Tengo que pedir humildemente perdón

3 de enero de 2024
4 minutos de lectura
Persona con el amanecer de fondo en el mar. | Fuente: Freepik.

Tengo que pedir humildemente perdón.​ En todos los artículos que he escrito y me han publicado, así como en las novelas próximas a su publicación, he negado sistemáticamente la existencia de un tratamiento penitenciario, y he denunciado constantemente el recurso a mandarnos al patio, a dar vueltas, a desgastarlo, como si ello no tuviera ningún sentido.​

También me he quejado de la falta de acceso a las comunicaciones, tal y como se conciben aquí afuera, esto es, con acceso a internet, con un teléfono móvil y con acceso a las redes sociales. También en este aspecto estaba equivocado. Estudiando la asignatura de “Historia del Derecho Penitenciario”, en el Grado de Criminología, que estoy terminando, me fijo en la portada del libro recomendado y veo a los presos dando vueltas al patio bajo la atenta supervisión de los carceleros.

Libro Historia del Derecho Penitenciario, de Javier Alvarado Planas.

La visión de esa imagen me lleva a una secuencia de la película Las cuatro plumas, en la cual todos los presos dan vueltas al “patio” o lo que fuera aquello. Esa visión y esa imagen me llevan a preguntarme si yo estoy equivocado y dar vueltas al patio esconde algún secreto oculto para los simples mortales, como yo, para los legos en esta materia, y me pongo a buscar en internet y encuentro lo siguiente:

Esta técnica de relajación consiste en dar vueltas a un lugar. Es una técnica muy sencilla que puede ayudar a reducir el estrés y la ansiedad. Para hacerlo, simplemente camina en círculos alrededor de un lugar, como una habitación o un parque, durante unos minutos. Si lo haces en un espacio al aire libre, puedes disfrutar de la naturaleza y el aire fresco. Si lo haces en un espacio cerrado, puedes concentrarte en tu respiración y en el movimiento de tu cuerpo.​

Resulta que lo que yo creía que respondía a la vagancia, dejadez e ineptitud de nuestros carceleros, es una técnica de relajación ancestral y que conlleva beneficios físicos y psíquicos.​

Perdón, de verdad.

​Leyendo, me encuentro con un artículo en el XL Semanal Nº 1881, correspondiente a la semana del 12 al 18 de noviembre de este año titulado: “Caminar te va a salvar la vida” y leo lo siguiente:​

“Durante la realización de caminatas intensas, el cuerpo pone en funcionamiento dos neurotransmisores que contribuyen a que nos sintamos extraordinariamente bien: las endorfinas y la dopamina –asegura Sánchez Varona-. La primera es la llamada “hormona de la felicidad” porque aumenta la sensación de bienestar; y la segunda, ligada a la consecución de objetivos y a la resolución de situaciones, es conocida por algunos como “la hormona de la creatividad”. Con todo ello optimizas la capacidad para enfrentarte al estrés, previenes la depresión y regulas el sueño, con lo que aumentas la eficiencia del descanso.

”​Resulta que caminar es sumamente bueno, tan bueno que no solo reduce el riesgo de muerte prematura, sino que te sientes feliz y contento y mucho más creativo. Y yo poniendo a parir a nuestros carceleros por mandarnos al patio a dar vueltas día sí, día también, cuando lo único que querían es nuestro bien tanto físico como psíquico.​

Perdón, de verdad.​

Pero hay más. Leo en Le Monde Diplomatique (Edición en castellano) del mes de noviembre el artículo firmado por Benoit Breville y Pierre Rimbert titulado: “Apoyar y fortalecer Le Monde Diplomatique. Un periódico no alineado”, y leo lo siguiente:​

“Leer exige tiempo y concentración.​ Scroll. Hacer desfilar breves secuencias de vídeo en tu smartphone, primero aquellas relacionadas con la información que buscas, y después, otras relacionadas escogidas por un algoritmo y luego otras más sin relación con el tema inicial. El pulgar roza la pantalla maquinalmente, sin cesar. A lo largo de la serie de imágenes, la conciencia, inicialmente en busca de respuesta, cede imperceptiblemente al torpor.​

La pulsión escópica, ese deseo incontrolable de ver, pega la mirada a la pantalla y apaga el cerebro. A las industrias digitales les gustaría trasformar a los usuarios de la información en un ejército de sonámbulos tambaleantes entre fotografías de gatos y secuencias de masacres.

Subrepticiamente, han impuesto una profunda trasformación en el equilibrio del acceso al conocimiento: reducción del ámbito de la lectura; extensión del de la imagen.​

Leer. Devorar una novela, un ensayo, hojear un periódico, en papel o en una pantalla: a ojos de los inversores de Silicon Valley, ese ejercicio no solo está obsoleto sino que también es peligroso. Exige tiempo, atención y concentración, demuestra una autonomía personal tanto en la elección de los títulos de prensa y la gestión del tiempo como en la capacidad de “Ser para uno mismo”, abierto a la imaginación la ensoñación, a situarse en los márgenes.

¿Leer?- replican los nuevos comerciantes del tiempo de cerebro disponible.- Mejor mirad las imágenes.”

​Ahora va resultar que la prohibición de tener teléfonos móviles en la cárcel no obedece a cuestiones como la evitación de la comisión de delitos o la preservación de la intimidad o simplemente una manera más de ejercer el control sobre los reclusos, obligándoles a utilizar las cabinas telefónicas y abonar unas tarifas astronómicas, sino que está perfectamente estudiado por nuestro bien, para que leamos, para que no nos idioticemos viendo las fotos de gatitos y para que gestionemos más autónomamente nuestro tiempo.​

¡No! Nuestros carceleros, al obligarnos a leer los periódicos (con un día de retraso) y los libros en papel, nos están protegiendo, nos están potenciándola capacidad de “ser para uno mismo” y para que no tengamos que acudir a una clínica de desintoxicación de esas para imbéciles que no pueden apartar la mirada de sus pantallitas.​

Perdón, de verdad.

Alfonso Pazos Fernández

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