acto solemne penitencial de humillación que ha ofendido a numerosos católicos, pues es proclive a hacerse (el Vaticano) diana y monopolizar todas las injurias que sufrieron las tribus indias de Canadá, desorientando sobre el verdadero autor de aquellas masacres que fue el Gobierno de Canadá de entonces, pertrechado por el supremacismo blanco y anglosajón, y bajo la tutela y paraguas de la corona inglesa.
Nos ha conmovido. Sin duda es el último acto solemne de su pontificado antes de su inevitable abdicación. Ahora falta pedir perdón a las demás confesiones, que también fueron coautoras. El Primer Ministro Trudeau, también lo ha protocolizado. En esto hace falta hacer memoria y poner las cosas en su sitio, los menores fallecidos (asesinados) fueron aproximadamente 3000 y la iglesia católica apostólica romana gestionaba el 70% de las residencias. Así que su culpa, su delito, lo acomete como coautora con el gobierno canadiense y en un porcentaje, mayoritario y nunca disculpable. Sin duda los maltratados, coaccionados y separados de sus familias fueron decenas de miles.
Pero, este acto de ofrecimiento al martirio de los medios de comunicación globales, sirve. Así lo reconocemos los que hemos dedicado vida y esfuerzos a las víctimas de la violencia; sirve para la reconciliación y la justicia. Francisco se ha inmolado. Pero tal sacrificio muestra el camino que deben de seguir todas aquellas confesiones, ideologías o potencias que hicieron del odio, la discriminación, el racismo o la supremacía su política y su seña de identidad. Sirve tal sacrificio para mostrar a los poderosos de hoy el camino para lograr la paz y la reconciliación, que no es otro que aplicarse el bálsamo reparador de pedir perdón
Los hechos, este maltrato y genocidio de menores aborígenes, acaeció entre finales del siglo XIX y XX. Pero quiero preguntar a los lectores: ¿cuál fue el primer genocidio del siglo XX?. Hagamos un ejercicio de memoria histórica global, si se me permite. Muchos de ustedes dirán que el genocidio armenio, que ocurrió durante años y que culminó en 1915.
Pues no, el primer genocidio; genocidio sin paliativos, fue el ocurrido en Filipinas a partir de 1900 donde las autoridades de EE. UU, dueñas del archipiélago tras el Tratado de París (al vencer a España en guerra injusta) mataron de hambre a más de un millón de filipinos, insurrectos según EE.UU , insisto, de la forma más horrible, como es la hambruna, y a más de un millón de personas, aproximadamente el 15 por ciento de la población tagala. Esto se debió a una ideología imperialista y supremacista que desgraciadamente perdura hasta nuestros días.
EE.UU nunca ha pedido perdón; por lo menos, no de forma solemne y humillada. Acto penitencial, como lo ha hecho Bergoglio y, ya se sabe, si no hay contrición, no hay absolución.
José Miguel Ayllón es abogado y presidente de la Asociación Nacional de Víctimas de Delitos Violentos.