Como en todo buen debut, lo que hagas después del silbatazo inicial puede definir el resultado. Y con los tatuajes, pasa lo mismo: el arte queda grabado en la piel, pero la victoria se juega en la recuperación. Si te acabas de tatuar —o lo estás pensando—, esta es la estrategia que debes seguir para evitar infecciones, cicatrices y colores apagados.
Nada más salir del estudio, tu tatuaje es una herida abierta. El artista te lo cubrirá con film plástico o vendaje especial. Aquí empieza el primer tiempo: no te precipites, sigue las instrucciones y retira el plástico entre 2 y 6 horas, salvo que te hayan puesto un «dermo film» especial. Después, agua tibia y jabón neutro sin perfume. Solo manos limpias y secado con papel a golpecitos.
Esta es la fase más crítica. Lava suavemente el tatuaje dos o tres veces al día y aplica crema cicatrizante específica en capa fina, como quien protege a su estrella del equipo. Nada de vaselinas, aceites esenciales ni inventos caseros. Y si empiezas a ver pus, enrojecimiento progresivo o tienes fiebre: cambio de juego y directo al médico.
El rival ahora es la tentación de rascar. No lo hagas. Nunca. Golpecitos suaves, crema hidratante o compresas frías te ayudarán a controlar la ansiedad sin dañar el diseño. La piel se regenera, y con ella, tu tatuaje empieza a asentarse.
Cuidar tu tatuaje no es complicado, pero requiere disciplina y constancias. Cada detalle cuenta: la higiene, la crema, la ropa, el sol. Porque el tatuaje es permanente, pero cómo cicatrice… también.